"La estabilidad y el progreso de la sociedad
dependen en grado decisivo de la calidad
humana de sus componentes."
(Arturo Illia)
Últimamente me cuestiono bastante si nuestra calidad de vida guarda relación alguna con la calidad humana. Dudo sobre los tópicos “todo el mundo es bueno”, “piensa mal y acertarás”, entre otros muchos que aconsejan y marcan pautas de conducta en las relaciones humanas, grabadas en nuestra educación cual dogmas de fe heredados de nuestras abuelas. Sobre si estos refranes populares son acertados o, por el contrario, nos movemos en un mundo en el que prevalece lo ficticio y aparente, ante lo verdadero y esencialmente importante; en el que la información es poder y hay que preservar el traspaso de poderes, siempre rodeados de prejuicios y falsas moralidades; si la amistad se ha convertido en una moneda de cambio de intereses, favores o conveniencias puntuales.
Me planteo si nuestra evolución social no nos estará conduciendo a toda velocidad hacia los más antiguos códigos de la naturaleza, hacia “la ley del más fuerte”, aquella en la que “el pez grande se come al chico”. Una ley “darwiniana”, al fin y al cabo, pero, no hay que olvidar que, hace tiempo, nosotros mismos fuimos los responsables de la desaparición de las últimas tribus primitivas selváticas que, en su gran mayoría, tampoco eran caníbales. Ahora nos encontramos en sociedades organizadas y supuestamente civilizadas, en las que no deberían servir los parámetros de la supervivencia animal, pero en las que sí hay que hacerlo aun a costa de nuestra integridad humana, ética y afectiva; a costa de enfrentarnos, ningunear o agredir a nuestros semejantes, considerando que las agresiones no necesariamente tienen que ser físicas; hay muchas formas de herir sin dejar marcas en la piel, pero que, igualmente, revelan cicatrices indelebles en los sentimientos y en la memoria consciente e inconsciente, colectiva e individual; lesiones que, en ocasiones, pueden ser más difíciles de sanar que las puramente físicas.
Cada día que pasa, encuentro y observo la presencia de individuos que actúan como si les fuese la vida en adoptar un tipo de comportamiento que podría definirse como cínico, competitivo, agresivo y destructivo... Egoísta y egotista. Personas que sustentas sus opiniones en las ajenas, sin cuestionarse su convencimiento sobre su auténtica validez, sin criterio propio, llevados voluntariamente por manipuladores corrosivos y destructivos. Otras que fundamentan sus relaciones sobre prejuicios ante los demás y rumores de correveidiles que no se sostienen ni por su propio peso, amén de serles totalmente ajenos, pero que pueden ocasionar ciertas dificultades a quienes resultan ser objeto de ellos. Gente que se crece en público mientras disfruta con la indiferencia, la burla, la humillación o la crítica negativa y destructiva hacia sus compañeros de recorrido que no están dispuestos a venderse a sí mismos a cambio de triunfar en su entorno social, o que, por su estilo personal (inocente, bondadoso, respetuoso, débil o...), no saben, no se atreven o, simplemente, no quieren hacer valer sus derechos, defender su espacio vital y progresar en su desarrollo personal y social. Personas que disfrutan desplegando con total arrogancia su gran cola de pavo real, haciendo gala, en el fondo, de sus únicos “méritos”: simplicidad, superficialidad, vanidad, banalidad y ante todo, los telones de la presuntuosidad y la prepotencia tras los que pretenden ocultar sus grandes limitaciones y carencias: su propia inseguridad junto a su cobarde falta de honestidad ante los demás y, lo que es peor, ante sí mismos. Hombres y mujeres que están dispuestos a pagar el alto precio de la pérdida, quizá irrecuperable, de valiosas cualidades personales e importantes contactos humanos, a cambio de obtener el falso y efímero favor del triunfo social, de una hipócrita auto-suficiencia bajo la apariencia de fortaleza y poder.
Disfrutamos más la risa que el llanto, sin embargo, mientras nuestras lágrimas se fortalecen, las risas se debilitan. Imagino que podrá estar relacionado con la idolatría por la eterna juventud existente en la actualidad, cuando apreciamos más la novata belleza pasajera que la de una madurez experta y sostenida. Y digo esto irónicamente, dado que la risa crea arrugas en el rostro, al tiempo que las lágrimas lo hidratan ayudando a mantener el cutis más terso y juvenil...
No hay ocasión en que no nos surjan pensamientos automáticos sobre los problemas que frecuentemente ni existen, salvo en nuestros cerebros “descerebrados” a los que autorizamos a mantenernos bajo su control sin librarnos de las presiones que nos provocan. Si bien, cabe que, de forma repetitiva y sistemática, pasemos día y noche sin compartir caricias que nos relajen de tanta tensión emocional acumulada, de tanta soledad interior no compartida y sí demasiado reprimida.
