miércoles, 20 de enero de 2010

Canción de amor propio


En ocasiones, nuestra autoestima, nuestro amor propio, pasa por baches que nos hacen sentir un poco inseguros. Igual que hay veces en las que las relaciones interpersonales no marchan a las mil maravillas y la soledad no deseada hace su presencia y nos causa pesadumbre. Para esos momentos, he preparado este video, con la intención de sacarles el mejor provecho, intentar desdramatizarlos y tratar de reírnos sanamente un poquito de nosotros mismos. Porque, con buen sentido del humor, incluso con un cierto toque de ironía, los males son menores y nos puede ayudar a llevarlos con el espíritu más alto.


AnA Molina (Administrador del blog).


sábado, 16 de enero de 2010

¡Más despacio. Por favor!


Hace unos días, un amigo me comentaba que, como siempre iba con prisa, no se había percatado bien de lo que alguien le había comentado repetidas veces y cómo eso había dado lugar a un pequeño malentendido entre ambos. Otra amiga también comentaba que no se podía permitir tomar unos días de descanso porque tenía muchas tareas pendientes. Esta misma mañana, he recibido un mail de una persona que me decía que, aun siendo día no laborable para ella, se había visto obligada a tener que acudir a su puesto de trabajo porque así se lo habían impuesto. Yo misma, siempre ando a la carrera de aquí para allá con todas mis obligaciones y responsabilidades, sintiendo el compromiso de tener que llegar a todas a tiempo y hacerlas a la perfección en detrimento de mis afectos, mis aficiones, mi descanso y mi salud.

Ayer, otra persona allegada, bastante estresada, comenzó a hacerme, a toda velocidad, una lista interminable de cuánto tenía que hacer en un par de horas, con la sensación de angustia de saber que era altamente complicado cumplir con todas ellas. Me sentí tan agobiada con lo que me estaba transmitiendo que no pude evitar decirle:

¡Basta!




Después de haberlo dicho, se quedó sorprendida, incluso molesta por mi imperativo. Parecía excesivo e improcedente, sin embargo, después de explicar el sentido de mi exclamación, acabó agradeciéndola y comprendiendo perfectamente a qué me refería...


Vivimos rodeados por la prisa. Es el ritmo y el estilo de vida que nos marca esta “cultura de la velocidad” que nos somete a la esclavitud del tiempo, a la exigencia de bailar al ritmo y compás que ella nos marca dando prioridad al trabajo, a las obligaciones y otras cuestiones que se podrían calificar de “secundarias” si las comparamos con nuestro bienestar íntimo y personal.


Cuando era niña, los establecimientos comerciales cerraban por descanso en domingo; a las doce de la noche no podías comprar el periódico o una barra de pan y si urgía un medicamento se tenía que buscar una farmacia de guardia; me alimentaba de una saludable y apetitosa comida casera; hacer un reintegro de dinero implicaba desplazarte a la sucursal bancaria; la decoración navideña de la ciudad no hacía su aparición hasta mediados de diciembre y los décimos de su tradicional lotería se compraban a final de año; la primavera comenzaba cuando los primeros rayos de sol comenzaban a calentar, los días se iban haciendo más largos y las flores empezaban a brotar; las escapadas de la ciudad en puentes laborales no se tenían que hacer escalonadamente y las vacaciones estivales se decidían ya entrado el verano, como la vuelta al colegio no se hacía hasta mediados de septiembre; no se pensaba en planes de jubilación en plena juventud y vivíamos un día cada día, aquel que marcaba un almanaque con efemérides y el santoral.


Hoy en día, los comercios, no sólo abren el día de descanso, sino que los horarios se han prolongado tanto que podemos encontrar algunos con un rótulo luminoso con el texto “Abierto 24 horas”, donde, aprovechando que a la noche nos coge de regreso a casa, podemos comprar la barra de pan o el periódico que no tuvimos oportunidad de recoger a primera hora de la mañana porque llegábamos tarde a trabajar, el mismo diario que tampoco tendremos ocasión de leer más allá de sus titulares, salvo que restemos horas a nuestro descanso y mañana acusemos el cansancio por haber dormido menos de lo necesario, favoreciendo rendir menos y correr más. Comemos rápidamente en el trabajo, porque la distancia para llegar a nuestros hogares nos impide el desplazamiento en el tiempo que tenemos asignado para este fin y muchos lo aprovechan para acercarse al gimnasio, porque no tienen otro momento libre al cabo del día para ejercitar su cuerpo; otros, incluso se alimentan de un simple bocadillo frío sin levantarse de su puesto de trabajo, mientras continúan tecleando frente al ordenador y la comida casera, al estilo de mamá, queda reservada, con suerte, para los fines de semana, siempre que no sea necesario ir a la oficina a terminar el informe que, inexcusablemente, tiene que estar terminado para presentarlo al cliente a primera hora del próximo lunes. La comida rápida, servida a domicilio y los platos pre-cocinados, que se amontonan en nuestros congeladores y despensas, han proliferado, porque no nos queda tiempo para cocinar la cena cuando nuestro horario de trabajo se prologó hasta bien entrada la noche o no hemos tenido tiempo para ir al mercado tradicional a comprar alimentos frescos para hoy, porque, como ya sabemos todos, podemos llenar nuestro estómago, que no alimentarnos, calentando, durante un minuto en el microondas, una lata de un sabroso, calórico y flatulento plato típico de la gastronomía asturiana, en lugar de cocinarlo a fuego lento y durante horas en nuestra cocina, porque “¡Deprisa, que hay prisa!” que, en apariencia, sigue conservando el sabor auténtico de la cocina de puchero de una abuelita del litoral cantábrico.


