domingo, 25 de marzo de 2012

Los Ciegos y el Elefante



Hace más de mil años, en el Valle del Río Brahmanputra, vivían seis hombres ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era de todos el más sabio.

Para demostrar su sabiduría, los sabios explicaban las historias más fantásticas que se les ocurrían y luego decidían de entre ellos quién era el más imaginativo.

Así pues, cada tarde se reunían alrededor de una mesa y mientras el sol se ponía discretamente tras las montañas, y el olor de los espléndidos manjares que les iban a ser servidos empezaba a colarse por debajo de la puerta de la cocina, el primero de los sabios adoptaba una actitud severa y empezaba a relatar la historia que según él, había vivido aquel día. Mientras, los demás le escuchaban entre incrédulos y fascinados, intentando imaginar las escenas que éste les describía con gran detalle.

Viéndose libre de ocupaciones aquella mañana, el sabio había decidido salir a dar una paseo por el bosque cercano a la casa, y deleitarse con el cantar de las aves que alegres, silbaban sus delicadas melodías. El sabio contó que, de pronto, en medio de una gran sorpresa, se le había aparecido el Dios Krishna, que sumándose al cantar de los pájaros, tocaba con maestría una bellísima melodía con su flauta. Krishna al recibir los elogios del sabio, había decidido premiarle con la sabiduría que, según él, le situaba por encima de los demás hombres.
Cuando el primero de los sabios acabó su historia, se puso en pie el segundo de los sabios, y poniéndose la mano al pecho, anunció que hablaría del día en que había presenciado él mismo la famosa Ave de Bulbul, con el plumaje rojo que cubre su pecho. Según él, esto ocurrió cuando se hallaba oculto tras un árbol espiando a un tigre que huía despavorido ante un puerco espín malhumorado. La escena era tan cómica que el pecho del pájaro, al contemplarla, estalló de tanto reír, y la sangre había teñido las plumas de su pecho de color carmín.
Para poder estar a la altura de las anteriores historias, el tercer sabio tosía y chasqueaba la lengua como si fuera un lagarto tomando el sol, pegado a la cálida pared de barro de una cabaña. Después de inspirarse de esta forma, el sabio pudo hablar horas y horas de los tiempos de buen rey Vikra Maditya, que había salvado a su hijo de un brahman y tomado como esposa a una bonita pero humilde campesina.
Al acabar, fue el turno del cuarto sabio, después del quinto y, finalmente, el sexto sabio se sumergió en su relato. De este modo los seis hombres ciegos pasaban las horas más entretenidas y a la vez demostraban su ingenio e inteligencia a los demás.

Sin embargo, llegó el día en que el ambiente de calma se turbó y se volvió enfrentamiento entre los hombres que no alcanzaban un acuerdo sobre la forma exacta de un elefante. Las posturas eran opuestas y como ninguno de ellos había podido tocarlo nunca, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y de este modo poder salir de dudas.

Tan pronto como los primeros pájaros insinuaron su canto, con el sol aún a medio levantarse, los seis ciegos tomaron al joven Dookiram como guía, y puestos en fila con las manos a los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva más profunda. No habían andado mucho cuando de pronto, al adentrarse en un claro luminoso, vieron a un gran elefante tumbado sobre su costado apaciblemente. Mientras se acercaban el elefante se incorporó, pero enseguida perdió interés y se preparó para degustar su desayuno de frutas que ya había preparado.

Los seis sabios ciegos estaban llenos de alegría, y se felicitaban unos a otros por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema y decidir cuál era la verdadera forma del animal.
El primero de todos, el más decidido, se abalanzó sobre el elefante preso de una gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron que su pie tropezara con una rama en el suelo y chocara de frente con el costado del animal.

- ¡Oh, hermanos míos! –exclamó– yo os digo que el elefante es exactamente como una pared de barro secada al sol.

Llegó el turno del segundo de los ciegos, que avanzó con más precaución, con las manos extendidas ante él, para no asustarlo. En esta posición en seguida tocó dos objetos muy largos y puntiagudos, que se curvaban por encima de su cabeza. Eran los colmillos del elefante.

- ¡Oh, hermanos míos! ¡Yo os digo que la forma de este animal es exactamente como la de una lanza…sin duda, ésta es!

El resto de los sabios no podían evitar burlarse en voz baja, ya que ninguno se acababa de creer los que los otros decían. El tercer ciego empezó a acercarse al elefante por delante, para tocarlo cuidadosamente. El animal ya algo curioso, se giró hacía él y le envolvió la cintura con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y la siguió de arriba a abajo notando su forma alargada y estrecha, y cómo se movía a voluntad.

- Escuchad queridos hermanos, este elefante es más bien como…como una larga serpiente.

Los demás sabios disentían en silencio, ya que en nada se parecía a la forma que ellos habían podido tocar. Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos que le molestaban. El sabio prendió la cola y la siguió de arriba abajo con las manos, notando cada una de las arrugas y los pelos que la cubrían. El sabio no tuvo dudas y exclamó:

- ¡Ya lo tengo! –dijo el sabio lleno de alegría– Yo os diré cual es la verdadera forma del elefante. Sin duda es igual a una vieja cuerda.

El quinto de los sabios tomó el relevo y se acercó al elefante pendiente de oír cualquiera de sus movimientos. Al alzar su mano para buscarlo, sus dedos resiguieron la oreja del animal y dándose la vuelta, el quinto sabio gritó a los demás:

- Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano –y cedió su turno al último de los sabios para que lo comprobara por sí mismo.

El sexto sabio era el más viejo de todos, y cuando se encaminó hacia el animal, lo hizo con lentitud, apoyando el peso de su cuerpo sobre un viejo bastón de madera. De tan doblado que estaba por la edad, el sexto ciego pasó por debajo de la barriga del elefante y al buscarlo, agarró con fuerza su gruesa pata.

- ¡Hermanos! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.

Ahora todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera del elefante, y creían que los demás estaban equivocados. Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa.

Otra vez sentados bajo la palmera que les ofrecía sombra y les refrescaba con sus frutos, retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante, seguros de que lo que habían experimentado por ellos mismos era la verdadera forma del elefante.

Seguramente todos los sabios tenían parte de razón, ya que de algún modo todas las formas que habían experimentado eran ciertas, pero sin duda todos a su vez estaban equivocados respecto a la imagen real del elefante.

Este relato simbólico, recogido por el poeta Jalal Al-din Rumi, es ampliamente conocido en India, desde donde alcanzó una notable difusión penetrando, en  sus diferentes versiones, en diversas tradiciones religiosas, llegando a formar parte del acervo jainista, budista, sufí e hindú. En el siglo XIX el poeta John Godfrey Saxe creó su propia versión en forma de poema. Desde entonces, el relato ha sido publicado en numerosos libros para adultos y niños, recibiendo numerosas interpretaciones y convirtiéndose en un relato muy conocido en Europa y América.
En la versión budista del relato, un rey reúne a varios ciegos de su capital en su palacio, los pone en presencia de un elefante y les pide que lo describan.

Luego que cada uno de los ciegos hubo palpado una sección del elefante, el rey se dirigió a cada uno de ellos y les preguntó:

"¿Dime, has visto al elefante? Cuéntame, que tipo de cosa es un elefante?"

El hombre que había examinado la cabeza del elefante le expresó que era como una vasija;  el que había tocado la oreja, lo describió como una cesta de trillar;  al que tocó el colmillo, como una reja de arado;  el que palpó la trompa, como un arado;  como un granero, el del cuerpo;  como una columna, el de la pata;  como un muro de argamasa, el del lomo;  como una herramienta de albañil, el de la cola y como un cepillo, el que tanteó la punta de la cola.

