martes, 17 de julio de 2012

Estigmatizados como "Bichos Raros"


“Si alguien no marcha a igual paso que sus compañeros,
puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente.
Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota.”
(Henry Thoreau)








Como todas las mañanas, se vio frente al espejo al levantarse y ¿qué es lo que vio? Lo mismo de todos los días, lo mismo que ve la gran mayoría de las personas cuando se miran ante el espejo, aunque no vean su reflejo real.

Tenía dos ojos, una boca, dos manos al final de sus brazos, dos pies que soportaban su esqueleto y le permitían caminar... Entonces, ¿qué diferencia podía existir en él respecto al resto de los mortales "no mutilados"?, se preguntaba contemplando un gran respeto por quienes podían sufrir cualquier tipo de minusvalía física, psíquica, cognitiva o sensorial. Le supuso años de reflexión, auto-estudio y auto-crítica hallar la respuesta, poder llegar a afirmar con seguridad, pero sin arrogancia, que en él sí existía una gran diferencia: era único, era inimitable, era irrepetible, era inigualable, porque como él no había, no hubo, ni habrá dos iguales. Ya que todos somos únicos, justamente aquello que le hacía distinto de los demás, era precisamente lo que le igualaba al resto. ¡Curiosa paradoja!


Pero él veía en sí mismo algo más que pocos podían apreciar en él: su autenticidad y todo cuanto esta palabra pueda llevar implícita: inteligencia, personalidad, inquietudes, comportamiento, indumentaria, expresiones, aficiones y un sinfín de elementos más que le resultaba imposible enumerar a bote pronto.

Como cada día, salió a la calle e hizo el trayecto hacia su trabajo en el autobús donde habitualmente se dedicaba a observar con silenciosa discreción los comportamientos de otros viajeros: uno dormía, otro se desgastaba los dedos pulsando incesantemente el teclado de su teléfono móvil; una chica con auriculares escuchaba música mientras canturreaba en voz alta con rítmicos movimientos de su cuerpo; una mujer leía las últimas páginas de un libro de Lou Marinoff cuyo título le provocó una sonrisa ciertamente maliciosa: "Más Platón y Menos Prozac"; un hombre maduro mantenía con el conductor una enfervorizada conversación sobre los resultados del partido de la liga de fútbol que la noche anterior habían retransmitido en televisión; otro molestaba a su compañero de asiento cada vez que invadía su espacio personal al pasar las páginas de su diario deportivo; dos mujeres "despellejaban viva" a una ¿amiga? ausente y, al fondo, una joven oteaba con la mirada ausente cuanto iba apareciendo en el exterior, al otro lado del cristal de la ventanilla en el que figuraba el letrero "Rómpase en caso de emergencia". Así, sucesivamente, cada uno se encontraba inmerso en su mundo, ajeno a lo que sucedía a su alrededor.

Una vez más volvía a preguntarse "¿en qué me diferencio yo de toda esta gente?". No le gustaba el fútbol por considerarlo, entre otras cosas, un deporte de masas al cual, los medios de comunicación, otorgaban demasiada notoriedad para desviar la atención de temas candentes de mayor trascendencia; así no era de extrañar que no gastase un céntimo en diarios deportivos, mucho menos se enzarzaría jamás en una discusión por un asunto tan banal e insustancial; no entendía el proceso de mutación sufrido por muchas personas al transformase en la prolongación de un aparato electrónico con un teclado y una pequeña pantalla que aparecía como una protuberancia en sus orejas o entre sus manos; siempre le gustó la discreción y manifestar respeto, no molestando a nadie con sus actos; detestaba juzgar a los demás y hablar mal de personas ausentes. No era dado a las comparaciones, tampoco a compararse con otros, máxime si se sabía diferente a ellos. No obstante, si le hubiesen obligado a tener que decantarse por alguno de sus compañeros de viaje por encontrar alguna similitud entre él y el resto de pasajeros, sin duda alguna, habría escogido a la lectora de Marinoff y, en todo caso, a la muchacha de mirada perdida. Con su "deformación" de analizarlo todo, ese entorno le creaba una ambivalencia, una dualidad ya familiar en él; por un lado se sentía bien, porque, al ir todos inmersos en sus propios y pequeños mundos, no sentían la necesidad de reparar en él, así podía pasar desapercibido sin que le observasen como a alguien diferente a ellos y podía sentirse él mismo en libertad; sin embargo, y por otra parte, le producía un sentimiento de vacío y soledad por saberse distinto a todos, por no tener una forma de pensar y actuar tan convencional como la manifestada por el resto. Pensaba que, indiscutiblemente, a este mundo le hace falta leer más a Platón para poder tomar menos Prozac.