Si no tenemos dinero en efectivo, no importa, pagamos el litro de leche que nos faltaba con la tarjeta de crédito o de débito porque, ya se sabe, “hay cosas que no se pagan con dinero, para lo demás... “ la tarjeta, si no queremos esperar a que la persona que está haciendo uso del cajero automático en ese momento, nos haga perder más tiempo. Al igual, en nuestra prisa por consumir, hemos adquirido la costumbre de, “para esos pequeños caprichos...”, “vivir a mes vencido”, es decir, desembolsar nuestros sueldos antes de haberlos percibido e, incluso, antes de haber desarrollado la labor que los origina, porque gozamos del beneplácito del costoso dinero de plástico anticipado por el que, a fin de mes, al ver reflejado en el extracto bancario el consumo descontrolado que hemos realizado con nuestras tarjetas y los intereses cargados por su uso y mantenimiento, nos quedamos, por primera y única vez en el día, “paralizados”.


La Navidad comienza en octubre y las rebajas de enero en diciembre. “Ya es primavera en...” febrero y, comercialmente hablando, “la vuelta al cole” se hace no ya en septiembre, ni en agosto, sino en julio, porque si no, al comienzo de las clases, los libros de texto estarán agotados en las librerías y nuestros hijos tendrán que ir al colegio con el uniforme del año anterior que se les ha quedado “pesquero” porque “¡Hay que ver lo rápido que crecen estos niños!”. La lotería de Navidad se vende en verano por aquello de “¿y si cae aquí?” cuando estamos tomando el sol en la playa en el mes de julio. Las cartas a los Reyes Magos no se entregan a sus pajes en diciembre, se envían con meses de antelación por correo electrónico a los grandes almacenes asegurándonos de su recepción para garantizar la reserva anticipada de los juguetes de moda de Papá Noel y Los Reyes que se agotan a principios de noviembre aunque no lleguen hasta principios de enero. Si necesitas comprarte un abrigo en febrero te esperas a septiembre o te conformas con esa preciosa camisa de manga corta que has visto en el escaparate y acto seguido pasas por la farmacia para comprarte un anticatarral que estrenarás junto con la camisa veraniega en pleno rigor invernal.


Cuando no sabemos todavía como coordinar las vacaciones con familia y amigos, qué decidiremos hacer con esos días libres o cuándo nos interesará disfrutarlos, nuestras empresas nos exigen, a principio de año, que hagamos el cuadrante vacacional y nos pongamos de acuerdo con nuestros compañeros de trabajo para no dejar ningún puesto desatendido durante nuestra ausencia. Las reservas de viaje se tienen que hacer con meses de antelación o nos quedaremos en tierra por “over-booking” en los vuelos y con la ocupación hotelera al completo. Si decidimos hacer un viaje corto en puente laboral hay que solicitar días libres para escalonarlo y salir antes o volver después para evitar perder el día de salida y de regreso en los atascos de tráfico que se producen en las carreteras, porque tenemos que prevenir, como tenemos que hacerlo de cara al futuro, aun teniendo toda la vida por delante, pues hay que ser precavidos y anticiparnos, para cuando seamos mayores y llegue la vejez, con planes de pensiones por los que pagaremos durante 30 ó 40 años, sin garantías reales de su cobro llegada la hora de la verdad.


¿Cuántos ejemplos como estos podemos encontrar en nuestra cotidianeidad y en nuestro entorno? Muchos, quizá excesivos, y con tendencia creciente. Así, no es de extrañar que las enfermedades cardiovasculares y los problemas psicológicos, como la ansiedad, el estrés, el síndrome de la felicidad aplazada o la depresión se estén convirtiendo en la “peste moderna” que no se menciona en los medios de comunicación, mientras todos los informativos nos inquietan con la “pandemia de gripe A” que, como bien se ha demostrado, no causa tantos estragos como los infartos de miocardio. ¿Cómo, si no, podría nuestro ritmo cardiaco aceptar tanta aceleración? ¿Cómo podría tolerar nuestro organismo tanto colorante, conservante, espesante, acidulante, glutamato y tanto producto químico, luego artificial, que contienen las grandes cantidades de “comida basura” que ingerimos? ¿Cómo no iba a presentar cuadros de ansiedad cuando no nos damos un pequeño respiro ni para pensar con un poquito de serenidad?


Decir “hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar” se ha convertido en un tópico que todos repetimos como autómatas, siguiendo nuestro ritmo frenético e inconsciente, sin embargo, no lo llevamos a la práctica. Todo gira en torno a la productividad y al consumo, imbuidos también por el exceso de publicidad en esta línea cultural de ahorrar tiempo, la cual, con su bombardeo constante a nuestras neuronas cerebrales, nos invita a convertirnos en consumidores compulsivos y en súper-héroes de cómic que se desplazan a la velocidad de la luz, o en “recordmen” de nuestra actividad diaria y competidores directos de nuestro propio ritmo personal.


Cuanto más trabajamos, más producimos; cuanto más producimos, al menos en teoría, más poder adquisitivo tenemos; cuanto más dinero tenemos, más consumimos y cuanto más consumimos, más dependientes nos hacemos de ese círculo vicioso y ambicioso, menos libres de todos estos condicionantes, por tanto, menos dueños de nuestro tiempo, de nuestro desarrollo y libertad personal, en resumen, de nosotros mismos. Como todo depende de terminar cuanto antes con lo que estamos haciendo en este momento para ponernos a la tarea siguiente, en el fondo, lo vamos aplazando todo sin ser conscientes de cuanto nos rodea a cada instante, ni de la propia situación en la que nos encontramos y lo que ello podría desencadenarnos. No percibimos, no apreciamos, no disfrutamos, no descansamos, no compartimos, no nos realizamos humana y afectivamente... No hay tiempo, es tarde... Hay prisa... Ya lo haremos mañana porque hoy ya no queda tiempo... No paramos... Siempre corremos...


