"Nos queremos, pero ella de vez
en cuando estalla y tenemos unas broncas extraordinarias sin ningún motivo. En
esos momentos sé que la quiero, pero dudo de mis sentimientos hacia ella".
Este es un comentario muy frecuente en el
despacho de un psicólogo. Podríamos poner "el" en vez de
"ella", y una relación entre padres e hijos o entre jefes y
subordinados, el planteamiento del problema es el mismo. Una de las partes
espera que la otra haga algo, pero que salga de ella. El eterno problema entre
analíticos y sintéticos.
Los
analíticos son personas muy detallistas que se fijan en las pequeñas cosas y, a
partir de ellas, sacan conclusiones. En Psicología las llamamos "adivinadores
del pensamiento", ya que parece que adivinan las necesidades y los
deseos de los demás y se adelantan. No hay que decir que la mayor parte de las
veces se equivocan.
Los
sintéticos son el polo opuesto, ven las cosas de forma global y les cuesta un
extraordinario esfuerzo llegar a los detalles. Evidentemente, no es blanco o
negro, sino un "continuum" relativo en el que nos situamos
todos.
¿Qué
ocurre cuando una persona analítica y una sintética se relacionan? Lo que
ocurre es que se produce un problema grave de comunicación, en el que cada uno
de los implicados va a sacar la conclusión de que el otro no le quiere o no le
valora. Veámoslo, estudiando con más detalle las características de cada uno de
los grupos y qué ocurre cuando hay una interrelación.
Los
analíticos parten de tres premisas falsas:
1."Todas las personas son iguales
a mi." Premisa evidentemente falsa, ya que, para empezar, hay
analíticos y sintéticos, lo cual no debe dejar de sorprendernos, ya que de ello
estamos hablando.
2. "Si yo le quiero (o le
aprecio, o le valoro) trato de adelantarme a sus necesidades. Por lo tanto, si
él (o ella) no lo hace conmigo, quiere decir que no me quiere (o no me aprecia,
o no me valora)". Esta premisa también es falsa, ya que una cosa no
conlleva a la otra. Alguien puede quererme, pero no ser capaz de adivinar mis
necesidades.
3. "Si lo tengo que pedir,
entonces ya no tiene valor". Esta es la tercera premisa falsa. ¿Quién
dice que pedir algo le quita valor?
Otra característica de los analíticos es
que suelen hablar con indirectas, evitan decir las cosas claras. "Ummm,
qué tarde más buena hace" para un analítico no significa eso, sino
"me gustaría salir a dar un paseo", o "estaría bien que
pusieras la ropa a secar" o cualquier otra cosa. La dificultad añadida
es que los sintéticos no utilizan indirectas, pero tampoco las captan. Para un
sintético, la frase anterior significa exactamente eso, "ummm, qué
tarde más buena hace".
Las personas analíticas tienen ideas, son
creativas (a imaginación no les gana nadie), tienen iniciativas, siempre están
queriendo hacer cosas, no paran quietas. Las personas sintéticas están bien
como están y les encanta seguir las iniciativas de los demás. Yo suelo decir
que los sintéticos son como perritos falderos, que siempre están dispuestos a
agradar a su dueño, pero nunca toman la iniciativa. Las personas analíticas
casi siempre aciertan con los regalos. Los sintéticos, casi nunca, si no es por
pura casualidad, con gran desesperación de los analíticos ("si me
quisiera, sabría que odio los perfumes").
Junten a dos personas con éstas características
tan diferentes y verán que es una bomba de relojería. La escena es la
siguiente: el analítico quiere, por ejemplo, ir al cine. Pero lo que más le
gustaría es que la otra persona se diera cuenta por sí misma de que lo que
quiere es ir al cine. Pero no dice nada. O, mejor dicho, lo dice de una forma
tan indirecta, que nadie lo entiende: "Creo que últimamente están
haciendo mejores películas que hace unos años".
