La globalización
está provocando
un obsesivo afán de
identidad,
que va a provocar
muchos enfrentamientos.
Nuestras cabezas se
mundializan,
pero nuestros
corazones se localizan.
(José Antonio Marina)
Vivimos
en un mundo impregnado de permanentes procesos de identidad, aunque no sean
siempre reconocibles, obvios o evidentes. Desde los fenómenos más simples,
hasta los más dramáticos problemas internacionales, la identidad es una de las
más sobresalientes expresiones de nuestra cultura.
El
modo en que organizamos nuestras vidas, la forma en que nos vestimos, nuestras
maneras de construir y modificar el entorno, los diversos trabajos que
desempeñamos para ganarnos la vida, los valores y creencias, las maneras de
relacionarnos con los otros, las narraciones sobre nuestras vidas e historias,
por sólo poner algunos ejemplos, están marcados por los procesos de identidad,
tanto de las identidades individuales como de las colectivas.
Además,
sin subestimar en absoluto la importancia de los factores económicos y
políticos que están en la base de casi todas las tragedias del mundo actual,
debemos recordar que los más terribles enfrentamientos y conflictos de hoy en
día se relacionan (y/ o se manipulan) desde las contradicciones y desacuerdos
históricos y culturales entre diferentes grupos de identidad. Pero no solamente
falta tolerancia y comprensión entre unos grupos y otros (pienso en géneros,
etnias, partidos políticos, culturas, religiones, naciones, civilizaciones;
incluso seguidores de unas teorías o de otras); faltan también identificaciones
y sentimientos de identidad universal. Esto, indudablemente, contribuye a la
creciente preocupación actual por las dinámicas de identidad.
De
todos modos, el interés por las identidades (no importa con qué concepto se
identificaran) es tan antiguo como el diálogo y la confrontación entre
culturas; y tiene una historia académica y científica específica que ya pasa de
medio siglo, desde los trabajos de Eric Erikson durante y después de la Segunda
Guerra Mundial.
Nos
pudiéramos hacer, para empezar, algunas preguntas generales, muy a tono con
algunos debates actuales:
1.
¿Es la identidad, todavía, en estos tiempos post-modernos, un tema de interés para
las ciencias sociales y la educación?
2.
¿Qué se entiende por identidad?
3.
¿Podemos hablar de diversos tipos de identidades?
4.
¿Cómo se construyen las identidades?
Hay
muchos otros interrogantes. Están relacionados con la influencia de los
procesos de globalización y saturación en las identidades, la velocidad de los
cambios culturales, los conflictos y transformaciones identitarios que generan
las nuevas realidades -tanto urbanas como rurales- y el modo tan desigual en
que todo esto impacta a los diversos sectores de la sociedad. Cualquiera de
estos temas sería suficiente para un debate transdisciplinario especial. El
sólo asunto del cambio vertiginoso ha sido resaltado desde hace años. El
esfuerzo requerido de la persona para mantener un sentido de identidad propia
en estas condiciones cambiantes "puede exceder su umbral de tolerancia,
o la capacidad de sus mecanismos de adaptación".
Importancia
de las identidades y de las teorías de identidad
En
el momento actual se pueden encontrar -con la misma intensidad- artículos y
teorías académicas que se inclinan por pensar que en un mundo globalizado y
postmoderno las identidades (sobre todo las nacionales) y los debates sobre
ellas no resultan procedentes porque están algo así como en "fase
terminal", así como otros, los más, que los encuentran muy necesarios
sobre todo en el contexto de la globalización. Si hay una tendencia que pueda
caracterizar a las ciencias sociales como un todo, es la preocupación por las
dinámicas de identidad. Las identidades van desapareciendo porque todos somos
hoy bastante similares hasta en nuestros cambios
De
todos modos, incluso concentrándome en la psicología, este presunto
desvanecimiento de las identidades resulta muy relativo y superficial, sobre
todo porque no se está hablando en un sentido antropológico, sino desde la
perspectiva del nuevo mundo cómodamente globalizado para los pocos que pueden
"almorzar en New York y cenar en Tokio". Pero ¿alguien se cree
que el mundo actual realmente tiende a igualarnos a todos más allá de la imagen
del campesino fragmentado que pastorea su vicuña con Adidas viejos y
toma Coca Cola? ¿o del pueblito tradicional con sus contornos
desdibujados por una valla publicitaria? Claro que no, la realidad
latinoamericana está inundada de niños que desayunan inhalantes, almuerzan
sobras y regresan a sus casas cada noche ansiosos de una cena, tal vez su
última cena, porque es un milagro que el pobre pueda repetir al otro día el
miserable ciclo; e incluso que el rico no se vea amenazado por la misma
pobreza.
