En
el entorno laboral existe la creencia que quienes realizan diferentes pausas en
su jornada de trabajo, tienen un menor rendimiento que aquellos que no se
mueven de su puesto salvo lo estrictamente necesario.
Yo,
personalmente, desarrollo una labor que requiere una gran concentración para
llevar a cabo una buena labor de análisis, lo cual, tras largas horas de
trabajo, en ciertas ocasiones, puede llegar a producir desgaste y fatiga
intelectual importantes que impiden, o al menos dificultan, el avance
satisfactorio de mis tareas. Sin embargo, basta con tomarme una breve pausa
para estirar las piernas, caminar unos metros, cambiar el escenario y tomar el
aire o charlar con mis compañeros para ver cómo el bloqueo mental desaparece y
me permiten "desintoxicarme", lo cual me permite sentirme más
distendida y predispuesta a continuar con mi trabajo, incluso, ese intercambio
de palabras me sirve para encontrar soluciones que previamente no veía. Por
ello, siempre he considerado importante hacer pequeñas pausas en el trabajo
cada 2 ó 3 horas que permiten despejarse y rendir mejor tras ellas. Tal vez
estos pequeños retrasos puedan suponer finalizar unos minutos más tarde, pero
es un tiempo irrelevante que se recupera ampliamente con el mejor y más alto
rendimiento en las horas posteriores a la interrupción, implicando también una
mejor calidad de las tareas.
El
pasado 15 de marzo, se publicó en la revista "Expansión" el
artículo que presento a continuación, en el cual se expone que, según Douglas
Conant y Mette Norgaard, autores del libro "¡Vivan las interrupciones!",
las pausas en el trabajo para tomar un café, charlar unos minutos o sólo para
los fumadores salir a fumar un cigarro, no representan una pérdida de productividad,
ya que, además de permitirnos despejar la mente y desentumecer el cuerpo
después de horas sentados en una silla, estas interrupciones pueden ser un
aporte de nuevas ideas y un intercambio de conocimiento con una repercusión
positiva sobre la productividad de los empleados y, por ende, en los resultados
de las empresas.
Correos
electrónicos, reuniones imprevistas, llamadas telefónicas, vistazos a las redes
sociales y alguna que otra charla en la máquina de café no convierten a un
trabajador en alguien menos productivo. Al contrario, Douglas Conant y Mette
Norgaard defienden en su libro "¡Vivan las interrupciones!"
(editorial Empresa Activa) esas pequeñas pérdidas de tiempo en la oficina.
Los
autores sostienen que estas interrupciones pueden convertirse en verdaderas
oportunidades de influir, guiar y moldear el curso de los acontecimientos. Cada
una de ellas es una ocasión para transformar un momento. Y es que cuando una
decisión se resiste, cuando un proyecto no parece avanzar o cuando un problema
aqueja a un responsable, una parada puede servir para tomar aire y ver las
cosas de otra manera.
Cada
una de estas interacciones -que en el libro son tratadas como "puntos
de contacto"- pueden establecer “unas expectativas de rendimiento
altas, infundir una mayor claridad y más energía en el programa”. Aunque en
muchas ocasiones los líderes consideran estas interrupciones como distracciones
sin valor para el trabajo, Conant y Norgaard defiende que “son el auténtico
trabajo. Son los momentos que dan vida a nuestras estrategias y prioridades”.
Hace unos meses, la revista Fortune apoyaba la posibilidad de que algunas interrupciones en el trabajo no sólo no son perniciosas, sino que pueden resultar positivas e incluso necesarias. Además de esta publicación, la Universidad de Melbourne defiende las distracciones como un método beneficioso en la oficina. En un estudio que realizó en 2011 aseguraba que la gente que usa Internet por razones personales en su puesto de trabajo es alrededor de un 9% más productiva que aquellos que no lo hacen, porque los usuarios que se distraen en Internet “se concentran más y mejor”. Susan Scott, fundadora de la compañía de formación y desarrollo de ejecutivos Fierce Inc. asegura que “si la gente hace bien su trabajo no debería preocuparnos que existan ciertas distracciones”.
Pero
como todo, para que los momentos de esparcimiento en el trabajo salgan
rentables deben estar sujetos a un sistema que en "¡Vivan las
interrupciones!" divide en tres pasos:
1)
Escuchar atentamente para comprender la cuestión.
2)
Una vez comprendido, es necesario encuadrar la situación.
3)
Impulsar la conversación para promover el asunto de que se trate.
“Cada
punto de contacto está cargado de posibilidades. Cada uno puede forjar o romper
una relación”, defienden Conant y Norgaard. Incluso una interacción breve
puede cambiar lo que los demás piensan de sí mismos, de sus líderes y del
futuro. Además, estos puntos de contacto funcionan como una red de relaciones.
“Es posible que cualquier cosa que digamos o hagamos en un punto de contacto
sea transmitido a cinco o seis personas de su red”. Algo que pueden
utilizar los responsables para establecer un efecto exponencial que puede
ayudar a resolver problemas o agilizar proyectos con otros puntos de vista que,
sin estas pequeñas interrupciones, no serían escuchados.
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