Bajó del autobús en la misma parada de siempre y anduvo hasta a la oficina, mientras sentía en la cara el rigor del frío invierno. Poco antes de llegar a su destino, se cruzó con un hombre elegantemente vestido con un impecable traje gris marengo que se dejaba ver bajo su abrigo negro de buena calidad, con relucientes zapatos casi a estrenar. Hasta aquí no había nada que pudiese parecer extravagante a ojos ajenos, si no fuese por la gorra de béisbol roja que conjuntaba en color con una gran bufanda de lana gruesa con pompones en sus extremos, posiblemente tejida a mano con el cariño de una madre. Le sorprendió gratamente apreciar como este hombre caminaba con paso firme y seguro de sí mismo, sin manifestar ningún sentimiento de ridículo, cuando su atuendo habría provocado la risa en más de uno y en más de dos.

Tras sus pasos, el hombre se alejaba tarateando una alegre cancioncilla, mientras al frente, a nuestro protagonista, le esperaban horas de burla, incomprensión, críticas, indiferencia e incomunicación por su peculiar personalidad, por sentirse continuamente catalogado como "el rarito de la ofi", lo cual le llevaba a sentir inseguridad y pérdida de autoestima; a tener que mantener un elevado nivel de auto-control para poder sobrellevar con serenidad y estoicismo esa incómoda situación durante jornadas interminables, durante meses, años, tal vez toda una vida... Situaciones que, en sí mismas, mermaban cotidiana y paulatinamente los mecanismos necesarios para que pudiese interactuar con su entorno social y que podían llegar a incapacitarle para hacerlo eficazmente.

En este hábitat que llamamos "sociedad", donde la socialización parece una cualidad en decadencia; en esta "jungla" en la que vivimos, en la que nos comportamos con más violencia y agresividad que la especie animal más feroz, el protagonista de esta historia tenía que enfrentarse, día a día, a un monstruo por el que temía ser devorado cada vez que tomaba el autobús, al ir a la panadería, durante su horario de trabajo, en una reunión de la comunidad de vecinos, al dar un paseo en solitario, inclusive en la convivencia con algunos miembros de su propia familia, es decir, siempre que interactuaba con otras personas con las que no encontraba afinidad alguna.

Mantener su autenticidad le pasaba una costosa factura cuando se mezclaba con otros seres únicos como él, pero también opuestos diametralmente a su percepción de las cosas; seres que, a diferencia de él, no poseían unos valores humanos fundamentales: la tolerancia, la comprensión y, por tanto, el respeto. Mientras él seguía con sus eternos interrogantes: "¿Qué hay de diferente en mí?", "¿Qué es lo que tengo que cambiar?", "¿Cómo puedo lograr integrarme?", tras los cuales resurgía su imperecedera satisfacción por ser tal y como era sin maquillaje, ni artificios; en resumen, la permanente contradicción que no sabía a qué o a quién achacar.
¿Por qué...?

¡Quién lo sabe!