Cada vez nos zambullimos más en océanos de abusos, ira, agresividad, violencia, guerra... con una pasividad portentosa, como meros observadores impasibles de una película de ficción que gozan de la tranquilidad de saber que, si las escenas o argumento nos desagradan o hieren nuestra sensibilidad, cambiaremos de canal con el mando a distancia de la televisión sentados cómodamente en nuestro confortable sillón; salvo que seamos los protagonistas reales de algo que, indiscutiblemente, no es fantasía, sino la novena temporada de una serie de terror de gran audiencia en horario “prime-time” que parece no tener fin, donde no somos más que víctimas de tanta intolerancia e indefensión.
Formamos parte de una colectividad consumista irrefrenable que antepone lo material a lo espiritual, a los valores humanos, al afecto y al amor desinteresado; insolidaria con los que carecen de lo más básico. Imperan los I+D tecnológicos que reportarán cuantiosos beneficios económicos a unos pocos, mientras, demasiados mueren de hambre sin que se les aporte la ayuda a la formación para su auto-desarrollo y superviviencia.
Vale más lucir un diseño exclusivo de un modisto afamado, que la amistad de las personas que lo contemplan sobre un escultural cuerpo desnudo de abrazos y besos sinceros. Recorrer carreteras al volante de un flamante todo-terreno que no conoce el monte, que pasear por un prado disfrutando de la naturaleza al aire libre. Es más importante acudir a la firma de contratos con clientes potenciales, que a la cabecera de las camas de nuestros hijos para darles un beso de buenas noches. Se prefiere presumir de conquistas amorosas en las que el amor está siempre ausente, que escuchar el corazón de quién dice con sinceridad y dulzura “Te quiero”.
... Así, hasta el “cuasi-infinito”...
Qué cuesta más ¿aquello que se puede cuantificar, pesar en kilos o lo intangible que guardamos en nuestro ser interior? Cuantos más kilos de pertenencias tenemos, más ricos somos, pero más pobres nos volvemos en vitalidad, en sentimientos y emociones. ¿No es preferible sentirse más ligero de peso para alcanzar más altura en lo humano y personal? Es costoso invertir en grandes sistemas antirrobo para asegurar nuestros bienes y mantenernos tranquilos de seguir conservándolos en nuestra ausencia, mientras es más alentador saber que no tienes que invertir para salvaguardar tus cualidades humanas, porque sólo tú eres su guardián custodio y siempre viajan contigo mientras las fomentes. Tu vivienda tiene un precio, lo conoces, pero ¿cuál es el precio de tu vida? ¿lo conoces?
Este asunto podrá parecer recurrente y manido, incluso se me podrá tachar de inocente, pero me resisto a pensar que la humanidad no es buena, que es preferible prejuzgar negativamente anticipándonos para no errar, alcanzar la cima del mundo por medio de mentiras y engaños, afirmando que "el fin justifica los medios", seguir recogiendo el dinero sembrado y dejando en barbecho la cosecha del cariño, volver la espalda a las lágrimas de aquel que está a nuestro lado, renunciar al presente por esperar el mañana... Prefiero esta dulce ingenuidad a creer que, simplemente, hemos perdido nuestra esencia, pues rechazo la idea de ser un extraño ente deshumanizado.
Quiero seguir creyendo, como lo hacen los niños en el ratoncito Pérez o en Los Reyes Magos, en las grandes virtudes del ser humano: Bondad, Sinceridad, Honestidad, Comprensión, Generosidad, Amistad, Entrega, Solidaridad... HUMANIDAD en una palabra... con el objeto de recuperar la frescura que aporta la inocencia y la autenticidad, cuidar mis afectos y estar en paz conmigo y con todos, reír en lugar de llorar, dormir a pierna suelta en lugar de padecer agotadoras noches de insomnio por angustia, no reprimirme aunque sí controlarme, vivir gustosa y equitativamente en colectividad manteniendo mi individualidad con dignidad, trabajar por la consecución de mis deseos hoy sin esperar a que mañana me sean concedidos por obra y gracia de "El Espíritu Santo", desarrollar mis inquietudes para que no queden empolvadas en el desván de la memoria...
Quiero no sentir continuamente el peso y la necesidad de explorar los oscuros y siniestros recovecos de la mente ajena, porque prefiero sentirme serena y tranquila en beneficio de mi estabilidad física y mental, tanto como fomentar la misma inquietud en mis seres queridos. Prefiero quedarme en el círculo de la empatía, la solidaridad y la asociación con mis semejantes...
Me gusta soñar despierta que amanezco en un mundo donde la calidad de vida coincide con la calidad humana y que ésta es la principal virtud de sus habitantes. ¿Pura utopía?
© AnA Molina (Administrador del blog)
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