Por
suerte lo que predomina es la comprensión de que se trata de una creciente
diferenciación, pero no de la manera "buena" que favorece la
multiculturalidad con igualdad, justicia, paz y respeto a los derechos humanos,
sino de la manera "mala": injusta, violenta y fragmentadora
del yo. Hay muchos que desalientan los debates de identidad por el temor
justificado a que se utilice como pretexto de mayor violencia e incomprensión.
En
fin, podemos estar seguros de que los asuntos de identidad se discuten más que
nunca, aunque la distancia entre los discursos académicos, populares y
oficiales sea mucho más grande de lo que puede apreciarse a primera vista. Como
todos construimos, pensamos y vivenciamos nuestras identidades, así como la
necesidad y los conflictos de identidad, cualquier madre, padre, maestro o
investigador habla de la identidad como algo que es tan evidente como nuestra
propia existencia; algo de lo que no hace falta un conocimiento especial. Esto
puede estar bien, porque todos pensamos y construimos el conocimiento, pero si
se trata de investigación social, de psicología, hace falta trabajar y debatir
los conceptos para aprovechar mejor la experiencia de otros.
Los
científicos sociales han nombrado y pensado las identidades de muy diversas
maneras, especialmente como necesidad:
•
Necesidad de un fuerte sentido de identificación grupal.
•
Necesidad de raíces e identidad.
•
Necesidad de mantenimiento existencial y de integración universal.
•
Necesidad de un sentido de pertenencia y de autoconcepto positivo.
•
Necesidad de conocernos a nosotros mismos y de ser reconocidos.
•
Necesidades básicas de autodeterminación, protección y dignidad.
•
Necesidad de identificarnos a nosotros mismos y de argumentar narrativamente
estas identificaciones y su continuidad.
•
Necesidad, individual y social, de continuidad entre el pasado, el presente y
el futuro.
•
Necesidad de procesos de construcción de sentidos.
Pero,
no importa cómo se le llame ni qué aspectos se enfaticen –la autoimagen, la
búsqueda de sentido, el autorrespeto, la libertad, la autocategorización, la
pertenencia, la reflexividad o la narración– parece ser que, a pesar de la
resistencia de algunos que defienden a ultranza las posiciones construccionales
radicales (del constructivismo y construccionismo), las personas siguen
necesitando de la sensación de relativa estabilidad que proporciona la
identidad individual. También del sentimiento y percepción de pertenencia a
diversos grupos humanos que se ven a sí mismos con cierta continuidad y
armonía, dadas por cualidades, representaciones y significados construidos en
conjunto y compartidos. Claro que la complejidad, durabilidad, profundidad y
sentido de estas identificaciones puede ir desde el pertenecer al club de fans
de la Charanga Habanera, hasta sentirse parte de los sin tierra, de la
comunidad latinoamericana, o de la identidad universal del ser humano. Pero las
grandes identidades no necesariamente se contradicen con las otras, por muy
complejas que sean las maneras en que se relacionen. También debe decirse que
muchas veces, unas incluyen a las otras; un ejemplo es lo que se refiere a la
territorialidad: habanero, cubano, latinoamericano, ciudadano del mundo.