Posiblemente la responsabilidad fuese compartida por su propia complejidad, la cual le impedía ser más básico de lo esperado, y por cuantos componían su entorno social, quienes, llevados por su simplicidad se habían dejado arrastrar por la fuerza de una sociedad que premia la discriminación de las personas que, por una u otra razón, no cumplen con todos los requisitos que ésta impone para legitimar una membresía cualificada y han de conformarse con ser, simplemente, catalogados como "bichos raros".

Esa era su realidad, esa era una de sus cualidades fundamentales, con ella tenía que convivir en un continuo conflicto interno, en un bucle infinito de dudas y emociones negativas que le impedían disfrutar de su vida con serenidad...

Sólo por poner algunos claros y sencillos ejemplos, basta con ser tímido, introvertido, reservado, carecer de ciertas habilidades sociales, mostrar una "vena mística" o espiritual, no ser agraciado físicamente, tener un insólito "leitmotiv", llamarse como un rey godo o vestir de manera inusual, para convertirse en motivo de chanza de un colectivo que no muestra ningún miramiento hacia las cualidades ajenas y, con ello, evidencian su carencia de valores humanos y éticos, el hecho de estar limitados por lo meramente estético y acomodaticio que les simplifica y facilita su trivial esencia y existencia.

¿Por qué "rarito"? ¿Por qué influir negativamente en el ánimo de una persona haciéndola sentir "la oveja negra" en un "rebaño de merinas"? ¿Por no ser convencional? ¿Por tener una identidad propia que no se adapta a ciertos cánones sociales admitidos y elogiados? ¿Por qué...?

Las personas con un nivel de conciencia más desarrollado que la media suelen no encajar bien en su entorno, por lo que padecen un marcado sentimiento de inadecuación que mella su estabilidad emocional siempre que no aprendan a superarlo o, al menos, a manejarlo convenientemente. Estas personas suelen ser muy intuitivas, sensibles y sensitivas, de modo que, perciben con mayor facilidad que el resto, las actitudes ajenas como si de receptores de vibraciones externas se tratase. Tienen una vida interior muy rica, la cual no les impide tener grandes inquietudes que les llevan permanentemente a cuestionar una realidad a la que no encuentran un sentido lógico y razonable. No aceptan de forma natural quedarse con la percepción de superficialidad de la vida, de ahí que, al no ser fácil encontrarlo -por no decir imposible-, suelen manifestar un cierto grado de frustración, viéndose permanentemente forzados a desarrollar unas habilidades que no se adaptan a su naturaleza, pero que les permitan integrarse en un grupo con el que, como piezas de otro rompecabezas, nunca podrán encajar por completo, a pesar de sus esfuerzos por refrenar e incluso rechazar su condición natural. Viven la compasión como algo natural y buscan dónde ejercerla, aman la belleza y los vínculos afectivos. Todo ello les lleva a poner en práctica sus mejores valores e intentan superarse a diario a sí mismos. Las personas con estas características y que sufren este sentimiento de "no encajar en el mundo" son las que padecen aquello que, en Psicología Transpersonal, se ha dado en llamar "Complejo de Inadecuación Esencial".

Nuestra identidad es el conjunto de rasgos que nos hace ser diferentes a los demás, expresa quién y cómo somos. Con ella marcamos un estilo propio, original e individual, que si no encaja con las normas mayoritariamente aceptadas, provoca recelo en quienes miran la vida desde el prisma de la simplicidad y, como no alcanzan a comprender la complejidad de otro carácter diferente al suyo, temen que éste les pueda perjudicar de algún modo "siniestro" que se escape a su control e incluso les haga perder su rol de superioridad aparente. Así, para ocultar el miedo que su propia debilidad e inseguridad les provoca, contraatacan con el único medio que su elemental personalidad les permite: el desprestigio mediante la mofa, sin reparar en las graves consecuencias que puede suponer para la persona que es víctima de este "acoso burlesco y difamatorio". En contrapartida, si teniendo una personalidad compleja, compuesta por cualidades, ideas, emociones o tendencias diferentes y muy marcadas, renunciamos a nuestra propia esencia, literalmente, estaremos renunciando a nosotros mismos para pasar a vivir permanentemente bajo una falsa apariencia, tras una máscara que, tarde o temprano, acabará por caer dejando al descubierto nuestra verdadera personalidad totalmente desprovista de recursos para la adecuación social.