Ya sabemos que esta frase para un
sintético significa exactamente eso, que ahora se hacen mejores películas que
antes. Y contestará "¿ah, sí? No lo sabía". Nuestro analítico
se enfada interiormente, pero sigue sin decir nada. Al cabo de cinco minutos o
de tres días o una semana, vuelve a pasar algo parecido. Quiere algo, pero no
lo dice. Vuelve a enfadarse. Pero sigue sin decir nada.
Cuando la gota rebasa el vaso, estalla
por la mayor tontería. El sintético se encuentra con una bronca inesperada y
dice: "No entiendo por qué te pones así, si no he hecho nada",
y nuestro analítico le contesta "claro, tú nunca haces nada, sólo
piensas en ti". El analítico ha llevado en secreto un proceso interior
al que ha sido completamente ajeno el sintético. ¿Las consecuencias? Los dos
tienen sensación de desamor.
Es paradójico, porque de la misma forma
que a los analíticos les encanta que los demás les adivinen sus necesidades,
los sintéticos se sienten bien cuando alguien les pide algo. Los sintéticos
adoran hacer favores a los demás. Pero sólo hacen favores cuando captan la
petición, es decir, cuando alguien explícitamente se lo pide.
Pasa lo contrario con los analíticos, que
hacen favores sin que nadie se lo pida y entonces se sienten decepcionados
"encima que le hago ese favor, así me lo agradece". Pero es
que nadie le ha pedido ese favor, sólo se lo ha imaginado. Porque los
analíticos se equivocan dándole significado a cosas que no las tienen.
¿Cómo acabar con esta situación? Este
círculo paradójico se rompería si el adivinador pidiera claramente sus deseos:
"Quiero ir al cine esta tarde". Ante esta petición, lo más
probable es que el sintético quiera ir al cine. En cualquier caso, es mejor un
"no", a la falta de respuesta, porque un "no"
produce enojo, pero la falta de respuesta produce sensación de desamor.
La labor para cambiar la situación consiste,
pues, en conseguir que el analítico rompa sus premisas falsas. Y para ello
tiene que adaptar sus estrategias a la persona que tiene delante. El analítico
puede pedir, tiene capacidad para hacerlo, mientras que solicitarle a un
sintético que tenga más cuidado y empiece a adivinar, es tarea imposible. Por
lo menos yo no sé hacerlo.
Cuando se relacionan un analítico y un
sintético hay un conflicto de comunicación. Esto se solucionaría si el
analítico fuera capaz de pedir lo que desea y si no se adelantara a las
necesidades de los demás.
Yo soy bastante analítico. Pero no
ejerzo. Quienes me conocen saben que si quieren algo de mí, me lo tienen que
pedir explícitamente. Capto todas las indirectas, pero no me doy por aludido.
Me río mucho cuando alguien me dice indirectas, porque me mantengo impasible.
En todo caso, si veo una indirecta, puedo preguntarle a la otra persona qué es
exactamente lo que me está pidiendo. Tampoco acepto favores de los demás que yo
no haya pedido directamente.
Si aceptara favores no pedidos podría
llevarnos al famoso triángulo dramático del Análisis Transaccional:
Perseguidor, Salvador, Víctima. Las personas analíticas somos carne de cañón
para meternos en este triangulo. Mejor me quedo fuera. Por eso, no hago favores
que no se me pidan claramente, ni acepto favores que yo no haya solicitado.
El 95% de los conflictos matrimoniales
que yo he atendido en mi consulta se deben a que uno es analítico y el otro
sintético. Hay muchas mujeres que son analíticas y que sufren esperando que sus
maridos se den cuenta de sus necesidades. También ocurre al revés, aunque según
mi experiencia, suele ocurrir en menor grado.
¿Qué ocurre si se juntan dos personas
analíticas? No ocurre nada malo. Cada uno se adelanta a las necesidades del
otro. Dos personas analíticas unirán sus ideas, su creatividad para hacer cosas
conjuntamente. Dos analíticos se lo pasarán bomba, porque tienen grandes ideas
y están dispuestos a llevarlas a término. Casi no tienen que hablar porque con
simples miradas ya saben lo que piensa el otro. No necesitan preguntar qué
regalo quiere el otro para su cumpleaños, porque siete meses antes ya se ha
dado cuenta de que el otro se quedó mirando algo en un escaparate o hizo un
comentario sobre un objeto que le había gustado.
