Al
leer en la pantalla un "¡Te quiero!" procedente de esa persona
que, aun estando a cientos e incluso miles de kilómetros de distancia física,
hace latir el corazón al compás de una romántica canción, es el despertar de
una gran emoción que se materializa en un dulce escalofrío que recorre toda la
espalda, como una gran descarga eléctrica que transporta al más allá y hace que
en el estómago revoloteen mariposas a gran velocidad. Aun así, frecuentemente
se diluyen como la sal en el agua, o como zumo de limón que deja un sabor ácido
en la boca al comprender que todo ha sido ficticio, que ha sido una simple
artimaña o una pasajera atracción virtual. Resulta difícil encontrar a esa
persona que se lleva tiempo buscando infructuosamente para acabar hallándola al
otro lado de un ordenador, comprender que el espacio y las circunstancias
personales de cada cual impiden la deseada unión o averiguar que ese alguien
especial a quien se creía haber encontrado, no era más que una idealización,
una creación de la mente, alguien que se estaba limitando a interpretar un
papel que no se correspondía con la realidad de los hechos.
Sin
embargo, mientras unos expelen un cierto tufillo a contenedor de basura nada
más recibirlos; cuando los hay que huelen a rosas, pero como ellas se marchitan
y se pudren desprendiendo también un olor rancio y añejo que resulta
desagradable, que rezuma podredumbre, paradójicamente, también los hay que son
reales como la luz del día, aquellos que, como las buenas esencias, se guardan
en frasquitos pequeños y al abrirlos inundan el ambiente de un fresco y natural
aroma, de un dulzor que embriaga los sentidos.
¡Qué
difícil resulta confirmar la verdad! ¡Qué difícil es verificar una certeza a
través de un frío monitor! Más cuando
el deseo de encontrar a ese ser especial desborda y supera la capacidad
racional.
No
obstante, ¿por qué negarnos el derecho a descubrir la verdad? ¿Por qué dudar
anticipadamente? ¿Es por la barrera que nos imponen nuestros miedos ocultos?
¿Por el temor al fracaso o al rechazo? ¿Por evitar sentirnos juguetes en manos
de nadie? ¿Por dudar de la integridad de esa persona en la que, en teoría,
creemos que nos llena? Al igual que el
miedo es libre, la intuición
suele ser certera. Entonces, ¿por qué no brindarle la oportunidad a nuestros
sentidos de guiarnos por ellos, de fiarnos de las recomendaciones de nuestra
intuición, sin que ello, lógicamente, nos haga perder la razón y el sentido
común? ¿Por prudencia? Es coherente ser prudente, pero no por ello negarnos el
derecho a vivir libres y disfrutar como merecemos y deseamos.
No
hay que prejuzgar, no dejarse llevar por falsas apariencias, no hay que
permitir que paguen justos por pecadores, impidiendo recibir un sincero “te
quiero virtual” confundiéndolo condicionados por malas experiencias
pasadas, con otros falsos que hayamos recibido con anterioridad, ya fueran
reales o virtuales. Aunque de todo hay en la vida, prefiero ser inocente y bien
pensada, presuponer que ninguno es simulado a priori, opto por creer en la
bondad y la sinceridad de las personas, antes que en sus malos pensamientos y
perversas intenciones, aunque siempre pueda existir alguien que nos lo pueda
poner difícil. No hay que pensar tanto, ni buscarle los tres pies al gato -¿no
deberían ser cinco...?-.
Yo
he enviado y recibido "te quiero virtuales" pero sin
escribirlos, ni leerlos, sino pronunciándolos y escuchándolos con y desde el
corazón, con el convencimiento que al otro lado del cable se experimentaba la
misma emoción y el mismo sentimiento. Pues lo importante es eso, querer y
saberse querido, creer en la sinceridad de cuanto se recibe y transmite, a
pesar de estar al otro lado del espejo, sin haber cruzado el umbral de El País
de Las Maravillas.
Yo
he sido como Alicia y he cruzado el espejo, encontrando maravillas que jamás
hubiese imaginado de no haberlo atravesado. He escuchado miradas y he visto
palabras, he vibrado con sentimientos propios y ajenos, mientras se producía
una gran revolución en mi interior y podía percibirla en la otra persona. He
conocido al príncipe azul que se convirtió en sapo, a corderos disfrazados de
lobo, a la malvada Reina de Corazones... tal vez, algún día, se cruce conmigo
el Sombrerero Loco.
Sé
lo que se siente con un abrazo en un aeropuerto o en una estación de tren con
un encuentro y con una despedida,
cuando queda la ilusión de volver a llenar el vacío del adiós físico que impone
la distancia, no así el adiós emocional, porque ahí no hay hueco al quedar
confirmada la veracidad de cuanto se sentía antes de adentrarse en lo desconocido
que se ha materializado, cuando un impulso o el instinto dice “sí, ve,
traspasa las barreras físicas y mentales, tantos y desmedidos temores sociales
que nos confunden con lo ¿desconocido?”. Entonces te sientes más cerca de
la felicidad, percibes que tienes el valor de enfrentarte a la verdad, de
convertir el “te quiero virtual” en una realidad tangible que sobrepasa
las fronteras cibernéticas y, a través de ellas, lo alcanzas en el mundo físico
y real. Es, entonces, cuando te sientes libre por haber sido capaz de romper
con tus miedos y lograr superarte a ti mismo; es, entonces, cuando sientes que
tienes TODO, porque has desvelado el misterio que se oculta tras el monitor,
cuando constatas si fue un espejismo o si el espejo te devolvió la imagen idealizada
que tú mismo creaste en tu mente hecha realidad.
Si
eres de los afortunados que, deseándolo, reciben un "Te quiero virtual"
y una invitación al encuentro real, es un incentivo para aventurarte a
descubrir si, más allá del mundo de ficción, puedes constatar que efectivamente
son las pulsaciones del corazón y no las del teclado las que lo pronuncian y
escuchan.
¿Pulsaciones
en un teclado de plástico fáciles de escribir? Quizá, pero ¿por qué no pensar y
sentir que son las pulsaciones de nuestro corazón? ... Yo tecleo con el
corazón. Y tú ¿con qué tecleas?
Ó AnA Molina (Administrador
del blog)