miércoles, 3 de febrero de 2010

A propósito del prejuicio... La Elegancia del Erizo


Idea profunda nº 12


“Marguerite es de origen africano y si se llama Marguerite, no es porque viva en la zona más elegante de París, sino porque es un nombre de flor. Su madre es francesa, y su padre, de origen nigeriano. Trabaja en el Quai d’Orsay, pero no se parece en nada al típico diplomático. Es un hombre sencillo. Parece gustarle su trabajo. No es en absoluto cínico. Y tiene una hija guapísima: Marguerite es la belleza en persona; una tez, una sonrisa y un cabello de ensueño. Y sonríe todo el rato. Cuando Achille Grand-Fernet (el gallito de la clase) le cantó el primer día esa canción que habla de una mestiza de Ibiza que siempre va desnuda, ella le contestó al instante, con una sonrisa de oreja a oreja, con otra canción que habla de un niñato que le pregunta a su madre por qué ha nacido tan feo. Eso es algo de Marguerite que yo admiro: no es que sea una lumbrera en el terreno conceptual o lógico, pero tiene una capacidad de réplica increíble. Es un verdadero don, sí. Yo soy intelectualmente superdotada, y Marguerite es un hacha en el campo de soltar buenos cortes. Me encantaría ser como ella; a mí la respuesta se me ocurre siempre cinco minutos más tarde y tengo que repetir todo el diálogo en mi cabeza. Cuando, la primera vez que vino a casa, Colombe le dijo: “Marguerite es bonito, pero es un nombre de abuela”, ella le respondió al momento: “Al menos no es un nombre de pájaro” ¡Se quedó con la boca abierta, Colombe, fue gracioso! Se debió de pasar horas rumiando la sutileza de la respuesta de Marguerite, diciéndose que era sin duda pura casualidad, pero ¡vamos, que la afectó! Lo mismo ocurrió cuando Jacinthe Rosen, la gran amiga de mamá, le dijo: “No debe ser fácil de peinar, un pelo como el tuyo.” (Marguerite tiene una cabellera de león de la sabana). Ella le contestó: “Yo no entender lo que mujer blanca decir”.”.


Idea profunda nº 9


"He aquí pues mi idea profunda del día: es la primera vez que conozco a alguien que busca a la gente y que ve más allá de las apariencias. Puede parecer trivial, pero yo creo sin embargo que es profundo. Nunca vemos más allá de nuestras certezas y, lo que es más grave todavía, hemos renunciado a conocer a la gente, nos limitamos a conocernos a nosotros mismos sin reconocernos en esos espejos permanentes. Si nos diéramos cuenta, si tomáramos conciencia del hecho de que no hacemos sino mirarnos a nosotros mismos en el otro, que estamos solos en el desierto, enloqueceríamos. Cuando mi madre le ofrece tejas de la pastelería Ladurée a la señora Broglie, se cuenta a sí misma la historia de su vida y se limita a mordisquear su propio sabor; cuando papá se bebe su café y se lee su periódico, se contempla en un espejo al estilo del método Coué; cuando Colombe habla de las conferencias de Marian, despotrica sobre su propio reflejo; y cuando la gente pasa delante de la portera, no ve más vacío porque se trata de otra persona, no de ellos mismos.

Yo suplico al destino que me dé la oportunidad de ver más allá de mí misma y de conocer a la gente.


© Muriel Barbery. “La Elegancia del Erizo”.



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