Con este proceder generalizado y globalizado, nuestra sociedad nos inculca que la velocidad es sinónimo de progreso. Hay que obtener el éxito profesional a cualquier precio, para, con ello, obtener el éxito material, desatendiendo el meramente personal, porque, si ralentizamos nuestro ritmo, en pro de todos los aspectos de nuestra salud y nuestras relaciones personales, seremos unos fracasados no aptos para formar parte de ella y perderemos la carrera de la vida sin llegar a la meta, ni a tiempo de pasar el testigo.


Pero es posible vivir en un mundo industrializado, con todas las ventajas que ofrecen las nuevas tecnologías y el desarrollo, produciendo lo mismo, o más y mejor, de una manera más racional y equilibrada sin renunciar por ello a nuestra calidad de vida, como lo está poniendo de manifiesto el sistema laboral francés que ya ha reducido su jornada laboral a 35 horas semanales, sin que ello haya repercutido en su productividad, o el alemán de 30 horas, que, lejos de haberla recortado, la ha visto crecer en un 20 % respecto a la de otros países con horarios más amplios. Se trata de crear, en este mundo globalizado, la concienciación para trabajar con mayor motivación y satisfacción, con más eficacia, lo cual debe nacer de la implantación de nuevas filosofías y políticas de empresa que favorezcan esta actitud en sus empleados en lugar de la sensación de desaliento y desagrado permanente con su labor y aquello que les sustenta, tan generalizada hasta ahora, reportando beneficios en la calidad de sus servicios y productos, así como la constancia y fidelidad de sus trabajadores que reducirían significativamente su absentismo laboral por problemas físicos y psicológicos. Se trata de vivir en el aquí y en el ahora sin posponer indefinidamente nuestros pequeños placeres cotidianos y retomar una escala coherente y racional de valores humanos en la familia, los amigos y en hacer un buen uso de nuestro ocio y tiempo libre.


Esta es la propuesta del movimiento cultural “Slow Down”, parar nuestro frenesí de actividad y controlar el reloj, sin que él nos controle a nosotros, para encontrar el equilibrio entre el uso de la tecnología orientada al ahorro de tiempo que permita una productividad más óptima, disponiendo, a su vez, de tiempo libre para disfrutar de actividades personales sin que esto represente una invitación a la pasividad en lugar de a la actividad, ya que ésta última es la que propone, pero con un enfoque diferente al que llevamos en la actualidad: aparcar la prisa y disfrutar del tiempo sin depender del consumismo exacerbado.


El movimiento “Slow Down” nació en Italia, en 1989, como protesta del periodista Carlo Petrini ante la apertura de un restaurante de comida rápida junto a la escalinata de la Piazza di Spagna de Roma. Así nació una corriente de pensamiento y acción, más allá de un grupo regido por organismo alguno; una nueva conciencia basada en la biodiversidad, la reivindicación de las culturas locales y tradicionales, así como en el empleo inteligente de la tecnología para protegernos de la velocidad de nuestra civilización y preservar una alimentación sana.

No obstante, de este movimiento, su filosofía y propuestas, ya hablaremos otro día, más delante, cuando haya tiempo, porque ahora...


¡¡¡Hay prisa!!! ... y... ¡¡¡Me voy!!!






© AnA Molina (Administrador del blog).


jueves, 14 de enero de 2010

Mujeres en el arte

Este video, dirigido por Philip Scott Johnson, es una verdadera obra del arte digital en términos de la maestría técnica y por su creatividad artística, razones por las que alcanzó los 10 millones de visitas a mediados de 2009. Es un himno dedicado a la historia del arte a través de obras que llevan a la mujer por centro. Se completa con el fondo musical de la Zarabanda de la Suite para Cello N º 1 de Bach.



El elefante entero

En todos los juicios que yo hago sobre ti, hay un juicio sobre mí mismo. Y ambos son igualmente ciertos o falsos. Mientras piense que yo estoy en posesión de la verdad y tú no lo estás, crearé separación, desigualdad y estableceré las bases para que el sufrimiento se instale en mi vida. Lo mismo ocurre si pienso que tú posees la verdad y yo no. La realidad es que ambos poseemos una parte de la verdad y una parte de ilusión. Los dos miramos al mismo elefante, pero tú ves la cola y yo veo el tronco. Cuando se mira por separado, la cola y el tronco parecen que no tienen nada en común. Sólo cuando se ve la totalidad del elefante es cuando la cola y el tronco unidos, cobran sentido. No importa cuánto me esfuerce, me es imposible ver el significado de tu parte. La cola no comprende ni el por qué, ni la razón del tronco. La única forma en la que admitiré tu experiencia es aceptarla como cierta, de la misma manera que acepto la mía como tal. Debo dar la misma credibilidad a tus percepciones que a las mías.   Hasta que no establezcamos esta igualdad, la semilla del conflicto permanecerá entre nosotros. No es necesario que diga que tú tienes razón y que yo estoy equivocado. No necesito reemplazar mi verdad por la tuya, o vivir mi vida según tus premisas. Ni tampoco es preciso que diga que tú estás equivocado y que insista en que debes vivir tu vida según mis condiciones.

Estas exigencias provienen de la inseguridad y de la falsa creencia de que, para amarnos los unos a los otros, debemos estar de acuerdo. No es cierto. Para amarte debo aceptarte tal y como eres. Es lo único que debo hacer. ¡Pero eso es mucho! Aceptarte a ti tal y como eres, es una proposición tan profunda, como aceptarme a mí mismo tal y como soy. Es una tarea formidable, dada mi poca experiencia en este campo. Permitir que tengas tu experiencia es el principio. Aprendo a respetar lo que piensas y sientes incluso cuando no me gusta o no estoy de acuerdo con ello. Incluso aunque me disguste. En lugar de hacerte responsable del dolor que siento en relación a ti, aprendo a enfrentarme a mi propio dolor. Mi reacción a tu experiencia -positiva o negativa- me proporciona información sobre mí mismo. El compromiso conmigo mismo y contigo es trabajar con mi propio dolor, no responsabilizarte a ti de él. Sólo cuando te devuelva el don de tu propia experiencia, sin imponerte mis propios pensamientos y sentimientos sobre ella, te amaré sin condiciones.