Lo
cierto es que los rasgos compartidos (no importa cómo hayamos construido las
percepciones de igualdad y continuidad) nos hacen sentir como "peces en
el agua" dentro de nuestros diversos grupos de pertenencia, así como
relativamente diferentes a otros, todo lo cual debería hacer a nuestra
humanidad más rica y no más violenta. Pero ahí está parte del problema; es
sorprendente lo fácil que resulta a todos comprender que la naturaleza es más
rica en la medida en que se conserven todas sus especies, que los bosques son
más bosques en la medida en que las plantas sean más diversas y la fauna que
los habita no los abandone. Sin embargo, la intolerancia a la diversidad humana
no parece estar a la altura de los avances en las ciencias humanas. Las
instituciones educativas y sociales deberán centrarse más en la condición
humana, permitiendo que hombres y mujeres de estos tiempos, tan difíciles,
podamos reconocernos en lo común, y, al mismo tiempo, en la diversidad cultural
inherente a todo cuanto es humano. También necesitamos identificar nuestras
producciones culturales como propias, ya que al reconocernos en ellas
aumentamos nuestra autoestima y desarrollo espiritual. Para lograr esto,
considero que hay que devolverle al humanismo (más allá de sus protagonistas o
errores concretos) el valor que, en la cultura actual, ciertos paradigmas
tratan de desacreditar.
En
fin, lejos de perder importancia, el tema de las identidades ha captado el
interés de todos, ya sea que hablemos de las identidades individuales y
colectivas, o de la identidad de los productos culturales; lo mismo pensemos en
nuestros ambientes inmediatos, que en nuestra identidad terrenal.
El
concepto de identidad
En
cuanto a los conceptos, sería muy largo reconstruir los caminos a través de los
cuales he tratado de estudiar diversas aproximaciones a las identidades.
Hay,
por ejemplo, una idea que está implícita o explícitamente presente en casi
todas las definiciones; es la relación de la identidad tanto con la igualdad
como con la diferencia y la otredad. Asimismo, los procesos de identidad se
relacionan con otras dimensiones como continuidad y ruptura; lo objetivo y lo
subjetivo; las fronteras y los límites; el pasado, el presente y el futuro; lo
homogéneo y heterogéneo; lo que se recibe de otras generaciones y lo nuevo que
se construye; lo cognitivo, lo afectivo y lo conductual; lo consciente e
inconsciente; etc. Ninguna de estas dimensiones puede ser desarrollada aquí,
pero mencionarlas nos sirve para fundamentar el carácter complejo de las
identidades y la conveniencia de pensar los polos que la atraviesan, no de manera
simple y lineal, sino dialéctica, transdisciplinaria y, sobre todo, compleja.
Pero
esto no impide que entre los discursos de identidad, especialmente los
discursos oficiales, podemos encontrar decenas y cientos de referencias a la
necesidad de "rescatar", "ser fiel", "mantener",
"conservar" o "enseñar" literalmente las
identidades y la pureza de las culturas, lo cual no es solamente imposible,
sino inadecuado.
Ahora
hace falta dejar claro, al menos, un asunto psicológico que es fundamental para
continuar con la importancia de las identidades. Las identidades también pueden
ser entendidas como una expresión del proceso cognitivo de categorización, que
ayuda a los sujetos a entender, poner en orden, regular y construir las
representaciones del mundo en que vivimos para que nos resulte más predecible y
menos confuso.
Categorizar,
en fin, es agrupar bajo un mismo nombre objetos que son, de alguna forma,
diferentes; puede entenderse como sinónimo de construir conceptos que ayudan a
marcar fronteras de identidad, a pesar de la compleja dualidad entre
homogeneidad y heterogeneidad y del peligro que implican la simplificación y
los estereotipos sociales. La categorización es una ayuda o "ahorro"
cognitivo que nos facilita la compresión y ubicación en grupos (cubana,
montañero, guajira, desplazado, desechable, intelectual, maestro, postmoderno,
antioqueña). Muchas categorías pueden aparecer juntas y tener diversas maneras
de interacción o subordinación; también mayor o menor grado de implicación
valorativa o discriminatoria. La cuestión, de todos modos, es que aunque el
mundo sea complejo, las personas buscan categorizaciones que las ayuden a
entender, colocarse y relacionarse con el ambiente.
Tratando
de recapitular y de generalizar se puede decir que "cuando se habla de
identidad de algo, se hace referencia a procesos que nos permiten suponer que
una cosa, en un momento y contexto determinados, es ella misma y no otra
(igualdad relativa consigo misma y diferencia –también relativa- con relación a
otros significativos), que es posible su identificación e inclusión en
categorías y que tiene una continuidad (también relativa) en el tiempo".