No hay que ser cautivos de uno mismo, del "ser", de sentir la vida de acuerdo a unas etiquetas que rijan todos nuestros actos de forma inamovible, ya que, de este modo, nos estaremos privando del desarrollo y de la evolución personal. No conviene ser rehenes del "estar", resignándonos indefinidamente a lo conocido por temor a asumir los riesgos y la incertidumbre que la vida lleva implícitos. Como tampoco hay que  ser prisioneros del "parecer", basando nuestras vidas en la simple apariencia, en el puro e insignificante convencionalismo, sin aventurarnos a sumergirnos en la maravillosa profundidad de la existencia. La cuestión es trabajar para aprender a ser libres y espontáneos en cualquier lugar y situación, tarea nada fácil, dicho sea de paso. 


Yo, personalmente, me siento marcada por el estigma de ser frecuentemente considerada como un "bicho raro", pero prefiero pertenecer a Venus que a Marte y sentirme satisfecha y orgullosa de ser un unicornio, azul, al ser posible, antes que formar parte de un rebaño de ovejas churras o merinas, tanto da, en el que todas son iguales y en poco se diferencian, reses incapaces de moverse por sí mismas si no son guiadas por un perro pastor que las conduzca al redil.


La razón de preferir ser de Venus, la abordaré en una próxima ocasión, pero el motivo por el cual opto por ser un unicornio, como Shawn Achor siendo niño hizo creer a  su hermana Amy, se puede encontrar en el siguiente video. Y de color azul porque si me pierdo en mi universo interior, sé que alguien en el exterior me añorará, buscará mi regreso, respetando y valorando mis cualidades únicas. Sólo así seguiré siendo fiel a mi singularidad y a cuantos me une un lazo afectivo. 


Y tú ¿Quién deseas ser?

¿Quién eres realmente?



“Si uno es diferente se ve condenado a la soledad”.
(Aldous Huxley)

AnA Molina (Administrador del blog)


Escapando del Culto a la Media


"Un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno,
pero una mentiras a medias, de ningún modo es una media verdad."
(Jean Cocteau)
En esta ágil y amena conferencia en TEDxBloomington (programa de organización de eventos), el psicólogo Shawn Achor hace una interesante reflexión sobre la aportación que la Psicología Positiva puede ofrecer a las personas "diferentes" que, por el mero hecho de sobresalir de la media, pueden tener dificultades para "encajar" en su entorno, induciéndolas a la infelicidad, mientras que la valoración positiva de estos "atípicos puntos rojos de la gráfica", mediante la readaptación cerebral que les permitiá percibir la realidad desde una perspectiva optimista, fomenta su bienestar psicológico y emocional, lo cual redundará, satisfactoriamente, tanto en su eficacia y en el alcance exitoso de sus objetivos, como en los resultados educativos y empresariales.

A continuación del video, y para facilitar la comprensión a los hispanohablantes que no dominen la lengua inglesa, se presenta la trascripción al castellano de la conferencia:




"Cuando yo tenía siete años y mi hermana sólo cinco, jugábamos en la cama superior de la litera. Entonces, tenía dos años más que mi hermana. Bueno, ahora sigo siendo dos años mayor. En ese momento significaba que tenía que hacer lo que yo quisiera y yo quería jugar a la guerra. Estábamos en la cama de arriba. Y a un lado yo tenía todos mis soldados y mi armamento. Y al otro lado estaban todos los caballitos de mi hermana listos para una batalla de caballería.