Cuando acepte tu experiencia tal cual es, sin sentir la necesidad de cambiarla, te respetaré y te trataré como a un ser espiritual. Mis pensamientos y sentimientos tienen importancia en sí mismos, pero no como comentarios o acusaciones a tu experiencia. Al comunicar lo que pienso o siento sin hacerte responsable de mis pensamientos y sentimientos, acepto mi propia experiencia y permito que tú tengas la tuya. En las relaciones, al igual que en la conciencia, las dos caras de la moneda deben ser aceptadas como iguales. Una persona no superará el conflicto hasta que la experiencia de ambas haya sido respetada. La cuestión no es nunca el acuerdo, aunque lo parezca. La cuestión es: ¿Somos capaces de respetar nuestra experiencia mutuamente? Cuando sentimos que la otra persona nos acepta tal y como somos, tenemos la motivación para adaptarnos el uno al otro. Adaptarse es hacerle al otro un lugar junto a nosotros; es no imponerse ni que se nos impongan. Una vez que se llega a la adaptación, ambas partes moran juntas. El hombre y la mujer, el blanco con el negro, el rico con el pobre, los judíos con los cristianos. Aceptar nuestras diferencias es honrar la humanidad que tenemos en común, es bendecir mutua y profundamente la experiencia que compartimos.




De modo que la cola y el tronco discutirán hasta ponerse morados y ninguno de los dos ganará la discusión. Ambas experiencias son igualmente válidas. Al permitir que esto sea posible, el elefante empieza a cobrar forma. Al aceptar la validez de tu experiencia sin intentar cambiarla, sin intentar que sea algo más parecida a la mía, mi propia experiencia empezará a adquirir un mayor significado. Cuando te contemplo como a un igual y no como a alguien que precisa ser educado, reformado o determinado, el significado de nuestra relación se revela por sí mismo. Cuando se le da la bienvenida a cada parte, el todo empieza a tomar forma y resulta más fácil comprender y apreciar el significado de las partes. Un mundo que pretende conseguir un acuerdo, encontrará conflicto y sectarismo. Un mundo que proporciona  un espacio seguro a la diversidad, encontrará la unidad esencial para convertirse en entero. Frente a los opuestos tenemos dos opciones: resistirlos o abrazarlos. Si los resistimos, provocaremos un conflicto entre el yo y el otro. Si los aceptamos, los integraremos como agentes dinámicos y originaremos una transformación alquímica en el interior del yo.









"El Despertar". Paul Ferrini (Escritor)


miércoles, 13 de enero de 2010

El discípulo aburrido


Era un discípulo que se dejaba ganar muy a menudo por el tedio y el desánimo. Se sentía víctima de la rutina cotidiana y experimentaba angustiado lo condicionantes que eran los acontecimientos vulgares y repetidos. Insatisfecho y desalentado, visitó a su mentor para decirle:




- Maestro, si nos vestimos y comemos todos los días ¿cómo podemos escapar de la monotonía de tener que ponernos la ropa e ingerir los alimentos?
- Nos vestimos; comemos –repuso apaciblemente el maestro.
El discípulo asombrado protestó:
- No puedo seguir tu razonamiento; no comprendo.
 Y el maestro respondió:
- Si no comprendes, vístete y come.


Cuento anónimo.


lunes, 11 de enero de 2010

La Meditación. Un camino hacia la paz interior


La observación es el primer estado de consciencia
asociado al presente en el que, sin esfuerzo,
se asiste a lo que está aconteciendo aquí y ahora.
(Sesha).


La palabra “meditación” proviene del latín “meditatio”, que originalmente indica un tipo de ejercicio intelectual. Suele hacer referencia a diversas prácticas de recogimiento interior o contemplación propias del yoga y otras filosofías orientales. Contrariamente a la vulgarización que se ha hecho en Occidente sobre el término cuando se habla de ella haciendo referencia a aquellos momentos en que enfocamos nuestra atención sobre un asunto o problema concreto para darle solución. Sin embargo, esta creencia es radicalmente opuesta a lo que en realidad es la meditación oriental, pues no hay que confundirla con “preocupación” o “reflexión”. La meditación es un camino de introspección, un ejercicio mental cuya intención es apaciguar el pensamiento consciente de forma que podamos percibir la información de forma más sutil.

La meditación está presente en la práctica totalidad de culturas y religiones: taoismo, budismo, chamanismo, zen, el camino sufí en el Islam, la contemplación en el cristianismo; incluso es el eje de actividades como yoga, artes marciales o Tai Chi. En todas ellas se considera como el proceso mental individual que puede transmitir estabilidad al individuo.

La meditación describe la práctica de un estado de atención sobre un objeto externo, un pensamiento, la propia consciencia, o el propio estado de concentración sobre la realidad del momento presente que nos envuelve. En este estado, la atención se libera de sus actividades y la mente se focaliza para quedar libre de los propios pensamientos, con el único objetivo de percibir todo aquello que cotidianamente nos pasa desapercibido, por ejemplo la respiración, las sensaciones que recibimos permanentemente en nuestro cuerpo, o la capacidad de desvincularnos de pensamientos automáticos y repetitivos que condicionan negativamente nuestro modo de actuación habitual, que, por tanto, limitan nuestra mente, nuestro estado de libertad y serenidad interior. No se trata de anular nuestra mente, sino de apaciguarla y de ser nosotros quienes la controlemos y no a la inversa, como sucede con tanta frecuencia en nuestro entorno social y cultural actual.

