"El cambio es la única cosa inmutable."
(Arthur Schopenhauer)
Hablar de manera genérica de "Adaptación al Cambio" puede ser demasiado complicado y ambiguo, porque los cambios y la adaptación a los mismos puede ser muy variada en función del contexto en el que nos encontremos o al que nos estemos refiriendo. Así, se puede hablar de "Adaptación Social", "Cambio Psicológico", "Adaptación Laboral", "Cambio Climático", etc., por ello veo necesario explicar que la "Adaptación al Cambio" a la que me voy a referir es a aquella que experimentamos con frecuencia en nuestra cotidianeidad individual y que puede afectar directamente a aspectos de nuestra personalidad y emociones; aquel factor íntimo que podría relacionarse más con el aspecto psicológico y sociológico.
En Sociología y Psicología, se trata del proceso por el cual, todos podemos modificar nuestros patrones de conducta para ajustarnos a las normas imperantes en el medio social en el cual nos movemos. Al adaptarnos abandonamos unos hábitos y comportamientos para integrar otros nuevos en consonancia a las nuevas circunstancias presentes o futuras. En este sentido, la adaptación es una forma de socialización secundaria que toma como base las habilidades sociales de las que ya dispone cada persona.
Como ejemplos claros de adaptación al cambio, podríamos mencionar un cambio de residencia de ciudad, una separación de pareja, la llegada de la jubilación, el nacimiento de un hijo, el fallecimiento de un ser querido, contraer una enfermedad crónica limitadora, un cambio de empleo, etc.
Los patrones de nuestra sociedad actual, exigen una rápida adaptación a los diferentes cambios que se presentan en nuestras vidas de manera constante; cambios que nos vemos obligados a aceptar, aún en contra de nuestros deseos e intereses personales e individuales. Estos cambios pueden comprometer nuestra capacidad intelectual, psicológica y emocional para hacer frente a las nuevas demandas del entorno. La capacidad de adaptación viene condicionada por nuestros recursos psicológicos personales y nuestras habilidades sociales, de tal modo que, un individuo con escasos recursos personales y habilidades sociales, no mostrará una gran capacidad de adaptación, el proceso lo llevará a la práctica de forma pasiva, tal y como pueden ser por medio de:
Acatamiento
Cuando el individuo se conforma con las circunstancias, expectativas o imposiciones ajenas, ajustándose a las normas, pero sin que sus opiniones o acciones privadas se vean afectadas.
Identificación
Se da cuando la persona hace suyos los principios y las normas establecidas por otros, asimilándolas y aceptándolas como propias, pero sólo de forma meramente temporal.
Internalización
Cuando se aceptan como propios los principios de juicio y evaluación codificados por otros, interiorizándolos y asimilándolos de forma permanente como propios.
Conformismo
El individuo está dispuesto a apartarse establemente de los hábitos propios previamente adquiridos para garantizar la estabilidad en la nueva circunstancia.
Estos procesos de adaptación social llevan a la persona a la simple supervivencia, incluso, a estados de alienación; mientras que si sus condiciones le permiten ponerse en contacto de una forma real y adecuada al nuevo medio, estará afrontando el cambio de una manera positiva.
Las personas que logran su objetivos suelen ser aquellas que saben que cualquier cambio les ofrece una oportunidad de aprendizaje y crecimiento personal, muestran menos resistencia al cambio, son más flexibles a la hora de actuar con el fin de lograr sus objetivos y obtener mejores resultados en todos los ámbitos de su vida.
Aunque no cumplan plenamente nuestras expectativas, las personas solemos aferrarnos a nuestros criterios, a nuestras costumbres y circunstancias; cuando éstas se ven modificadas por alguna circunstancia, solemos resistirnos a aceptarlas, nos cuesta el cambio.
Resistencias ligadas a la personalidad: Hábitos, miedo a lo desconocido, preferencia por la estabilidad, percepción selectiva, satisfacción de necesidades identificación con la situación actual y protección de privilegios.
Resistencias ligadas al sistema social: Conformidad con las normas, coherencia de un sistema, intereses y derechos adquiridos en el sistema, carácter sagrado de ciertas cosas, rechazo a lo que resulta extraño o desconocido.
Resistencias ligadas al modo de implementación del cambio: El tiempo y los medios proporcionados para integrar el cambio, así como la credibilidad del agente de cambio.
Si consideramos que las emociones son el motor de la acción y que éstas pueden ser positivas o negativas, el comportamiento de la persona viene determinado por las características de éstas, de tal forma que si son positivas, promueven el crecimiento y favorecen la aceptación, mientras que si éstas son negativas, frenan el crecimiento y dificultan la aceptación.
La intensidad de la emoción sentida también repercute en el cambio, ya que, por ejemplo, si éste se acepta con satisfacción y alegría será positivo y se convertirá en un factor motivacional, pero si se desborda esta emoción, se perderá la objetivad con el consiguiente riesgo de caer en la imprudencia, incluso de la ensoñación de una hipotética y falsa realidad que lleve a la posterior frustración, la cual, a su vez, podrá ponerse de manifiesto por medio de la ira que, si se reprime, también generará conflictos personales negativos. Así como la incertidumbre provoca miedo que, si se maneja positivamente, aportará respuestas cognitivas que faciliten la adaptación y, por el contrario, provocará una parálisis en las acciones del individuo.
Desde la perspectiva emocional, la resistencia al cambio puede pasar por cuatro estadios:
Negación
En el impacto inicial, el individuo percibe el cambio como un peligro potencial que le genera ansiedad, bloqueo para afrontar la nueva situación y dificultad para avanzar optando por la inacción que le facilita quedarse anclado en el pasado.
Defensa
El individuo se aferra a las costumbres y tradiciones evitando la realidad, negándose a aceptar el cambio y reaccionando ante él con rabia o apatía.