Hay varias versiones de lo que sucedió esa tarde, pero ya que ella no está hoy aquí, voy a contarles la verdadera historia que trata de que mi hermana era un poco torpe. De alguna manera, sin ninguna intervención de su hermano, de pronto Amy desapareció de la cama superior y aterrizó en el suelo. Yo, muy nervioso, me asomé para ver lo que había sucedido a mi hermana. Y la vi sobre sus manos y rodillas en el suelo.

Me puse nervioso porque mis padres me habían encomendado que jugáramos lo más seguros y silenciosos posible. Recordaba cómo Amy se había roto el brazo por accidente sólo una semana antes, cuando heroicamente la había empujado para evitar una bala de un francotirador imaginario, por lo cual ni me dieron las gracias. Yo hice todo lo posible, ella ni siquiera la vio venir. Yo me esforzaba mucho en portarme bien.
Y en la cara de mi hermana vi un gemido de dolor y sufrimiento en su sorpresa, a punto de estallar, despertara a mis padres de su larga siesta. Entonces hice lo único que mi loca cabeza de siete años pudo pensar temiendo una tragedia. Si Uds. tienen hijos, habrán visto esto cientos de veces. Le dije: "Amy, Amy, espera. No llores.¿Viste como caíste? Ningún humano cae así, a cuatro patas. Amy, eso quiere decir que eres un unicornio".

Era una trampa porque lo que ella más quería era, en lugar de ser Amy, la hermanita lesionada de cinco años, ser Amy, el unicornio especial .Esta opción le habría parecido imposible un momento antes. Si hubieran visto a mi pobre hermana manipulada ante el conflicto de prestar atención al sufrimiento, dolor y sorpresa que estaba padeciendo, o contemplar su nueva identidad como unicornio. Y venció esto último. En lugar de llorar o de suspender el juego, en lugar de despertar a mis padres, con todo lo que me habría caído encima, una sonrisa iluminó su cara y se arrastró ahí mismo a la litera con toda la gracia de un bebé unicornio con una pierna fracturada.

Lo que nos encontramos a esta tierna edad de sólo cinco y siete años -ni lo sabíamos entonces- fue algo que iba a estar al frente de una revolución científica dos décadas después, sobre la manera en que vemos el cerebro humano. Lo que vimos es algo llamado Psicología Positiva, que es la razón por la que estoy hoy aquí y por la que me levanto cada mañana.

Cuando empecé a hablar de esta investigación fuera del mundo académico, en empresas y escuelas, lo primero que me dijeron es que nunca comenzara una charla con una gráfica. Y lo primero que haré será comenzar con una gráfica. Esta gráfica parece aburrida, pero es la razón por la que ilusionado me levanto por las mañanas. Pero no significa nada lo que aquí se ve; son datos falsos.

Me encantaría que estos datos vinieran de Uds., de esta audiencia, porque habría una clara tendencia de lo que sucede y eso querría decir que lo puedo publicar, que es lo único que importa. El punto extraviado, el rojo, significa que hay un tipo raro en el salón. Sé quién eres, ya te vi antes; pero no importa. Como todos saben, puedo simplemente borrar ese punto. Y puedo porque es claramente un error de medición. Y sé que es un error de medición porque está estropeando mis datos.

Una de las primeras cosas que enseñamos en los cursos de estadística, negocios y psicología, es cómo eliminar a los raros de manera estadísticamente válida. Y ¿cómo eliminamos a esos atípicos para encontrar la línea de mejor ajuste? Es fantástico si estoy tratando de encontrar cuántos Advil (1) debe tomar una persona promedio: dos. Pero si estoy interesado en su potencial, o en la felicidad, o en la productividad, o en la energía, o en la creatividad, estamos creando un culto científico a los promedios.