También de forma errónea, suele asociarse a creencias religiosas e incluso esotéricas, sin embargo no tiene que estar necesariamente asociada a creencia alguna, aunque ciertas filosofías, principalmente las orientales, se apoyen en ella para lograr ese estado de satisfacción física y espiritual. Sin embargo, las técnicas de meditación, una vez desvinculadas de todo ropaje religioso, van dirigidas a la armonización y a la obtención del equilibrio de nuestra naturaleza en su totalidad, es decir, sobre las partes que configuran al ser humano: cuerpo, mente y espíritu, con el objeto de mantener un estado saludable y unificado de todas ellas a través de la mera observación y de la toma de consciencia plena de todo lo que acontece para alcanzar una mayor comprensión de nosotros mismos y de la realidad, logrando el auto-conocimiento, la estabilidad, la armonía y la serenidad interior.

Estudios científicos han demostrado que algunas técnicas de meditación pueden ayudar a mejorar los sistemas inmunológico, cardiovascular, nervioso y cerebral, fomentando la concentración y la memoria, elevando el coeficiente intelectual y modificando algunas estructuras neuronales que se encontraban indebidamente alteradas (a través de ejercicios de meditación se ha apreciado un incremento de la actividad del lóbulo frontal izquierdo, donde se desarrollan las emociones positivas, al tiempo que se reduce el funcionamiento de la región derecha, que ha logrado un equilibrio entre ambos hemisferios reduciendo el miedo y la cólera). Asimismo, mediante electroencefalogramas, se han realizado análisis de la actividad cerebral durante la meditación , apreciando que ésta pasa de ondas beta, aquellas en las que se desarrolla nuestra actividad normal, consciente y alerta que oscilan entre los 15 y los 30 Hz., a ondas alfa o de relajación, calma, creatividad, que van de los 9 a los 4 Hz. Meditaciones más profundas han llevado a registrar ondas theta (de relajación profunda, solución de problemas, de entre 4 y 8 Hz. de frecuencia) y en meditadores avanzados se puede detectar la presencia de ondas delta (de un sueño profundo sin dormir, de 1 a 3 Hz.).

La Psicología, la Psiquiatría y la Neurología actuales han estudiado diferentes técnicas de meditación. Multitud de terapeutas las recomiendan e, incluso, han desarrollado sus propios métodos inspirados en los tradicionales, para aplicarlos en sus consultas, principalmente los que emplean la respiración como medio de relajación y nexo de unión entre el cuerpo y el estado anímico.

Dado que trabaja con la respiración y con la postura corporal, es muy recomendable en cuadros de estrés o ansiedad, como también en casos de elevada presión sanguínea, ya que meditar ayuda a ordenar la mente, calmar pensamientos automáticos y distorsiones cognitivas, logrando un estado de tranquilidad que equilibra el carácter, que favorece la comprensión de comportamientos, objetivos y motivaciones. Igualmente, puede ayudar a eliminar traumas y bloqueos emocionales que dificultan la vida del individuo.

Un hallazgo científico importante con relación a la meditación es que los niveles de cortisol, adrenalina y noradrenalida de los practicantes de la meditación son muchas veces menores. Y hay que tener en consideración que estas hormonas elevan el nivel de azúcar en la sangre y agravan la condición de las personas que padecen diabetes, además de producirse en grandes cantidades en periodos de estrés, que, de permanecer en nuestro cuerpo durante periodos prolongados, pueden causar numerosos daños. Del mismo modo, las personas que meditan son capaces de producir hasta un 50 % más de anticuerpos que tras recibir una vacuna contra la gripe.

Otro estudio reciente evidenció que la práctica diaria de la meditación hace más densos el córtex cerebral, responsable de la toma decisiones, la atención y la memoria. Sara Lazar, científica investigadora en el Hospital General de Massachussets, mostró unos resultados preliminares que demostraban que la materia gris de 20 hombres y mujeres que meditaban durante 40 minutos al día, era más densa que la de aquellas personas que no lo hacían. Al contrario que en estudios previos, que se centraban en monjes budistas, los sujetos en esta ocasión eran trabajadores del área de Boston que practicaban un estilo occidental de meditación llamado atención, o meditación interior. “Hemos demostrado por primera vez que no necesitas hacerlo durante todo el día para lograr estos resultados”, dijo Lazar. Y lo que es más, sus resultados sugieren que la meditación podría ralentizar el adelgazamiento natural que esa sección del córtex sufre con el paso del tiempo.

Según Deepak Chopra, conocido médico y escritor norteamericano de origen hindú:

“El estado fisiológico de los practicantes de la meditación experimenta cambios definitivos hacia un mejor funcionamiento. Cientos de hallazgos muestran una reducción en la respiración, un menor consumo de oxígeno, y una reducida tasa metabólica. En términos del envejecimiento la conclusión más significativa es que el desajuste hormonal asociado al estrés - que se sabe acelera el envejecimiento - se revierte. Esto a su vez desacelera, e incluso revierte, el proceso de envejecimiento... Mi experiencia con estudios llevados a cabo con personas que practican la Meditación Trascendental deja establecido que las personas que han practicado la meditación durante un buen número de años pueden tener una edad biológica de entre cinco y doce años menos que su edad cronológica”.

Resulta difícil describir todas las técnicas, dado que cada filosofía y cada terapeuta emplea las suyas propias, pero para todas es una “herramienta” orientada a la consecución de un mismo objetivo y que Ramiro Calle describe así “el adiestramiento del cuerpo, la mente y el comportamiento para estar más armonizados y lograr pensar, hablar y actuar con mayor equilibrio y ecuanimidad”.