Todo lo cual, por cierto, no implica ninguna concepción estática,
fundamentalista o esencialista. En el caso de las identidades subjetivas
(porque la definición anterior es muy general y vale lo mismo para la música
salsa, el arte gótico o un movimiento social) es necesario añadir que no
solamente un individuo –o grupo- es el mismo y no otro, sino, sobre todo, que
tiene conciencia de ser el mismo y no otro en forma relativamente coherente y
continua a través de los cambios.
Todas
estas características, especialmente las que tienen que ver con las fronteras y
límites en las identidades, cobran sentido en los contextos en que ciertos
significados fueron construidos y dotados de cierta "facticidad
objetiva" por procesos subjetivos y lingüísticos que dialogan con la
realidad. Ignorar esto nos haría imposible el menor acercamiento a la
problemática de las identidades que van cambiando, surgiendo y desapareciendo
cada vez con más rapidez.
Entonces,
la identidad no es algo que está ahí, esperando a ser "descubierta".
Cualquier identidad necesita ser pensada, reconocida, establecida y aceptada
–negociada algunos dicen– en un proceso práctico y de comunicación humana, que
se lleva a cabo a través de interacciones discursivas y de la actividad. Un
ejemplo, poco distante, pero muy contemporáneo, es el de la construcción de la
Unión Europea, que, por cierto, no ha planteado pocos retos a las identidades.
Profundizando
en las identidades específicamente humanas, las personas no sólo estamos
conscientes o percatadas de nuestras igualdades y diferencias con otros, de
nuestras particularidades, tenemos también la habilidad o cualidad conocida
como reflexividad, la cual, para muchos autores, es lo que permite a individuos
y grupos llevar una crónica particular de sus vidas y repensarse a sí mismos.
Pero
no sólo el pasado es valorado. En un sentido más amplio, la reflexividad es
nuestra habilidad de mirar al pasado y modificar el presente de acuerdo al
mismo, o de modificar el pasado (o nuestra narración del pasado) de acuerdo a
la valoración de nuestro presente. En presencia de "otros"
significativos y de nuevas circunstancias es imposible que no se incremente
nuestro "awareness" ("consciencia") acerca de la identidad, especialmente
cuando lo que parecía natural y estable se ve violentado, reprimido o invadido
por factores humanos, tecnológicos o simbólicos muy ajenos e incongruentes.
También, la reflexividad se favorece con las propias equivocaciones, por los
errores; porque sin error, no puede haber reflexividad.
Por
último, nuestro pensamiento reflexivo también tiene que ver con nuestra
pertenencia a grupos. A tal extremo que Henry Tajfel ha definido nuestra
identidad social como la parte del autoconcepto individual que tiene que ver
con estas pertenencias, junto con la apreciación y significado emocional
asociado con la mismas.
Más
allá de dejar claro que todas las identidades son sociales y que prefiero hablar
de identidades "individuales y colectivas" en lugar de "individuales
y sociales", debo decir que el conjunto de identidades colectivas de
cada sujeto –nacional, de género, de clase, religiosa, étnica, profesional y
todas aquellas no tradicionales que surgen día a día a propósito de la misma
exclusión o de la influencia de los medios– aunque puedan estar disponibles
para todos, en un mismo espacio y tiempo, constituyen una especie de "gestalt
particular" que es única. En gran medida, esta manera particular de
combinarse, pensarse, expresarse y narrarse nuestras pertenencias a unas y
otras categorías y grupos, es nuestra identidad personal. A tal extremo lo
personal es social.
La
posibilidad de cambio en las inclusiones grupales y en los sentimientos de
pertenencia es enorme e implica, para cada persona, no una asimilación pasiva
de los valores y normas que le "enseña" la escuela y la
sociedad, sino una activa incorporación y construcción, con el apoyo de
interacciones, resignificaciones discursivas de la historia personal y uso de
los procesos de memoria y reflexividad.