Si preguntara "¿Qué tan rápido aprende un niño a leer?", los científicos la cambiarían a: "¿Qué tan rápido el niño promedio aprende a leer?", para luego ajustar la clase justo al promedio. Y si estás fuera del promedio de la curva, los psicólogos se emocionan porque eso quiere decir que o estás deprimido o tienes un problema, o, con suerte, ambas. Queremos que sean ambas porque nuestro modelo del negocio dice que si vienes a terapia con un problema, nos aseguremos que salgas con diez, para que sigas viniendo. Volveremos a tu niñez, si es necesario, pero lo que queremos es volverte normal. Pero normal es lo mismo que promedio.

Lo que propongo con la Psicología Positiva es que si estudiamos lo que es apenas promedio, nos quedaremos en lo escasamente promedio. Y en lugar de borrar esos atípicos positivos, lo que hago es venir a un grupo como éste y preguntar: ¿por qué? ¿Por qué algunos de Uds. están tan encima de la curva en su habilidad intelectual, atlética, musical, creativa, sus niveles de energía, su capacidad para asumir retos o su sentido del humor? Lo que sea, en lugar de borrarte, prefiero estudiarte. Porque quizás descubriremos la manera, no de mover a la gente hacia el promedio, sino de elevar los promedios de las empresas y de las escuelas de todo el mundo.

La importancia de esta gráfica es que cuando conecto las noticias, parece que casi toda la información es negativa, no positiva. La mayoría es sobre crimen, corrupción, enfermedades, desastres. Y rápidamente mi cabeza empieza a pensar que esa es la proporción real de lo negativo en el mundo. Lo que sucede es que se crea el llamado síndrome del estudiante. Si Uds. conocen a alguien que estudie medicina, sabrán que en el primer año, cuando leen la lista de todos los síntomas y enfermedades que puede haber, de pronto se dan cuenta de que las tiene todas.

Tengo un cuñado llamado Bobo -eso es otro cuento-. Bobo se casó con Amy, el unicornio. Bobo me llamó por teléfono desde la escuela de medicina de Yale y me dijo: "Shawn, tengo lepra". Lo cual, aun en Yale, es bastante raro. Yo no tenía ni idea de cómo consolarlo porque él acababa de salir de una semana de menopausia.

Estamos descubriendo que no es que la realidad nos transforme, sino que la lente con la que vemos el mundo transforma nuestra realidad. Y si cambiamos la lente, no sólo cambia el grado de felicidad, sino también los resultados educativos y empresariales.

Cuando solicité admisión en Harvard, me arriesgué. No esperaba ser admitido y mi familia no podía pagarlo. Dos semanas después conseguí una beca militar y me admitieron. Algo que ni siquiera era una posibilidad, se hizo realidad. Ya estando allá, supuse que todos lo verían como un privilegio, que estarían muy emocionados. Aun en una clase llena de personas más listas que tú, eres feliz de estar ahí. Así me sentía. Pero descubrí que, aunque algunas personas así lo sienten, cuando me gradué, en cuatro años, y los ocho que seguí viviendo en la residencia de estudiantes...Harvard me lo pidió. Yo no soy así. Como funcionario asesoraba a estudiantes esos 4 difíciles años. Y lo que descubrí, en mi investigación y en mis clases, es que esos estudiantes, aparte de la felicidad que sentían por haber entrado en la universidad, dos semanas después pensaban no en la suerte de estar ahí, ni en la Filosofía o la Física, sino en la competencia, en la carga académica, en las dificultades, la presión, las quejas.


Cuando entré, fui al comedor de los de primero, con mis amigos de Waco, Texas, donde yo crecí...Supongo que a algunos les suena. Cuando venían a visitarme, miraban alrededor y decían: "Este comedor parece salido de Hogwart, de la película de Harry Potter", lo cual es cierto. Este es el de Hogwart de la película y este es el de Harvard. Veían esto y decían: "Shawn, ¿por qué pierdes el tiempo estudiando la felicidad en Harvard? En serio, ¿qué puede tener un estudiante de Harvard para sentirse infeliz?".


