viernes, 10 de febrero de 2012

Trátame con Pureza



"Estamos formados por nuestros pensamiento,
 llegaremos a ser lo que pensamos.
Cuando la mente es pura, la alegría le sigue
como una sombra que nunca se va."
(Buda)



El hombre tiene el gravísimo defecto de clasificar cuanto le rodea, incluso a sus semejantes, lo que le induce a autoclasificarse y con ello a subestimarse o sobreestimarse al creerse lo que tal vez no es en realidad. Todos somos seres únicos, irrepetibles e inimitables; cada cual tenemos cualidades y capacidades propias no comparables con las de nadie, porque, amén de las particularidades psicológicas de cada individuo, las descripciones existentes sobre la personalidad son demasiado generales, tan vagas e imprecisas que no pueden ser aplicadas a un amplio espectro de la sociedad. Somos materiales, pero no cuantificables bajo ningún sistema de medida estándar: no se nos puede clasificar por el calibre como a las tuberías, no podemos estar en cajitas como tornillos de la medida 1/16, nuestra potencia no se puede medir en vatios como la de las bombillas, ni nuestra capacidad en gigabytes como si se tratase del procesador de un ordenador. No siendo así ¿por qué catalogarnos incesantemente como a objetos o etiquetarnos como mercancía? Nuevamente, por nuestros prejuicios.

Cuando nos referimos al termino "Amar", tenemos la tendencia a pensar en aquellas personas por las que mantenemos (o desearíamos mantener) vínculos afectivos que suelen ser intensos: padres, hermanos, pareja, hijos; como mucho en amigos y en nuestras mascotas. Restringimos decir "Te amo" a la persona de la que estamos enamorados, a emplearlo con énfasis pasional. Sin embargo, el "Amor" va mucho más allá de las personas de nuestro círculo íntimo. El amor se debe sentir de forma incondicional por cualquier ser de nuestro planeta: nuestro vecino, la cajera del supermercado, la teleoperadora que pretende vendernos un seguro, el desconocido con el que nos cruzamos por la calle sin reparar en él, por cualquier animal o planta.

El amor a la persona implica respetar su identidad y su individualidad sin hacer juicios de valor sobre ella, sin acusaciones ni condenas, sin desvalorización, ni idolatría; sin difamación, ni engaños, sin rechazo y sin adulación; aceptar sus errores como ser humano limitado que es, sin castigos ni reproches por su imperfección; felicitarla por éxitos y alegrarnos sinceramente de ellos sin envidias; ofrecerla nuestro apoyo incondicional. Todos somos únicos y todos deseamos, merecemos y es nuestro legítimo derecho que se respete nuestra persona de forma integral, por tanto, no sólo debemos aplicar estas acciones con nuestros allegados afectivos, sino con cualquier persona por desconocida que sea. Todo esto forma parte de lo que podemos catalogar de "Amor Incondicional", de "Tratar con Pureza" a nuestros semejantes.

Yo te respeto a ti y procuro amarte incondicionalmente, aunque mis limitaciones e imperfecciones humanas, me lleven a errores involuntarios que procuro rectificar, con ello me libero de gran parte del desgaste y la presión que provoca, en demasiadas ocasiones, no actuar con pureza y amor, porque estamos demasiado atentos a nosotros mismos, concediéndonos una importancia que realmente no tenemos, mientras permanecemos con una ceguera total ante las circunstancias y personalidades de nuestros compañeros de camino en la vida. Por ello, te hago una invitación para mantener el respeto por la dignidad y la libertad personal de cada persona, libre de prejuicios y enjuiciamientos, para construir la amistad y el amor, para "tratarnos con pureza"; un ofrecimiento para que digas a toda la gente y, principalmente, a ti mismo:


¡Trátame con Pureza!




Ó AnA Molina (Administrador del blog)