Para iniciarse en la práctica de la meditación es suficiente con seguir nuestra respiración y dejarnos llevar. Para ello se sugiere:

- Una postura corporal estable, con la espalda recta y con la cabeza erguida. Lo principal es encontrarse cómodo y relajado, para que fluya la energía, pero evitando dormirse, pues entonces sólo estaremos consiguiendo relajarnos, pero no conseguiremos ningún estado de meditación, es decir, se requiere una postura que nos permita mantenernos relajados a la vez que atentos.
- Moverse lo menos posible y hacerlo con lentitud y consciencia cuando sea inevitable.
- Respirar pausadamente y a ser posible por la nariz.
- Hacer un esfuerzo consciente con la motivación adecuada y bien dirigido hacia nuestra atención. Adoptando una actitud pasiva y receptiva, pero sin forzarnos a concentrarnos o mantener nuestro foco de atención.
- Mantener la atención consciente, disciplinadamente dirigida hacia el soporte de la meditación., así como una actitud de ecuanimidad.
- Regularidad, pues creando la rutina se aprende a meditar, de modo que nuestra mente se ejercita en ella y cada vez resulta más fácil, así aprendemos progresivamente a controlar nuestra mente.
- El tiempo a emplear irá en función de la motivación de cada cual, pero se recomienda que no sea inferior a 10 ó 15 minutos, para alcanzar un buen grado de relajación y atención.
- Puede realizarse en cualquier momento y lugar, por ruidoso y estridente que éste resulte, pero, para quienes no estén ejercitados en su práctica, es conveniente realizarla en un sitio tranquilo y agradable, con una iluminación cálida, un entorno alejado de distracciones superfluas, que invite al sosiego e induzca a la relajación.

Y, ésta se puede hacer con técnicas entre las que se incluyen:

- Las propias meditaciones guiadas, adecuadas para quienes se inician.
- La observación de la respiración y las sensaciones corporales.
- La visualización de pensamientos o imágenes positivas e inspiradoras.
- El enfoque de la vista en algún objeto en el que concentrar nuestra atención.
- La repetición de “mantras” o frases repetititvas sobre las que centramos nuestra atención liberando nuestra mente de pensamientos que la confunden.
- ... ... ...

Durante su realización conviene:

- Desprenderse de la tensión mental y emocional, procurando la relajación de la musculatura física.
- Evitar la dispersión.
- Dejar fluir las imágenes mentales y los pensamientos que surgen automáticamente de manera repetitiva, sin recrearse ni intervenir en ellos, simplemente dejándolos pasar o, en su caso, frenándolos (descartándolos tranquilamente), en cuanto tomemos consciencia de ellos.




Como dice Thich Nhat Hank en su libro “Lograr el milagro de estar atento”:

“Si realmente estamos inmersos en la atención mental mientras caminamos a lo largo del sendero que conduce al pueblo y consideramos cada paso que damos como una maravilla infinita, la alegría se abrirá en nuestro corazón como una flor, permitiéndonos entrar al mundo de la realidad”.

Intentemos, pues, prestar más atención a nuestra atención.


© AnA Molina (Administrador del blog).

Fuentes:
- Ramiro Calle. (2004). “Yoga mental y meditación”. Ed. Librería Argentina.
- Thich Nhat Hanh (2005). “Lograr el milagro de estar atento”. Ed. Librería Argentina.


domingo, 10 de enero de 2010

Sobre el amor

En "Palabras a mí mismo", Hugh Prather, en "su lucha por convertirse en persona", escribió:




El amor une las partes con el todo.
El amor me unifica y me liga al mundo.
Amar podría ser la tarea de mi vida.
El amor es todo el universo.
El desamor es el universo dividido.
El desamor me separa de mí mismo y de los otros.
La mirada amorosa puede ver
La pluralidad como unidad
y la unidad como pluralidad
“yo y mi padre somos una persona”.
¿Existe sólo una realidad y una verdad?
El amor me muestra el lugar donde todas las mentes y las esencias se unen.

¿Cómo obtener amor? Lo tengo.
Tengo que abandonar mis definiciones de amor.
Amar no es decir cosas agradables a la gente,
ni sonreírle, ni realizar buenas obras.
Amor es amor. No luches por él. Vívelo.

Yo amo porque amo.


Por: Hugh Prather (Escritor)


Una travesura de duendes

Un cuento en imágenes, para pensar:













Sucede...


Sucede que la vida es un camino lleno de sorpresas, unas buenas otras no tanto, pero todas forman parte de nosotros mismos, nos ayudan a avanzar; aun sin darnos cuenta, consiguen que evolucionemos. Lo importante es desear vivir y sentirlas con toda su fuerza.

Lo cotidiano y las obligaciones distraen, separan, es más, hacen que todo vaya perdiendo progresivamente su valor por el cansancio, por la rutina, por la seguridad de creer seguro lo que ya tenemos, sin tener que esforzarnos en trabajarlo, cuidarlo y mimarlo. Esto, desde mi punto de vista, es un error, porque sin reparar en ello, en un instante, podemos perderlas de igual forma que las alcanzamos, dejando paso al interrogante “¿Por qué a mí... ?”. No hay que caer en el desánimo; hay que seguir poniendo el énfasis en que nada, ni nadie, se pierda, hacer que lo cotidiano, nuestras obligaciones, muchas veces tediosas y molestas, además de nuestros afectos se impregnen del deseo de realizarlas, del reencuentro y evitar que distraernos de lo que realmente queremos, concediéndoles la atención que realmente merecen aunque sea concentrando el tiempo.

Nadie es igual a nadie, afortunadamente –“en la variedad está el gusto”–. Nuestra única alma gemela es nuestra sombra que nunca se separa de nuestro cuerpo y nos acompaña incondicionalmente en la luz y en la oscuridad. En los demás podemos encontrar mucho, no creo ni espero que todo, pero no veo posible no encontrar nada, aunque no hallemos aquello que pretendíamos, a pesar de no conceder gran valor a lo que hemos percibido o incluso si esto nos desagrada. Nuestra identidad es única, auténtica y genuina, no admite imitaciones, aunque algunos lo pretendan. Afinidades, pueden y deben existir, para acercarnos a los demás y crear relaciones soportadas en puntos comunes, pero jamás una réplica exacta, es imposible e inevitable, pues de llegar a hacerse realidad esta “clonación”, no tendría ningún aliciente, encanto, misterio o sorpresa; no quedaría nada nuevo que intuir, buscar, descubrir. No existirían cualidades de la otra persona con la que enriquecernos y valorar en positivo o en negativo, por tanto, tampoco tendríamos nada que aportar, ni existiría el interés para darnos a conocer, porque todo estaría descubierto, todo sería “más de lo mismo”. Todo quedaría vacío de sentido y valor, desaparecerían nuestras esperanzas, no habría ilusiones ni deseos, no existirían puntos que pasasen desapercibidos y por ende, la posibilidad de descubrirlos... sería todo muy aburrido.