Implícito en esta pregunta está la clave de la ciencia de la felicidad. Porque lo que se asume con esa pregunta es que por el mundo exterior se puede predecir tu felicidad, cuando en realidad, si conozco tu mundo exterior, puedo predecir el 10% de tu felicidad a largo plazo. El otro 90% proviene no del exterior, sino de la manera en que procesas lo externo. Y si cambiamos la fórmula de la felicidad y del éxito, cambiará la manera en que afectan la realidad. Encontramos que solo el 25% del éxito es predecible por el coeficiente de inteligencia. El 75% del éxito se puede predecir por los niveles de optimismo, por el apoyo social y por percibir la presión como reto en vez de amenaza.

Hablé en un internado de New England, quizás el más prestigioso, y me decían: "Ya lo sabemos. Por eso cada año, además de las clases, tenemos una semana de bienestar. Es emocionante. El lunes traemos al principal experto del mundo que viene a hablar sobre la depresión en adolescentes. El martes es sobre violencia y acoso en la escuela. El miércoles es sobre problemas alimenticios. El jueves es cómo evitar las drogas. Y el viernes estamos entre sexo riesgoso y felicidad". Anoté: "Como los viernes de todo el mundo...". Me alegro de que les guste; a ellos no les gustó nada. Silencio total. En medio del silencio, dije: "Me encantaría hablar aquí, pero esa no es una semana de bienestar, sino de malestar. Han recorrido todo lo negativo que puede suceder, pero no han hablado de lo positivo".

La ausencia de enfermedad no es salud. Para llegar a la salud tenemos que invertir la fórmula de la felicidad y del éxito. En los últimos tres años he viajado a 45 países, trabajando con escuelas y empresas en medio de la depresión económica. Vi que en la mayoría siguen esta fórmula:"Si trabajo más duro, tendré más éxito. Si tengo más éxito, seré más feliz". Así solemos actuar como padres o administradores. Así motivamos el comportamiento.

Pero científicamente está mal, es regresivo, por dos razones. Primero, cada vez que tienes un éxito, la meta cambia, la forma del éxito. Sacaste buenas notas, ahora debes obtener mejores, ingresaste a una buena escuela, luego hay que ir a una mejor, conseguiste un buen empleo, hay que obtener uno mejor, alcanzaste tu meta de ventas, vamos a cambiarla. Y si la felicidad viene después, nunca la vas a alcanzar. Lo que hemos hecho es empujar la felicidad más allá del horizonte cognitivo. Pensamos que hay que tener éxito y luego ser felices.

Pero el cerebro trabaja en sentido opuesto. Si hoy elevas el nivel de positivismo de alguien, entonces sentirá lo que llamamos una ventaja de felicidad, o sea que el cerebro en positivo funciona mucho mejor que cuando está negativo, neutro o estresado. Se eleva la inteligencia, la creatividad, los niveles de energía. Lo que descubrimos es que se mejoran todos los resultados económicos. El cerebro positivo es un 31% más productivo que si está negativo, neutro o bajo presión. Trabajamos un 37% mejor en ventas. Los doctores son un 19% más rápidos, más precisos y más correctos en sus diagnósticos, si están positivos, que si están negativos, neutros o presionados. Lo cual indica que se puede invertir la fórmula. Si encontramos una manera de volvernos positivos en el presente lograremos aún mayores éxitos al poder trabajar más duro, más rápido y con más inteligencia.

Necesitamos aprender a invertir la fórmula para ver lo capaz que es el cerebro. La dopamina, que irriga el sistema cuando somos positivos, tiene dos funciones. No sólo te hace sentir más feliz, sino que también activa los centros de aprendizaje permitiéndote adaptarte al mundo de manera diferente.

Hemos encontrado maneras de entrenar el cerebro para que se vuelva más positivo. En lapsos de sólo dos minutos, durante 21 días, podemos readaptar el cerebro, permitiendo así que funcione con más optimismo y mayor éxito. Hicimos esta investigación en las empresas con que he trabajado haciendo que escriban tres motivos de gratitud durante 21 días seguidos, tres cosas nuevas cada día. Y al final sus cerebros empiezan a retener un patrón de buscar en el mundo no lo negativo, sino primero lo positivo.