Algunos
autores actuales prefieren, en beneficio del carácter activo del sujeto, hablar
de "actos de identificación", intencionales, direccionales y
situados en escenarios particulares, en los cuales las personas, lejos de ser
"recolectoras de su pasado" son narradoras que moldean y
reconstruyen constantemente el mismo, integrándolo al presente y proyectándolo
al futuro, en beneficio del sentido de continuidad.
Con
lo dicho hasta aquí, es posible pasar a una definición más limitada y a la vez
más compleja de identidad; la de las identidades humanas. "Cuando se
habla de la identidad de un sujeto individual o colectivo hacemos referencia a
procesos que nos permiten asumir que ese sujeto, en determinado momento y
contexto, es y tiene conciencia de ser él mismo, y que esa conciencia de sí se
expresa (con mayor o menor elaboración o awareness) en su capacidad para
diferenciarse de otros, identificarse con determinadas categorías, desarrollar
sentimientos de pertenencia, mirarse reflexivamente y establecer narrativamente
su continuidad a través de transformaciones y cambios". Dicho muy
brevemente, es la conciencia de mismidad.
Para
llegar aquí, he tratado de incorporar, desde una comprensión bastante abierta,
las contribuciones de los cuatro enfoques principales que veo en el estudio de
las identidades, especialmente las colectivas:
1.
Enfoques "objetivos" (que responden a preguntas acerca de cómo
son determinados grupos).
2.
Enfoques "subjetivos" basados en la autopercepción (cómo se
definen determinados grupos).
3.
Enfoques –subjetivos también- pero basados en la "autocategorización"
y pertenencia (de qué grupos me siento parte).
4.
Enfoques "discursivos" (qué discurso de identidad caracteriza
a un grupo, un partido, una religión, un movimiento, etc.).
Casi
nadie -a no ser desde posiciones muy "naif"- utiliza
científica y exclusivamente el enfoque objetivo, aunque está necesariamente
implícito en los otros. Sin embargo, para algunos la defensa del enfoque
discursivo es radical, hasta el extremo de pensarse, por ejemplo, que no hay
identidades, sino "discursos de identidad". Para otros, es
posible analizar como una realidad lo que está "detrás del discurso".
De todos modos, aunque éste no sea el tema en que debo detenerme, la aparición
de los enfoques discursivos ha revolucionado la manera de pensar en psicología
y educación, así como el autoritarismo de las verdades únicas acerca de los más
diversos temas humanos y educativos. Yo considero que unos y otros enfoques –o
más bien, los aspectos que unos y otros enfoques distinguen– son todos
indispensables, se relacionan y se necesitan de múltiples maneras; no se
excluyen radicalmente si no se les trata con rigidez y dogmatismo.
La
construcción de las identidades
Veamos
ahora algunos aspectos sobre el proceso mediante el cual se forman las
identidades individuales y colectivas. En la actividad y la comunicación con la
familia, la escuela y el resto de la sociedad, tiene lugar un proceso de internalización
y apropiación de herramientas culturales como el lenguaje, las habilidades, las
representaciones compartidas y los significados. Este proceso ocurre tanto para
los individuos como para los grupos, pero nunca es unidireccional, ni mecánico
o exclusivamente cognitivo.
Me
gustaría enfatizar, mirándolo de un punto de vista humanista e histórico
cultural, que en la interacción y comunicación con otros y con el ambiente
natural y material, las personas desarrollan formas creativas y personales de relacionarse
con el ambiente.
Las
formas verbales y no verbales de comunicación, los significados y sentidos
compartidos, las memorias pasadas, los símbolos, los valores, las actitudes,
las tradiciones, los hábitos, las costumbres, los gustos, los prejuicios, hasta
las expectativas futuras, son recibidos por los niños y niñas en crecimiento, y
por los jóvenes, a través, primero, de los adultos cercanos que cuentan e
interpretan las experiencias pasadas, y luego, por nuevas y variadas
influencias en la escuela, el trabajo, los amigos, la comunidad y los medios
por supuesto. A veces, sobre todo para los que viven en zonas rurales muy
atrasadas, es tanta la incongruencia y diversidad en los mensajes y la falta de
preparación e información general, que resulta muy difícil para ellos funcionar
como receptores activos y críticos de los mismos.