¿Y dos sintéticos? Tampoco pasa nada
malo, a no ser el aburrimiento absoluto que tendrán. Los dos se quedarán
tranquilamente viendo la televisión toda la tarde o leyendo una novela (cada
uno la suya). Tranquilos, sin prisas. No hay problemas. Si alguno quiere algo,
lo pedirá directamente. Y si no lo pide, no pasa nada, no culpabilizará al otro
por no haber sabido adivinar sus necesidades. Y si uno pide algo, lo más
probable es que el otro se lo dé. Y si la respuesta es “no”, pues no
pasa tampoco nada. No es mas que un “no” a algo muy concreto. Ahí no hay
sensación de desamor. Cuando hay dos perritos falderos, cada uno se queda en su
rincón. Y son felices. No esperan nada de nadie.
Pero, como también dije, no son dos extremos, no es algo blanco o negro. Alguien puede ser muy
analítico para otra persona más sintética, pero quedarse corto ante un
analítico mucho mayor. Como he dicho, yo soy bastante analítico, pero una vez
tuve una novia que era muchísimo más analítica que yo. Como éramos muy jóvenes
y yo todavía no sabía estas cosas, ella me montaba unas broncas extraordinarias
y yo me quedaba aturdido sin saber el motivo. La relación duró poco, claro.
Ahora no me pasaría.
Cuando se establece una relación entre
analíticos y sintéticos, se produce un conflicto. También, las personas
analíticas tienen todos los boletos para entrar en el triángulo dramático del
análisis transaccional.
Eric Berne, en su libro “Los Juegos en los que Participamos” habla de un juego llamado “el juego del salvador”. Steve Karpman lo desarrolló, creando el triángulo dramático.
Lo voy a explicar con un ejemplo. Imagina que vienes a mi ciudad y yo me ofrezco para ir a buscarte al aeropuerto. Voy al aeropuerto, te recojo y te llevo a tu Hotel. Puedes darme las gracias o no darme las gracias. Se establece una relación entre tú y yo. De alguna manera, yo te ayudo y tú te dejas ayudar. Los dos estamos en una posición de igualdad.
Pero imagina que te voy a buscar al
aeropuerto, pero empiezo a transmitirte, implícita o explícitamente que “todo
el mundo abusa de mi, que soy un desgraciado, ¿por qué yo tengo que hacer
favores a todo el mundo y nadie me los agradece...”.
Yo, que estaba en una posición de Salvador, me estoy poniendo en una posición de Víctima. Claro, si tú entras en el juego que yo acabo de establecer, tendrás que cambiar de posición. O cambiarás a Salvador o cambiarás a Perseguidor. Yo he pasado de Salvador a Víctima.
Yo, que estaba en una posición de Salvador, me estoy poniendo en una posición de Víctima. Claro, si tú entras en el juego que yo acabo de establecer, tendrás que cambiar de posición. O cambiarás a Salvador o cambiarás a Perseguidor. Yo he pasado de Salvador a Víctima.
O cambiarás a Perseguidor, “eres un cerdo,
bastantes problemas tengo como para que ahora me vengas con estas historias...".
También puedo cambiar de Salvador a Perseguidor.
Imagina que empiezo a decirte, implícita
o explícitamente, la idea de “siempre tengo que solucionarte los problemas,
¿eres tonto, no sabes que hay taxis y tienes que estar molestándome? Yo siempre
tengo que preocuparme por ti, nunca sabes resolver tus problemas por ti mismo,
con lo a gusto que estaría ahora viendo la televisión, en vez de estar dos
horas esperando que llegue tu avión…”.
En este caso, si entras en el juego,
tendrás que cambiar de posición, a Salvador o a Víctima. En cualquier caso, el
final de esta historia es que los dos nos quedamos con la sensación de desamor.
¿Cómo evitar esto? No haciendo favores que
no te hayan pedido directamente, ni aceptando favores que no hayas pedido
directamente. Haciendo esto, te quedas fuera del triángulo dramático.
Por: Ricardo Ros (Psicólogo).
FUENTE:
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