Aceptación
Si la persona analiza que, además de inconvenientes, el cambio le ofrece ventajas, comenzará a aceptarlo. En esta etapa las respuestas suelen percibirse como ineficaces y con ello siente impotencia para impedir el cambio, sin embargo comienza a buscar soluciones y a desarrollar nuevas habilidades.
Aceptación
Cuando las consecuencias del cambio se hacen evidentes y provocan satisfacciones, o se admite que el cambio es irreversible, el individuo lo asimila y se adapta a él, dando a su vida un sentido diferente.
Cambiar significa modificar nuestros pensamientos, nuestro sentir, nuestras reacciones, para orientarlos en otra dirección que puede agradarnos o no, pero siempre nos supone el reto de enfrenarnos a lo desconocido, a la incertidumbre. Nuestro cerebro se resiste a aceptar lo desconocido, aunque esta modificación pueda representar una mejora para nuestra calidad de vida, porque lo interpreta como un peligro ancestral para la supervivencia. Esta es la razón por la cual, aun habiendo escogido voluntariamente el cambio, nos resulta difícil aceptarlo e incluso adaptarnos a él, porque el cerebro, neurobiológicamente hablando, muestra una resistencia hacia él, porque en él reside tanto nuestra memoria genérica que posee respuestas de lucha y huída, como nuestra memoria cultural, compuesta por nuestros valores.
El cerebro humano funciona como un ordenador en el que se recoge, almacena y extrae la información que procesa a través de nuestra memoria. Contiene 100.000 millones de neuronas, que se hallan conectadas entre sí por más de 100 billones de conexiones nerviosas que forman las redes neuronales, los centros donde se crean nuestros hábitos y conductas. Nuestra memoria (nuestra capacidad de acumular, retener y recuperar información) se aloja en las estructuras cerebrales denominadas amígdala e hipocampo. La amígdala recoge la información relacionada con procesos de dolor desde que nacemos y es imborrable, aunque sí se puede aprender a frenar los impulsos que de ella derivan: agresividad o reacciones de miedo como depresión, soledad, estrés, o pánico. El hipocampo madura alrededor de los 3 ó 4 años de edad y recoge información que podemos variarla y traerla a nuestra consciencia a voluntad. Las personas con una amígdala con menor sensibilidad, tienen, bancos de memoria con menos dolor y a través del hipocampo podemos aprovechar la información para modelar nuestras redes neuronales, mejorando así nuestra calidad de vida, siendo más resistentes a las respuestas de la amígdala. Esto quiere decir que nuestro cerebro es moldeable y, por tanto, modificable.
El cambio, el enfrentarse a lo desconocido representa un problema para el cerebro y para ello es fundamental emplear herramientas de cognición que nos ayuden a conocer y comprender las instrucciones que hay que enviarle para que se muestre más abierto y receptivo a aquello que desconoce. El cerebro guarda en redes neuronales nuestros recuerdos y proyecta estas imágenes del pasado sobre nuestros pensamientos a cerca del futuro reinterpretándolas convirtiendo nuestras ideas en certezas, a la vez que nuestra respuesta a los estímulos externos está controlada por la percepción de estas imágenes reinterpretadas por el cerebro. Como afirma Steven Rose, "nuestro cerebro nos engaña" ya que, como premisa busca la supervivencia y para conseguirlo suple la información que falta con proyecciones, ideas anticipatorias, al fin y al cabo con fantasías. Esto desencadena una respuesta del sistema nervioso, la cual será más compleja, cuanto más exigente sea el estímulo ambiental.
Por otro lado, está la dicotomía de pensamiento, la tendencia a tomar como válidos únicamente los criterios extremos: "blanco o negro", "bueno o malo", "positivo o negativo". Si a esto unimos la resistencia del cerebro, éste acaba por tomar con más frecuencia el criterio "negro", "malo", "negativo" como mero mecanismo de supervivencia y de huida ante lo desconocido.
Sin embargo, gracias a la neuroplasticidad cerebral de reorganizar funciones para adaptarse a los cambios (tanto internos como externos) podemos crear nuevas redes neuronales que nos permita desarrollar la capacidad de afrontar los nuevos desafíos y adaptarnos a ellos mediante el aprendizaje; de la experiencia obtenida con él ocurren los cambios cerebrales que permiten que la información pueda ser interpretada de otro modo diferente, que las nuevas experiencias de vida y los nuevos conocimientos que vamos adquiriendo, remodelen una y otra vez nuestro cerebro. Por tanto, si bien nuestros genes pueden predeterminar algunas de las características de nuestra personalidad, no son los responsables finales de ella.
La genética nos da el tono general, pero es el estado mental (pensamiento + emoción) quien condiciona nuestra forma de pensar (nuestro "Mundo Interior"), nuestra actitud corporal y la forma en que actuamos. Recíprocamente, al actuar de forma distinta estaremos cambiando la forma de pensar, la posición corporal y nuestros sentimientos y emociones.
La llamada "realidad", no es más que nuestra realidad y no la realidad absoluta. Cambiar interiormente significa expandir esa limitada realidad subjetiva. Podemos lograr lo que nos propongamos, especialmente si entendemos que cambiar interiormente es la clave para seguir evolucionando.
La adaptación, ya sea emocional o física, es algo útil y necesario para que evolucionemos igual que cualquier especie. Por ello, debemos aprender a "mutar" sobre la base de cada experiencia. Nuestro cerebro tiene capacidad para ello a través de nuestras características neurológicas y, por tanto, con aprendizaje y con una gestión eficaz de las capacidades y potencialidades, hace que estemos preparados para adaptarnos al cambio con motivación y serenidad.
Fuentes:
Inteligencia Emocional