Muy
temprano los niños participan en "prácticas sociales del recuerdo"
tales como rituales, festividades populares, visitas a monumentos y
celebraciones, mediante las cuales se establecen vínculos y se asumen como
propias algunas memorias. Hasta las memorias más personales pueden ser
recordadas u olvidadas por acción de los adultos que "seleccionan"
qué se retrata, se dice, se silencia o se celebra. Tal puede ser el poder de
las familias e instituciones. Pero, a pesar de la fuerza y de los adultos y
figuras de autoridad como los maestros, no tienen el poder suficiente para
manipular totalmente la memoria y las identidades; hace falta la experiencia
personal. Sin experiencias personales significativas, las palabras y la
participación en rituales pueden tener un efecto nulo. No basta colocar el
modelo delante del alumno, sino que hace falta identificación con el modelo
para que se imite.
Por
otro lado, aunque las personas tengan experiencias personales muy
significativas y estén insertadas en grupos que también las compartan, tampoco
esto basta para garantizar la memoria y la identidad colectiva. Hace falta un
nivel adecuado de participación de cada cual, así como de satisfacción de
ciertas necesidades dentro de los grupos, para que se desarrolle el sentimiento
de pertenencia y la identidad individual y grupal.
Así,
las interacciones sociales, la participación y las experiencias personales de
los sujetos, además de las influencias de la historia y el poder, son todos
elementos importantes e inseparables para la construcción de las identidades
personales en la actividad, aunque durante el transcurso de la vida unos u
otros factores puedan cambiar su significación o peso. Este mismo principio
vale para la construcción de identidades colectivas. Y, cuando hablo de
construcción de nuevas identidades colectivas, no me refiero específicamente a
la inclusión de un sujeto en una identidad ya existente (en la familia, en una
religión, en una banda o en un equipo), sino a la construcción de nuevas
categorías de identidad. A veces, nos cuesta mucho trabajo aceptar las nuevas
construcciones identitarias o entender la necesidad de las mismas, casi siempre
puestas de manifiesto a través de una nueva categoría; también a los
científicos sociales, a pesar de todo lo que sabemos de teoría. En La Habana,
aunque no me propongo desarrollar la situación cubana, a veces reviso trabajos
e investigaciones donde se estudian "muestras" acorde a sexo,
edad, barrio, escolaridad, ingresos, etc. Sin embargo, en un reciente estudio
de mercado que realicé, no solamente encontré muchas diferencias con respecto a
los rasgos compartidos, las categorizaciones, pertenencias y discursos de
identidad de los jóvenes con respecto a mis trabajos hasta el 2000, sino
también una pluralidad de identificaciones que respondían a muy diversos
criterios cruzados y complejos ("rockeros", "mickeys",
"intelectuales", "palestinos", "rastas",
"frikies", "reparteros", "jineteras",
"barbies", etc.). Aunque muchas identidades tradicionales
siguen teniendo sentido (obrero e intelectual, por ejemplo), en ciertos
contextos, otras categorías, como estudiante, resultaban poco diferenciadoras
de un "otro" significativo en las difíciles situaciones
sociales y económicas que el país atraviesa. Me refiero a la heterogeneidad
interna debido, precisamente, al alto número de personas que estudian .
Cuando
un niño o una niña nacen en la Pampa de José Hernández, en el México de Hidalgo
o en la América de Simón Bolívar y José Martí, conocen, aman, se identifican y
hasta mueren por una tierra, una cultura, un símbolo o un valor. No los tienen
que crear (aunque sí recrear y enriquecer), están ahí esperando por ellos, por
sus lecturas, afiliaciones y rupturas. Pero estas identidades, por muy hechas,
profundas o estables que resulten, también tuvieron sus procesos de
construcción, y pueden cambiar, crecer o hasta desaparecer, como ocurrió en la
antigua Unión Soviética. Es fácil estar de acuerdo en que todas las identidades
son construidas. El caso es entender cómo, desde qué, por quién y para qué.
El
reto es, también, conocer y entender cuáles son y cómo se han formado -o
destruido- las nuevas y viejas identidades; así como el costo y sentido que
estos procesos han tenido para la población en general.
