El 10 de abril de 1912, el trasatlántico Titanic, de la compañía inglesa White Star, anunciado como "insumergible" en razón de su sistema de compartimentos estancos, zarpó de Southampton en su travesía inaugural con destino a Nueva York.
Entre los pasajeros se encontraban tanto emigrantes como la flor y nata de la aristocracia financiera anglosajona.
Durante la noche del 14 al 15 de abril, cuando se encontraba a casi 550 Km. al sudeste de Terranova, el Titanic chocó contra un iceberg que abrió un boquete de unos 90 m. en el flanco derecho de su casco. A las 2:30 de la madrugada, el gran trasatlántico se hundió. De los 2.230 pasajeros embarcados, sólo 709 serían recogidos por el buque carguero Carpathia, que se encontraba cerca y acudió en su ayuda. Debido a la notoriedad de algunas de las víctimas, de los enigmas que rodean a este naufragio y de la magnitud de la catástrofe, el Titanic entró directamente a la leyenda negra del mar. Pero el suceso tenía una serie de antecedentes y premoniciones que podían haber llevado a evitar la tragedia. Su estructura estaba basada en la de otro barco gemelo, el Olympic (un poco más ligero), que el mismo día de su botadura chocó contra el crucero Hawke y tuvo que ser reparado inmediatamente en los astilleros de Belfast, donde había sido construido.
Una novela publicada en 1898 (es decir, 14 años antes del naufragio del Titanic) por el marino y escritor estadounidense Morgan Robertson (1861-1915) con el título de "Futilidad o el Naufragio del Titán", narraba el hundimiento también una noche del mes de abril, a unas 400 millas de Terranova (como en la realidad), tras chocar con un iceberg, de un trasatlántico de lujo llamado Titán, que había partido, como el Titanic, del puerto de Southampton en su viaje inaugural de Londres a Nueva York. Por supuesto, en la ficción el barco también se consideraba imposible de hundir.
El imaginario Titán y el auténtico Titanic tenían tres hélices y eran aproximadamente del mismo tamaño (244 m por 250), el mismo tonelaje (70.000 por 66.000 toneladas), la misma capacidad (3.000 pasajeros), la misma velocidad (25 nudos en la ficción y 23 en la realidad) y el mismo equipo de salvamento (24 botes en el Titán; 20 en el Titanic). Finalmente, el número de fallecidos era casi el mismo en ambos casos. Siempre que se le pidieron explicaciones a Robertson sobre tantas casualidades de su novela, él declaró una y otra vez que su inspiración provino (en sus propias palabras) de un "colaborador astral", un espíritu que le guiaba e inspiraba sus trabajos literarios. Para su desgracia, la novela no tuvo mucha repercusión, pues, dadas tantas coincidencias, el público prefirió leer los datos reales que iba ofreciendo la investigación oficial.
En el Titanic murieron 1.513 pasajeros, la mayoría a causa de la extrema frialdad de las aguas atlánticas. Uno de los que murieron en aquel accidente fue, precisamente, el periodista y por entonces famoso espiritista William Thomas Stead (1849-1912), que, en 1892, había publicado una historia titulada "Del Viejo Mundo al Nuevo", en la cual el Majestic, buque de la compañía White Star Line (la misma del Titanic), rescataba a los supervivientes de otro barco que había chocado contra un iceberg. Stead concluía su narración con la reflexión: "Eso es exactamente lo que podría ocurrir y lo que ocurrirá si los paquebotes son enviados al mar con demasiados pocos botes salvavidas".
El Majestic existía realmente y, tanto en la novela como en la realidad, su comandante era Edward Smith, que, veinte años después, estaría al mando del Titanic en su viaje inaugural. Para completar este cúmulo de casualidades y coincidencias, el autor, William Thomas Stead, invitado por el presidente estadounidense William Howard Taft a dar una conferencia sobre la paz en el mundo, embarcó en el Titanic y, al no encontrar acomodo en uno de los escasos botes salvavidas, pereció en el naufragio.
Como es obvio, ninguna de las diversas premoniciones literarias del accidente del Titanic evitó la catástrofe, pero el que sí lo hizo gracias a una visión providencial fue el marinero William Reeves, nacido precisamente el mismo día que se hundió el Titanic. El 13 de abril de 1935 (es decir, la víspera de su cumpleaños y del 23 aniversario del accidente), mientras realizaba una guardia nocturna en su barco tuvo una certera intuición (seguramente cargada de reminiscencias del Titanic) que le hizo detener el barco. Aquello fue providencial, porque de no haberlo hecho, su barco (un vapor de carga que transportaba carbón desde Newcastle a Halifax y cuyo nombre, casualmente, era Titanian), hubiera chocado contra un iceberg. El Titanian hubo de permanecer varado nueve días hasta que los rompehielos llegados desde Terranova le abrieron un camino eludiendo el mortal iceberg.
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