Al anotar una experiencia positiva del día anterior le das fuerzas al cerebro. Aprendes a darle importancia al comportamiento. La meditación ayuda a superar el TDAH (2) que hemos creado, al tratar de hacer muchas cosas a la vez y ayuda a concentrarse en una sola tarea.  finalmente, los actos aleatorios de bondad son actos conscientes. Hacemos que la gente, al abrir su buzón de correo, escriban un mensaje positivo elogiando o agradeciendo a alguien en la red social.

Y al hacer estas actividades, al entrenar el cerebro, igual que se entrena el cuerpo, notamos que se puede invertir la fórmula de la felicidad y el éxito y al hacerlo, no sólo se crean olas de positivismo, sino que se genera una verdadera revolución.

Muchas gracias."

Notas:
(1) - Advil es una marca de ibuprofeno, un antiinflamatorio no estoroideo, fabricado por la farmacéutica Pfizer desde 1984.
(2) - TDAH corresponde a las siglas del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.

Fuente:
Shawn Achor: El Feliz Secreto para Trabajar Mejor


Los Espejos Gritan





Cuesta mirarlos. Cuesta admitirlos. Pero sobre todo, cuesta empezar a cambiar la situación que reflejan. La verdad es que pocas escuelas enseñan esa otra realidad del mundo que tanto avergüenza. Pocos padres muestran a sus hijos qué se esconde debajo de la alfombra que pisa la sociedad global. Esa sociedad "civilizada" y "desarrollada" sólo para algunas cosas. Quizá por eso, nos cuesta tanto.


En el fondo lo sabemos, la mayoría de nosotros fuimos educados y formados a medias. No hablo de geografía, gramática o econometría. Sino de saber en qué mundo vivimos. Qué ocurre en este lugar que habitamos y lo más importante, por qué ocurre. Desde pequeños aprendemos mucha teoría o conocimiento "estándar" y nos preparamos para tratar de hacernos un hueco en la sociedad. Es decir, para ser alguien típicamente importante. Todo esto lo aprendemos en esos ordenados pasos que la sociedad nos empuja a ir siguiendo en las diferentes etapas de nuestra vida. Y sin pararnos a pensar: ¿Es esto lo que quiero? ¿Dónde me lleva este camino previamente marcado?

Se podría considerar raro, muy poco habitual o mejor dicho: es extrañísimo, que recibamos una formación en la que se nos enseñe a encontrar nuestro lugar en el mundo, pero sin que ello genere daño, injusticia o sufrimiento para los demás. Esa es una de las razones que explican por qué cuando el mundo se muestra tal y como es, no queremos mirarlo ni vernos reflejados; aunque los espejos de la realidad muestren la injusticia en estado puro y griten con todas sus fuerzas qué nos está ocurriendo.

Cuesta afrontar la realidad de un mundo cada día más al revés. Cuesta asimilarla, asumirla. Pero hay que dar ese paso. Y es algo que antes o después tendremos que hacer. Todo está relacionado y conectado, aunque no nos demos cuenta o no lo queramos admitir: lo que le ocurre al mundo nos afecta a todos. No podemos ignorarlo o vivir de espaldas a una humanidad visiblemente deshumanizada. Es posible que al mirar para otro lado sintamos cierta tranquilidad temporal, pero entramos en una dinámica de posponer y amontonar problemas, hasta que un mal día nos salten todos a la vez.

Estamos ante la mayor oportunidad de darle la vuelta a las cosas. La realidad es como es, no como nos gustaría que fuera. Aceptémosla. Y empecemos a cambiarla, transformarla, rehacerla. Creerlo es crearlo, crearlo es cambiarlo. Hagámoslo posible. Hoy.

Por Alfonso Basco

FUENTE: