"Educad a los niños y no
será
necesario castigar a los hombres."
(Pitágoras)
Aunque el título del artículo coincida con el de la película de Almodóvar, no voy a referirme a ella; tampoco al grado de formación que reciben los niños y jóvenes en nuestras escuelas y universidades, ni tampoco voy a dar lecciones de paternidad. Simplemente pretendo poner de manifiesto una serie de detalles cotidianos que denotan precisamente eso: la mala educación de las personas que se cruzan en nuestro camino de una u otra manera.

Cuando
vamos al volante e indicamos con el intermitente nuestra intención de cambiar
de carril no falta el conductor que yendo tras nosotros aprovecha para
incorporarse brusca y repentinamente, quedándonos retenidos mientras él
continúa su marcha tan ricamente. Como los que parecen estar jugando con
nosotros al "pilla-pilla" cuando aceleran si intuyen nuestra
intención de adelantarles y frenan cuando desistimos, para volver a repetir la
jugada tantas veces como intentemos rebasarles. También están aquellos que
aprovechan para acelerar y pegarse al coche delantero con la intención de
impedirnos el acceso al carril que ocupan como si tuvieran un título de
propiedad que les otorgase el derecho a vedar el paso al resto de vehículos.


Tal
vez recibí una mala educación, pero de chiquitita mis padres me enseñaron a dar
los "Buenos días" al llegar a un lugar, y a decir "Adiós"
al abandonarlo. Sin embargo, es frecuente encontrarme en mi trabajo con clones de
Mudito -el enanito de Blancanieves que no podía hablar- o pareciese que les fuera la
vida en ofrecer un cordial saludo que no conduce a nada, ya que no entraña un
deseo explícito hacia el día que se espera tenga ese individuo aparentemente desconocido que se sienta
diariamente durante ocho o más horas en la mesa de al lado. Otros no
saben responder cuando los recién llegados son quienes les saludan y por toda
respuesta obtienen un silencio "sepulcral". Tampoco me sorprende ya encontrarme a última hora de la tarde en mi puesto de trabajo y descubrir que estoy "más sola que la una" sin saber cuándo se marcharon los ocupantes de los puestos cercanos al mío, porque, o bien me he quedado sorda sin saberlo, o no entran en su vocabulario palabras como "Adiós" y frases coloquiales como "Hasta luego", "Hasta mañana", "Hasta el lunes", "Buen fin de semana"... ¿Será que se han quedado afónicos y no les conviene hablar? No sé, en el fondo, lo mismo da la razón, pero me desagrada rodearme a diario con personas que no muestran ningún pequeño rasgo de cordialidad.



Hay
personas tan interesadas en cultivarse y en estar informados de la
actualidad nacional e internacional que en el autobús o en la sala de espera
del médico no llevan consigo un libro o periódico, pero no dejan de ojear el de
la persona que tienen al lado y que, a juzgar por el grado de interés que parece suponerles su contenido, habrán "adivinado" el contenido de
las 217 páginas del libro que su dueño llevará leídas de antemano.

Y,
hablando de teléfonos, no me olvido de otros hábitos adquiridos por
quienes van con el móvil hasta al cuarto de baño y no comprenden que un mensaje
de texto se puede escribir tras finalizar la corta conversación que están
manteniendo en persona con alguien ajeno a su tecleo incesante. Como también me resulta desagradable ser interrumpida por alguien que me habla en persona, mientras mantengo una conversación telefónica, ya sea de índole profesional o privada, y finalmente me obliga a mostrar firmeza para que me permita finalizar, aunque tampoco sería la primera ocasión que me he visto obligada a tener que terminarla bruscamente debido a la impertinencia y falta de discreción.
No es preciso conversar telefónicamente para sufrir intervenciones imprevista. Basta con estar manteniendo una charla personal para que pueda surgir "de la nada" alguien alguien que se inmiscuya en ella sin saber cómo, ni quién le ha dado "vela en ese entierro".
No es preciso conversar telefónicamente para sufrir intervenciones imprevista. Basta con estar manteniendo una charla personal para que pueda surgir "de la nada" alguien alguien que se inmiscuya en ella sin saber cómo, ni quién le ha dado "vela en ese entierro".


Las
más famosas sopranos y Los Tres Tenores se dedican al "bel canto" pero existen muchos que deben sentirse
atraídos por la "brutta canzone" emanada por diferente partes
de su geografía corporal que con vehemencia "cantan" La Traviata -no la de Verdi, precisamente- cuando se aproximan "peligrosamente" a los demás,
incluso invadiendo su espacio personal como decía anteriormente, obligándoles a tolerar
sus nada sutiles "fragancias y efluvios aromáticos" con
estoicismo y disimulo mientras tararean mentalmente una canción que decía "hay una cosa que se llama jabón, que mata los piojos y quita el olor".


Tal vocerío
llevan consigo, que no se percatan de las miradas de reprobación que les dirigen
los comensales de otras mesas quienes, además, para poder escucharse a sí
mismos, necesitarían recurrir a la ayuda de un altavoz, cuando yo, personalmente, lo que desearía sería ponerles una sordina a los escandalosos.
Pensarán que el hecho de levantar la voz para que se les escuche desde La Alcarria hasta Sebastopol, les otorgará la razón o les permitirá convertirse en el centro de atención, lo cual, evidentemente, logran a merced de los numerosos decibelios que acompañan a sus palabras, consiguiendo sobresalir notablemente entre las demás voces. Si, para colmo, no tienen la sana costumbre de respetar el turno de palabra ajeno, escuchándose sólo a sí mismos, sin atender a cuanto se les quiere transmitir, además de ser unos "voceras" se convierten en "cansinos insufribles".
Y como estos ejemplos reales podría continuar con un largo etcétera, etcétera y etcétera...
Como
decía al comienzo, no se trata de emplear una gentileza propia de siglos
pasados, ni un estilo "demodé". No hablo de ceder el paso a
las damas, ni de retirarles la silla al sentarse o ayudarlas a ponerse el
abrigo. No hablo de sexos, ni siquiera entro a valorar aspectos éticos, hablo,
simple y llanamente, de educación y respeto hacia nuestros semejantes; unos
valores que parecen estar cayendo en el olvido.
No
hay que graduarse en la universidad con honores, ser "cum laude"
en "Humanidad" o haber sido educado por la mejor de las
institutrices, para mantener unas mínimas normas de conducta social que
muestren respeto, deferencia y urbanidad.

Hay
que tener en cuenta que nuestra conducta impacta siempre en los demás y el
mantenimiento de unos buenos modales nos hacen ser más humanos. Si no sabemos
mantener una conducta adecuada, esto redundará en el detrimento de las
relaciones o en la imposibilidad de crearlas. Todas las personas tenemos
derecho a recibir un trato amable; si nos acostumbramos a convivir con la total
ausencia de cortesía, se instala en nosotros un sentimiento de desvalorización,
cuando una verdadera buena educación ha de ser siempre una muestra de amor y
respeto hacia los demás.
Para
lograr mantener una buena conducta con los demás, es importante aplicar la
empatía, ponerse en la situación del otro, para tener en consideración aquello
que a nosotros nos desagrada respecto de los gestos de otros y entender
que, en este sentido, no somos únicos, que aquello que nos molesta a nosotros,
también puede molestar a los demás, tener el miramiento de obrar sin incomodar
y con respeto por la dignidad, tanto propia como ajena.

El respeto va de la mano de otro valor: la tolerancia. Ninguno podría subsistir sin el otro, mientras la intransigencia
conduce a actitudes irrespetuosas y, por tanto, susceptibles de faltas de
educación.

Ya
que vivimos en sociedad y no aislados como eremitas, mostrémonos sociables y
dejemos, tanto en éste como en otros aspectos, de comportarnos como borregos
que sólo saben balar dejándose guiar por perros pastores. Si realmente somos
diferentes de los animales, creo conveniente demostrarlo haciendo uso de una
buena educación. No deberíamos olvidar que, lejos de ser una muestra de
cursilería, las buenas formas son la expresión de lo mejor que cada uno tiene
en su corazón para dar altruistamente a los demás.
AnA Molina (Administrador del blog)
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