Los hombres no se ponían de acuerdo entre ellos y comenzaron a discutir sobre la pregunta "¿a qué se parece ?" y el rey se divertía sobremanera con su pelea hasta que les explicó:

"Todos ustedes están en lo cierto. La razón por la que cada uno de ustedes esta diciendo diferentes cosas es que cada uno de ustedes tocó una parte diferente del elefante. Por lo tanto, el elefante tiene todas las características que mencionaron."


El poema de  John Godfrey Saxe dice así:

Cuentan que, en el Indostán,
determinaron seis ciegos
estudiar al elefante,
animal que nunca vieron.
(Ver no podían, es claro;
pero sí juzgar, dijeron).

El primero se acercó
al elefante, que en pie
se hallaba. Tocó su flanco
alto y duro; palpó bien
y declaró: El elefante
es ¡igual que una pared!

El segundo, de un colmillo
tocó la punta aguzada,
y sin más dijo: ¡Es clarísimo!,
mi opinión ya está tomada:
Bien veo que el elefante
es ¡lo mismo que una espada!

Tocas la trompa el tercero,
y, en seguida, de esta suerte
habla a los otros: Es largo,
redondo, algo repelente...
El elefante - declara -
es ¡una inmensa serpiente!

El cuarto, por una pata
trepa, osado y animoso;
¡oh, qué enorme tronco! -exclama.
Y luego dice a los otros:
Amigos, el elefante
es ¡como un árbol añoso!

El quinto toca una oreja
y exclama: ¡Vamos, amigos,
todos os equivocáis
en vuestros rotundos juicios!,
yo os digo que el elefante
es ¡como un gran abanico!

El sexto, al fin, coge el rabo,
se agarra bien, por él trepa...:
¡Vamos, vamos, compañeros;
ninguno en su juicio acierta!
El elefante es..., ¡tocadlo!,
una soga... Sí, ¡una cuerda!

Los ciegos del Indostán
disputan y se querellan;
cada uno está seguro
de haber hecho bien su prueba...
¡Cada uno tiene un poco
de razón... y todos yerran!

Sucede así cada día
en bastantes discusiones;
quienes disputan, cada uno
piensa justas sus razones.
Y discuten, juzgan, definen sin más,
¡a un elefante que no vieron jamás!

Esta parábola es un buen ejemplo de relativismo que ilustra la oscuridad e ignorancia en la que se encuentra la humanidad frente a la totalidad de la verdad. Esto es, la imposibilidad que tiene el hombre para conocer la realidad de forma integra; la incapacidad de las personas para hallarse en posesión de una única verdad absoluta que deba ser aceptada de manera universal como certeza y no como una mera creencia individual.

La realidad se fija de acuerdo a las diferentes perspectivas interpretativas de los observadores. Se ve condicionada tanto por la receptividad, como por el análisis racional de cada individuo, así como por la experiencia y conocimiento que tiene de la naturaleza del hecho o fenómeno observado, además de verse influenciada por los condicionamientos personales previos al no partir de una mente vacía y completamente limpia, es decir, por la subjetividad particular e individual de cada uno, todo lo cual hace que la verdad se modifique, creando en cada persona una imagen distinta de la realidad. Luego, existen tantas verdades, o realidades, como personas la traducen; entonces, esto se puede convertir en base de conflicto cuando las interpretaciones son diametralmente opuestas y sus defensores no aceptan ni respetan las ajenas; cuando no asumen que su propio criterio es tan parcial como los de los otros, lo cual quedaría resuelto usando el principio jainista de vivir en armonía con aquellos que tienen un sistema de creencias diferentes al nuestro, ya que la verdad puede ser dicha de diferentes maneras y todas ser válidas al mismo tiempo.

No debemos olvidar que la realidad es subjetiva, es exclusivamente nuestra realidad y no la de la totalidad. No conviene caer en la ignorancia de creer que lo sabemos todo y sí aceptar con honestidad que cada uno conoce únicamente una de las partes del basto campo de la sabiduría, aquella que ha tocado. Tan sólo entre todos, uniendo cada parte, podemos aproximarnos a la verdad.

Ó AnA Molina (Administrador del blog)


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