Una sintonía se compone de notas diferentes que se encuentran pero que no tienen, obligatoriamente, que nacer parejas, pueden ir juntándose en el pentagrama, componiendo la melodía que desemboca en una preciosa sinfonía o, por el contrario, dan lugar a un desatino. Todo está en descubrirlo... en apreciar la emoción y la ilusión cuando las notas van componiendo acordes melódicos que motivan a seguir componiendo o si, por su estridencia se prefiere, comenzar una nueva partitura.

El mundo físico es lo material, lo tangible; el romántico e ideal está en nuestro interior, en nuestro espíritu y nuestra mente, es lo intangible, pero ambos son reales, ambos se interrelacionan, se complementan y se necesitan... se equilibran. Sin los sueños, la ilusión y la imaginación, sin el deseo, ni la pasión que habitan en nuestro mundo interior, el físico no resistiría, se desmoronaría al no tener donde soportarse ni encontrar fuerza para avanzar, nos volveríamos locos sin la desconexión o vía de escape que nos aporta el romanticismo de nuestra imaginación y que al mismo tiempo nos enriquece y nos satisface. Sin la racionalidad y cotidianeidad del mundo físico se perdería el sentido de lo bucólico y sentimental, caería en lo superfluo y aburrido, incluso en lo vulgar... en lo empalagoso e insustancial; viviríamos al margen de nuestra consciencia, de nuestra identidad, salvo que conociésemos otra realidad, otro universo al que trasladarnos a nuestro antojo, pero esto no es el Edén, no es ningún Paraíso Terrenal, no podemos alimentarnos exclusivamente de sueños de amor, pero... no sólo de pan vive el hombre... Son los polos opuestos que se atraen y que son imprescindibles para la transmisión de nuestra energía vital, la que nos impulsa a continuar. Hay que caminar, con la mirada puesta al frente para no caer (en la realidad), pero levantando la cabeza al cielo para no perder la magnífica vista que ofrece y llegar a percibir las sensaciones de soñar que volamos acariciando las nubes (en los sueños e ideales).

No creo que se deba separar el querer del desear. Deseamos porque queremos y queremos porque deseamos, lo uno nos lleva a lo otro, a través del más puro concepto de lo que es la pasión controlada. Otra cosa es lo que esperemos y creamos necesitar y por eso lo transformamos en deseo o falso amor, pero el tiempo trae las respuestas y con ellas los aciertos y el error.

Las personas somos un todo y, aunque seamos como puzzles, no podemos descomponernos en pequeñas piezas que se compran a discreción en hipermercados envueltas y por separado. Hay que aceptar y respetar a quien tenemos al lado, en función de nuestra capacidad de entrega, exigencias, expectativas, anhelos y necesidades, comunicando y transmitiendo sentimientos que conformen la complicidad necesaria para ayudar a abrir las puertas para “cultivar” los puntos que queremos y deseamos desarrollar. Si no existen deseo, aceptación y respeto, es mejor no engañarse, ni engañar a nadie, pues al final se confirmará el fracaso, es mejor aceptar la realidad, dar y darnos la libertad suficiente para poder “renunciar” y comenzar de nuevo en otro lugar, con otras personas.

Sucede que la vida es un cambio constante, aunque éste nos pase desapercibido. Cada paso que damos en la vida se convierte en presente y el anterior ya es pasado. Si queremos avanzar hacia el futuro para estar algo más cerca de nuestra felicidad, debemos caminar, no renunciando a nada que se nos presente, interese y apetezca libremente, sin anclarnos al pasado y valorando que hay que aprender a decir “NO” a algunas cosas para decir “SÍ” a otras, aceptar las despedidas para ofrecer bienvenidas, pero con análisis y reflexión, seguridad y convencimiento y mucha, mucha ilusión y mucho, mucho deseo, pero, fundamentalmente, asumiendo las consecuencias... luego no valen los arrepentimientos.

Y sucede que yo soy yo y así quiero seguir. Sucede que son muchos años conviviendo conmigo misma y muchos los que espero que me resten para seguir haciéndolo. ¿No me gusto, no me acepto? Como todos, quizá. De ahí que trabaje arduamente por mejorar, pero me siento satisfecha conmigo, con mi forma de pensar, vivir y soñar. Orgullosa y nada arrepentida de ninguna de mis experiencias, por dolorosas o frustrantes que hayan sido, ya que todas forman parte de mí y con ellas he crecido; por mis triunfos y mis derrotas, con los que he aprendido y me he ido definiendo; por mi capacidad de amar, amar a las personas, a la vida y a las cosas, por mi desarrollo personal. Y sucede que tú eres tú, al igual que yo, y así debes seguir, siendo tú mismo, con tu autenticidad y con las características inherentes a tu personalidad.

Si coincidimos ¡Qué hermoso! Si no, también, pues habré tenido la maravillosa oportunidad de haberte conocido, haber compartido una etapa de mi camino y porque ya formarás parte de mi vida, de mi experiencia, de mi historia. Habré crecido sólo por haber compartido, por haberme abierto y mostrado tal cual soy, te habré permitido conocer mis cualidades y mis imperfecciones. Y tú, desde tu libertad y con mi respeto a tu identidad personal, igualmente habrás podido expresarte como yo. Me sentiré satisfecha por sentir y por vivir un día más al lado de alguien de calidad, alguien tan especial como lo somos todos.