Para
resumir este punto, se puede decir que una identidad colectiva se ha formado,
que un grupo humano se ha constituido como identidad para los otros y para sí,
cuando éste se logra pensar y expresar como un "nosotros" y,
de alguna u otra manera, puede compartir rasgos, significaciones y
representaciones, así como desarrollar sentimientos de pertenencia, todo lo
cual se expresa en procesos discursivos que nombran y dan sentido a estos
espacios socio psicológicos. Igualmente quisiera resumir que la formación de
nuevas identidades no es algo que se "enseña" o transmite a
sujetos que reciben, sin resistencia, lo que se les inculca. Por el contrario,
la formación de nuevas identidades tiene que ver con sujetos activos,
comunicándose y actuando en contextos socioculturales. De acuerdo a como he
tratado de entender estos procesos desde la concepción histórica y cultural,
las interacciones humanas no se pueden abordar al margen del lenguaje, de su
desarrollo histórico, de las actividades conjuntas con el entorno material, ni
de la influencia de relaciones de poder.
Debo
decir que la UNESCO ha planteado que se trata de aprender a vivir juntos
desarrollando el conocimiento de los otros, de su historia, de sus tradiciones
y su espiritualidad. También, y a partir de ahí, crear un nuevo espíritu, que,
precisamente, gracias a esta percepción de nuestras interdependencias
crecientes, impulse a la realización de proyectos comunes o bien a un manejo
inteligente y pacífico de los inevitables conflictos.
Pues
bien, es imposible la realización de proyectos conjuntos sin la existencia de
identidades, porque éstas son las que nos hacen sentir que compartimos, con
otros, metas y aspiraciones comunes. Los objetivos educativos más universales
serían imposibles sin la contribución de la educación a la construcción de
identidades tanto individuales como colectivas, mediante la inserción y
participación creativa de todos en la cultura.
El
hecho de compartir la pertenencia a un grupo transforma la relación entre las
personas de una manera que permite la acción colectiva coordinada y eficaz,
pues, cuando las personas consideran que los demás pertenecen a su misma
categoría, es más probable que experimenten confianza y respeto y que cooperen
con ellos. Por eso la educación debe participar protagónicamente en la
construcción de identidades. Todos tenemos el derecho a recibir la herencia
cultural que nos precede, y a apropiarnos libre y creativamente -desde esos
referentes- de todo lo nuevo que nos pueda aportar la cultura en su sentido más
amplio.
Nadie
tiene que aceptar que se le enseñe todo desde referentes ajenos, que depositan
el conocimiento como si los alumnos fueran recipientes vacíos. Cientos de
estudios dan cuenta de los falsos retrasos e "inculturas" que
resultan de la incapacidad para apreciar el valor de los conocimientos que
están encerrados en las diversas culturas, aunque no se trate de las culturas
dominantes. No es pequeño el reto que estos problemas nos plantean.
Las
culturas viven y vivirán en diálogo, al igual que las identidades, que no son
otra cosa que un producto cultural. Desde este punto de vista, considero que
cualquier esfuerzo profesional o académico tiene sentido si contribuye, aunque
sea un poco, a que el mundo sea más justo y a que en el mismo puedan convivir
las diversas identidades con respeto a la diversidad.
Con
independencia de las diferencias que existen entre nuestros países, entre mi
realidad cotidiana y la vuestra, creo que estas preocupaciones pueden ser, de
alguna manera, compartidos por todos. El reto mayor es tratar de enfrentar los
peligros del fanatismo de algunas identidades y a la vez la necesidad de su
existencia como proceso importante de construcción de sentido y de salvaguarda
de la riqueza y diversidad de nuestro mundo actual.
La
defensa de la identidad universal del ser humano y a la vez de la posibilidad
de la diferencia dentro del respeto a los derechos de todos es y debe ser una
de las aspiraciones más importantes de los psicólogos y psicólogas y de todos
los científicos sociales, como hombres y mujeres comprometidos con la
preservación del medio ambiente, la cultura y la humanidad.
Por:
Dra. Carolina de la Torre Molina
FUENTE:
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