En
el entorno laboral existe la creencia que quienes realizan diferentes pausas en
su jornada de trabajo, tienen un menor rendimiento que aquellos que no se
mueven de su puesto salvo lo estrictamente necesario.


Yo,
personalmente, desarrollo una labor que requiere una gran concentración para
llevar a cabo una buena labor de análisis, lo cual, tras largas horas de
trabajo, en ciertas ocasiones, puede llegar a producir desgaste y fatiga
intelectual importantes que impiden, o al menos dificultan, el avance
satisfactorio de mis tareas. Sin embargo, basta con tomarme una breve pausa
para estirar las piernas, caminar unos metros, cambiar el escenario y tomar el
aire o charlar con mis compañeros para ver cómo el bloqueo mental desaparece y
me permiten "desintoxicarme", lo cual me permite sentirme más
distendida y predispuesta a continuar con mi trabajo, incluso, ese intercambio
de palabras me sirve para encontrar soluciones que previamente no veía. Por
ello, siempre he considerado importante hacer pequeñas pausas en el trabajo
cada 2 ó 3 horas que permiten despejarse y rendir mejor tras ellas. Tal vez
estos pequeños retrasos puedan suponer finalizar unos minutos más tarde, pero
es un tiempo irrelevante que se recupera ampliamente con el mejor y más alto
rendimiento en las horas posteriores a la interrupción, implicando también una
mejor calidad de las tareas.

Correos
electrónicos, reuniones imprevistas, llamadas telefónicas, vistazos a las redes
sociales y alguna que otra charla en la máquina de café no convierten a un
trabajador en alguien menos productivo. Al contrario, Douglas Conant y Mette
Norgaard defienden en su libro "¡Vivan las interrupciones!"
(editorial Empresa Activa) esas pequeñas pérdidas de tiempo en la oficina.
Los
autores sostienen que estas interrupciones pueden convertirse en verdaderas
oportunidades de influir, guiar y moldear el curso de los acontecimientos. Cada
una de ellas es una ocasión para transformar un momento. Y es que cuando una
decisión se resiste, cuando un proyecto no parece avanzar o cuando un problema
aqueja a un responsable, una parada puede servir para tomar aire y ver las
cosas de otra manera.

Hace unos meses, la revista Fortune apoyaba la posibilidad de que algunas interrupciones en el trabajo no sólo no son perniciosas, sino que pueden resultar positivas e incluso necesarias. Además de esta publicación, la Universidad de Melbourne defiende las distracciones como un método beneficioso en la oficina. En un estudio que realizó en 2011 aseguraba que la gente que usa Internet por razones personales en su puesto de trabajo es alrededor de un 9% más productiva que aquellos que no lo hacen, porque los usuarios que se distraen en Internet “se concentran más y mejor”. Susan Scott, fundadora de la compañía de formación y desarrollo de ejecutivos Fierce Inc. asegura que “si la gente hace bien su trabajo no debería preocuparnos que existan ciertas distracciones”.
Pero
como todo, para que los momentos de esparcimiento en el trabajo salgan
rentables deben estar sujetos a un sistema que en "¡Vivan las
interrupciones!" divide en tres pasos:
1)
Escuchar atentamente para comprender la cuestión.
2)
Una vez comprendido, es necesario encuadrar la situación.
3)
Impulsar la conversación para promover el asunto de que se trate.

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