miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿Sabes Quién Eres?



Había una vez un hombre que padecía de un miedo absurdo, temía perderse entre los demás. Todo empezó una noche, en una fiesta de disfraces, cuando él era muy joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los invitados. Pero al verla, él no se había podido reconocer. El hombre había elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes y mofletes pintados había unos cuantos. Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que al momento de la foto él estaba del brazo de una rubia, entonces intentó ubicarla por esa referencia; pero fue inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en la foto del brazo de piratas.

El hombre quedó muy impactado por esta vivencia y, a causa de ello, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.


Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera fuera el evento, a partir de entonces, él se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón, chaqueta marrón, calcetines y zapatos marrones. “Si alguien saca una foto, siempre podré saber que el de marrón soy yo”, se dijo.

Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su astucia: al toparse con los espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por allí, se repetía tranquilizador: “Yo soy el hombre de marrón”.

Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ése y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y de la sauna aromática.

Llegó al lugar, le dieron dos toallas y lo invitaron a entrar en una pequeña cabina para desvestirse. El hombre se quitó la chaqueta, el pantalón, el jersey, la camisa, los zapatos, los calcetines… y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. “Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás”, pensó. “¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?”.

Durante más de un cuarto de hora se quedó en la cabina con su ropa interior puesta, dudando y pensando si debía irse… Y entonces se dio cuenta que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó una hebra del jersey que traía y se la ató al dedo mayor de su pie derecho. “Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra marrón en el dedo soy yo”, se dijo.

Sereno ahora, con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor, los baños y un poco de natación, sin notar que entre idas y zambullidas el hilo resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca, al ver la hebra en el agua le comentó a su amigo: “Qué casualidad, éste es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color”. Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo mayor del pie derecho.

Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su cabina para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. “Me perdí”, se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba. Pocos minutos después, observando detenidamente el suelo, se encontró con el pie del otro hombre que llevaba el trozo de hilo marrón en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo: “Disculpe señor. Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?”.


Por: Jorge Bucay ("El Camino de la Autodependencia")


No Están Distraídos, Están Concentrados




Escuchar música "cuando se quiera" mejora la productividad en el trabajo, es lo que afirma Teresa Lesiuk.

Aunque para muchos ver a un compañero de trabajo con unos auriculares puestos, moviendo suavemente la cabeza al ritmo de la música y llevando el compás con el pie, suela interpretase como una señal de falta de interés o distracción, la verdad es que lo que ocurre con el polémico trabajador es que, simplemente, es más feliz y productivo. Esta es la tesis que ha conseguido demostrar un reciente estudio realizado por Teresa Lesiuk de la Universidad  de Windsor en Canadá y que ha publicado en la revista científica “Psychology of Music”, en el que anima a los empleados que lo necesiten a utilizar auriculares durante su jornada laboral.

No se trata, no obstante, de algo que pueda aplicarse en todos los casos: no todas las personas reaccionan de la misma forma, pero según Lesiuk, existe un porcentaje de la población que necesita abstraerse del ambiente en el que se encuentra a través de la música, lo cual no entorpece su labor sino que la facilita. Las preferencias personales son de vital importancia en esa cualidad positiva de la música, ya que sólo funciona con aquella que resulta atractiva al trabajador, por lo que plantear un hilo musical común a todos los trabajadores puede resultar a la larga más estresante que beneficioso. Lesiuk se refiere a la teoría de refuerzos para recordar que asociar el trabajo con algo placentero (la música) provoca que una actividad que puede resultar tediosa o mecánica en algunas ocasiones se transforme en una tarea más amena.

Dopamina para todos
La música, si es del gusto del oyente, favorece la producción de dopamina, de igual manera que ocurriría con una comida deliciosa o la práctica del deporte y el sexo, por lo que favorece un estado positivo en quien la escucha. “Cuando los directores de proyecto proponen escuchar música en el trabajo y los empleados están de acuerdo, todos salen ganando”, señala Lesiuk. “Cuando se quitaba la música a los que estaban acostumbrado, reaccionaban de manera negativa y rendían menos”.


Lesiuk resalta dos matices importantes. Por una parte, que los efectos de la música no son los mismos dependiendo la edad del trabajador. Cuanto mayor es ésta, menos disposición se muestra a escuchar (y disfrutar) la música. Por otra parte, los teóricos beneficiosos efectos de la educación musical en el trabajo no se muestran inmediatamente, sino que resultan perjudiciales, al menos en primera instancia. Es la conclusión que la investigadora obtuvo después de observar cómo en una de las cuatro empresas analizadas, que al mismo tiempo era una de las más estresadas antes de comenzar la terapia, los efectos de la música eran aún más perjudiciales y enervaban a los trabajadores. Sin embargo, todo cambió en la tercera y última semana de estudio, que fue cuando comenzaron a manifestarse los efectos positivos del tratamiento. Por lo tanto, la investigadora asegura defender las políticas de empresa destinadas a favorecer “escuchar la música que se quiera cuando se quiera”, ya que esto resulta “beneficioso para mantener un estado positivo, mejorar la calidad del trabajo y el tiempo que se dedica a cada tarea”.

Buena para los niños
Otro artículo recuerda la importancia que la afición a la música puede tener para los niños. Según el estudio que ha visto la luz en el “Journal of Neuroscience”, aquellos que han gozado de una educación musical y saben tocar algún instrumento disponen de adultos de una capacidad cerebral superior a la de otras personas. En concreto, aquellos niños que habían gozado de una formación musical de uno a cinco años mostraban una capacidad mayor para identificar diferentes timbres y ser capaces de captar las frecuencias más graves en una habitación llena de ruido.

 
El estudio señala de manera afirmativa ante la pregunta que muchos padres se hacen de si es positivo que un niño aprenda a tocar un instrumento si no va a continuar con el mismo en la edad adulta. “Incluso las lecciones musicales durante un breve período de tiempo pueden mejorar la capacidad de escucha y aprendizaje durante toda la vida”, señala la responsable del estudio, la profesora de neurobiología Nina Kraus de la Northwestern University.

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