Había
una gran agitación en la zona de las grandes lagunas. Todos los animales
acuáticos tenían una asamblea convocada por la tortuga. Aunque el nivel de las
aguas era sobrado, había descendido en los últimos años y eso inquietó al viejo
reptil. Por ello mandó llamar a la comunidad de animales de la vecindad para
trasladar sus conclusiones.
“Amigos,
imagino que os habréis fijado en que cada vez hay menos agua. Sé que aún no
parece nada serio, pero he visto este mismo proceso con anterioridad en otras
zonas de la Tierra y os vaticino que se aproximan siglos de dura sequía”.
Ante
estas palabras se organizó un gran revuelo. Todos habían percibido un suave y
continuado descenso del caudal de las lagunas, pero nadie creía que pudiera ser
tan grave. “¿Por qué nos habrá citado si hay agua de sobra?” se
preguntaban unos a otros.
El
centenario galápago dio respuesta a la inquietud despertada: “Os he
convocado porque afortunadamente todavía nos queda mucho tiempo, y podremos
superar esto sin problemas si empezamos a actuar desde hoy. Para que sobrevivan
nuestras especies tenemos que EVOLUCIONAR”.
Todos
quedaron estupefactos. Nunca se habían planteado tal cosa y tras el shock
inicial, comenzaron a preguntar cómo hacerlo.
“Cada
día, estaremos unos minutos fuera del agua, el que no pueda que empiece por
unos segundos y poco a poco que vaya ampliando. Debemos hacerlo una y otra vez,
y enseñarlo a las generaciones venideras, para que cada especie evolucione con
el tiempo, y así lograr que todos podamos mantenernos en un entorno sin
marismas.
Debemos
también cambiar nuestros hábitos de alimentación y cada día ir comiendo algo
que no esté en el agua, hasta que acostumbremos a nuestro cuerpo a digerir
plantas del exterior”.
No
sin ciertos temores, todos empezaron con el largo y concienzudo plan de acción.
En unas decenas de generaciones lograrían respirar fuera del agua, alimentarse
con comida que crece en la tierra y hasta podrían moverse fuera del ámbito
acuoso. Todos menos un pequeño pez, histórico de la laguna, que se negó a
participar en este proceso. Convencido de la exageración de la tortuga no hizo
caso y pronto disfrutó de la torpeza de sus vecinos ganando capacidad para
cobrar más comida. Las otras especies, a medida que evolucionaban, eran menos
competitivas dentro del agua. El pez veía descender las aguas, pero mantenía la
visión de que algunas lluvias arreglarían a tiempo el problema. Al cabo del
tiempo, tan sólo unas pocas charcas con apenas un dedo de profundidad hacían
recordar que en esos parajes hubo alguna vez unas marismas.
El
pez agonizaba, y ese verano, el más duro que se recordaba, acabaría con
seguridad con el agua que quedaba. Delgado, sin poder moverse, lloraba su
desgracia. Justo entonces pasó la tortuga a su lado y le dijo: “Tuviste la
misma oportunidad que los demás. En este mundo de cambios constantes
evolucionar no es una opción, es una obligación para sobrevivir”.
El
pez, aún sin comprender gritaba: “Qué mala suerte he tenido, todo se ha
puesto en mi contra y para colmo este verano terrible, qué fatalidad. Tú lo
dices porque eres una tortuga y puedes desenvolverte por donde quieras, pero no
tienes ni idea de lo que es esto”.
La
anciana tortuga sonrió y antes de abandonar al barbillo le comentó: “Mi
infeliz amigo, hace mucho, mucho tiempo, yo era un pez estúpido como tú, y
también me llegó la oportunidad de evolucionar".
Aunque
me presté a ello, no lo tomé en serio, y es por eso que soy así de torpe sobre
tierra, me temo que jamás llegaré a volar y apenas me desenvuelvo con soltura
bajo el agua. Durante años eché la culpa a la mala suerte, y ahora ya he
aprendido que soy yo el único responsable, pues cuando la realidad me mandaba
sus señales me empeñé en no hacer caso, en no cambiar nada en mí y casi me
quedo fuera de este nuevo mundo. Me marcho, he decidido que debo ser más
rápida, así que he de correr un poco más cada día, y así podré evolucionar a
algo superior, pues parece que vendrán tiempos de escasez y quiero seguir
siendo competitiva para entonces".
El
pez murió en el barro, en el lodo de los que no hacen nada, de los que no
quieren cambiar, en el lodo de los mediocres que, embriagados por la abundancia
de hoy, no saben ver la necesidad de cambio, de evolución, para seguir
existiendo mañana.
Igual
que el pez, hay muchos trabajadores (jefes y empleados) que, aún viendo las
nuevas exigencias y tendencias que habrá que afrontar en el futuro inmediato,
no asumen la evolución como necesidad profesional inminente. Son los que
esperan pasivos que al final una lluvia milagrosa acabe por volver a poner las
cosas como antes, sin entender que en el entorno competitivo actual nada es
nunca como siempre, pues las empresas están en continuo progreso y los que no
sean capaces de evolucionar con ellas, por fuertes o competentes que sean hoy,
pasarán a engrosar la lista de los extinguidos por quedar igual que el pez,
desfasados de su mundo.
(Francisco Muro)