Y sucede que busco un camino común en el que coincidan y confluyan dos caminos sustentados en el respeto, la libertad, el deseo y el afecto. Dos caminos: el tuyo, contigo y con tus cosas... tu persona; el mío, igual que el tuyo, conmigo y con mis cosas... mi persona. Y así, entre ambos, crear un pequeño mundo compuesto por nosotros y para nosotros, con todo aquello que compartimos gustosos.

Y ahora me pregunto ¿Sucede que a pesar de nuestros puntos comunes, en lo profundo, en el límite, no coincidimos?... Es algo ambiguo, aún así, estamos aquí.


© AnA Molina (Administrador del blog).



jueves, 7 de enero de 2010

Y tras Navidad ¿Qué...?


Como cada año, las fiestas navideñas llegan y se van cargadas de las mismas cosas y de idénticos sentimientos bondadosos. Como cada año por estas fechas nos reunimos con familia y amigos, brindamos con compañeros de trabajo, disfrutamos de unas cortas y merecidas vacaciones, ofrecemos y recibimos regalos... Disfrutamos y sufrimos las consecuencias de las grandes comilonas, la diversión, las indigestiones, las resacas y el sueño trasnochado... Brindamos, felicitamos, regalamos buenos deseos, besos, abrazos, reencuentros y paquetes voluminosos. Llenamos estos días de risas, aunque las lágrimas queden ocultas tras la máscara del cotillón de año nuevo... Pero ¿qué ocurre con toda la alegría y felicidad que derramamos y repartimos sin reparos en Navidad, cuando volvemos a nuestra cotidianeidad y pasaron “estos días tan señalados”?

Ya enviamos las felicitaciones a todas aquellas personas de quienes no sabíamos nada desde las pasadas fiestas, es decir, desde hace un año o, al menos, desde hacía muchos meses. Nos creemos mejores personas y consideramos que hemos cumplido escribiendo esos “christmas” que tan generosamente compramos para colaborar con una ONG, incluso el juguetito de turno para ayudar a los niños más necesitados. También reenviamos todas esas presentaciones y videos que recibimos, cargados de mensajes positivos y esperanzadores, a través de nuestros correos electrónicos. Veremos incrementada nuestra próxima factura de telefonía móvil por tantos y tantos mensajes como enviamos y, en el mejor de los casos, de tantas llamadas como realizamos. Pero ¿tendrá que pasar otro año para volver a contactar con esas personas a las que tan cordialmente deseamos “Feliz Navidad y Próspero año nuevo”?

Al regreso de estas fiestas volvemos a nuestros puestos de trabajo y nos reencontraremos con las mismas personas a quienes días atrás ofrecimos nuestros mejores deseos con un par de besos o un abrazo, pero tras el reencuentro, retomaremos la nefasta costumbre de juzgar y criticar sus actitudes y aptitudes, pisando, en nuestro afán competitivo y de superioridad, su labor profesional. Seguiremos sin ofrecerles nuestra ayuda cuando se encuentren en un apuro y nos iremos al final de la jornada sin despedirnos de ellos, cuando tengan que quedarse a hacer horas extraordinarias porque no han completado su tarea en el horario laboral. Pero ¿tendrá que pasar otro año para volver a entablar una relación cordial de unos minutos con esas personas para desearles “Feliz Navidad y Próspero año nuevo”?

Un año más nos reencontramos en cenas y comidas con esos familiares a los que ignoramos durante el resto del año y para quienes no nos queda un minuto para telefonearles y preguntar cómo se encuentran, ignorando sus penas y alegrías, para hacerles partícipes de las nuestras. Pero ¿tendrá que pasar otro año para volver a ofrecer o recibir una nueva invitación a compartir nuestros hogares, otra comida u otra cena cuando no haya que desear “Feliz Navidad y Próspero año nuevo”?

Y así, sucesivamente. ¿Cuántos días y acontecimientos tendrán que suceder, a cuántas personas y circunstancias ajenas ignoraremos hasta volver a desear “Feliz Navidad y Próspero año nuevo” sin considerar que un año consta de 365 días y no sólo de unas horas o de apenas las dos semanas que dura tanta supuesta “prosperidad”?

Ya pasaron los días de los excesos y de los sentimientos tan buenos como fugaces, que se mantienen únicamente durante las navidades, durante los días de “Cava y Muérdago” y un año más volvemos a volcarnos en “Las Rebajas”, dilatando no el espíritu navideño, sino el del mero consumismo compulsivo que las dilata, pero lo más triste es que también comienza la época de rebajas en valores humanos. Se acabaron las buenas intenciones y los buenos deseos, se acabó la comprensión y la empatía, la generosidad y el desinterés... Ahora llegan las “Rebajas de Afecto”, volvemos “a lo nuestro” o, como dice el refranero “zapatero, a tus zapatos” y “el que venga atrás, que arree”.

Viendo todo esto repetidamente, año tras año, aunque parezca un tópico, no por ello menos real, no puedo evitar pensar en tantos convencionalismos como nos limitan, en los compromisos que, teóricamente, nos atan por cariño, pero que al final se descubre falso, hipócrita y acomodaticio. Sin embargo, esto no quiere decir que me revele contra la Navidad y su espíritu, todo lo contrario, pero sí lo hago contra la embustera apariencia en la que la envolvemos, porque los buenos deseos, el amor, la fraternidad, la amistad y todo aquello que confiere calidad, dignidad y valor al hombre en lo íntimo y espiritual, motivo real que dio origen a esta celebración, no sólo se debe poner de manifiesto en Navidad, sino demostrarlo día a día a lo largo de todo el año, compartiendo aquello que tenemos de bueno en nuestro corazón y en nuestras vidas, más allá de exquisiteces culinarias servidas en nuestras mesas o costosos regalos comprados en centros comerciales y empaquetados con un gusto delicado.

Por eso, aunque se entienda que este deseo llega a destiempo, considero que es el momento adecuado para compartirlo:


Convierte tu vida en Navidad
y que la Navidad sea tu vida.




© AnA Molina (Administrador del blog).