Como cada año, las fiestas navideñas llegan y se van cargadas de las mismas cosas y de idénticos sentimientos bondadosos. Como cada año por estas fechas nos reunimos con familia y amigos, brindamos con compañeros de trabajo, disfrutamos de unas cortas y merecidas vacaciones, ofrecemos y recibimos regalos... Disfrutamos y sufrimos las consecuencias de las grandes comilonas, la diversión, las indigestiones, las resacas y el sueño trasnochado... Brindamos, felicitamos, regalamos buenos deseos, besos, abrazos, reencuentros y paquetes voluminosos. Llenamos estos días de risas, aunque las lágrimas queden ocultas tras la máscara del cotillón de año nuevo... Pero ¿qué ocurre con toda la alegría y felicidad que derramamos y repartimos sin reparos en Navidad, cuando volvemos a nuestra cotidianeidad y pasaron “estos días tan señalados”?
Ya enviamos las felicitaciones a todas aquellas personas de quienes no sabíamos nada desde las pasadas fiestas, es decir, desde hace un año o, al menos, desde hacía muchos meses. Nos creemos mejores personas y consideramos que hemos cumplido escribiendo esos “christmas” que tan generosamente compramos para colaborar con una ONG, incluso el juguetito de turno para ayudar a los niños más necesitados. También reenviamos todas esas presentaciones y videos que recibimos, cargados de mensajes positivos y esperanzadores, a través de nuestros correos electrónicos. Veremos incrementada nuestra próxima factura de telefonía móvil por tantos y tantos mensajes como enviamos y, en el mejor de los casos, de tantas llamadas como realizamos. Pero ¿tendrá que pasar otro año para volver a contactar con esas personas a las que tan cordialmente deseamos “Feliz Navidad y Próspero año nuevo”?
Al regreso de estas fiestas volvemos a nuestros puestos de trabajo y nos reencontraremos con las mismas personas a quienes días atrás ofrecimos nuestros mejores deseos con un par de besos o un abrazo, pero tras el reencuentro, retomaremos la nefasta costumbre de juzgar y criticar sus actitudes y aptitudes, pisando, en nuestro afán competitivo y de superioridad, su labor profesional. Seguiremos sin ofrecerles nuestra ayuda cuando se encuentren en un apuro y nos iremos al final de la jornada sin despedirnos de ellos, cuando tengan que quedarse a hacer horas extraordinarias porque no han completado su tarea en el horario laboral. Pero ¿tendrá que pasar otro año para volver a entablar una relación cordial de unos minutos con esas personas para desearles “Feliz Navidad y Próspero año nuevo”?
Un año más nos reencontramos en cenas y comidas con esos familiares a los que ignoramos durante el resto del año y para quienes no nos queda un minuto para telefonearles y preguntar cómo se encuentran, ignorando sus penas y alegrías, para hacerles partícipes de las nuestras. Pero ¿tendrá que pasar otro año para volver a ofrecer o recibir una nueva invitación a compartir nuestros hogares, otra comida u otra cena cuando no haya que desear “Feliz Navidad y Próspero año nuevo”?
Y así, sucesivamente. ¿Cuántos días y acontecimientos tendrán que suceder, a cuántas personas y circunstancias ajenas ignoraremos hasta volver a desear “Feliz Navidad y Próspero año nuevo” sin considerar que un año consta de 365 días y no sólo de unas horas o de apenas las dos semanas que dura tanta supuesta “prosperidad”?
Ya pasaron los días de los excesos y de los sentimientos tan buenos como fugaces, que se mantienen únicamente durante las navidades, durante los días de “Cava y Muérdago” y un año más volvemos a volcarnos en “Las Rebajas”, dilatando no el espíritu navideño, sino el del mero consumismo compulsivo que las dilata, pero lo más triste es que también comienza la época de rebajas en valores humanos. Se acabaron las buenas intenciones y los buenos deseos, se acabó la comprensión y la empatía, la generosidad y el desinterés... Ahora llegan las “Rebajas de Afecto”, volvemos “a lo nuestro” o, como dice el refranero “zapatero, a tus zapatos” y “el que venga atrás, que arree”.
Viendo todo esto repetidamente, año tras año, aunque parezca un tópico, no por ello menos real, no puedo evitar pensar en tantos convencionalismos como nos limitan, en los compromisos que, teóricamente, nos atan por cariño, pero que al final se descubre falso, hipócrita y acomodaticio. Sin embargo, esto no quiere decir que me revele contra la Navidad y su espíritu, todo lo contrario, pero sí lo hago contra la embustera apariencia en la que la envolvemos, porque los buenos deseos, el amor, la fraternidad, la amistad y todo aquello que confiere calidad, dignidad y valor al hombre en lo íntimo y espiritual, motivo real que dio origen a esta celebración, no sólo se debe poner de manifiesto en Navidad, sino demostrarlo día a día a lo largo de todo el año, compartiendo aquello que tenemos de bueno en nuestro corazón y en nuestras vidas, más allá de exquisiteces culinarias servidas en nuestras mesas o costosos regalos comprados en centros comerciales y empaquetados con un gusto delicado.
Por eso, aunque se entienda que este deseo llega a destiempo, considero que es el momento adecuado para compartirlo:
Convierte tu vida en Navidad
y que la Navidad sea tu vida.
© AnA Molina (Administrador del blog).
La navidad es lo peor.
ResponderEliminarMenos mal que ha terminado.
Saludos blasianos.
Hola, Blas. Gracias por tu aportación a este artículo.
ResponderEliminarComo has leído en él, en cierta forma, comparto tu opinión sobre las navidades, pero más que por lo que representan en sí mismas, por aquello en lo que las hemos convertido nosotros en nuestro afán arrogante y consumista, en las que, por derrochar, malgastamos hasta nuestra dosis anual completa de afecto y buenos deseos, los cuales no se mantienen por su propio peso, ni a lo largo del año. Y sin que con este comentario pretenda envolverlas del carácter místico y religioso que les dio origen, porque eso lo dejo, con respeto, a la libre elección y creencias de cada cual. Considero que son unas fiestas orientadas a los niños, que pueden disfrutar con otros ojos de lo que llevan implícitas, pero, con la enseñanza que les transmitimos los adultos en nuestra sociedad occidental, les inducimos, cada vez más, a que las manipulen, desvirtúen y las sientan de la misma manera que nosotros: falsamente alegres y amorosas, así como cargadas de regalos materiales cada vez más costosos y sofisticados olvidando los de auténtico valor para la persona, cuando en realidad únicamente las sustentamos en la hipocresía, en el egoísmo, en el derroche innecesario y en el materialismo desmedido. Estas son las cosas que peor veo de Navidad y por ello, en resumen, pienso que deberíamos tomar consciencia de este tema y no pretender mostrar, disfrutar, compartir y dar aquello que realmente no sentimos, ni tenemos, ni nos caracteriza, a la vez que deberíamos pensar en todos aquellos que carecen de lo más básico y no pueden celebrarla aunque tengan deseo de ello.
Un saludo.
Ana Molina (Administrador del blog).
Ana,soy Antonio nuevo seguidor de tu blog, comparto tu reflexión sobre la navidad, hay tanta ficción y protocolos en dichas fiestas que llegan a ser aborrecidas.
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