martes, 29 de mayo de 2012

Cuento Zen "Las 58 Monedas de Oro"

"Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?".

El maestro sin mirarlo, le dijo:
"Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...".

 Y haciendo una pausa agregó:

"Aunque… si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y  después tal vez te pueda ayudar".

"Encantado, maestro" -titubeó el joven-, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas, pero no se atrevió a negarse.

"Bien", -asintió el maestro-.
Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó:

"Toma el caballo que está allá afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas".

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con cierto interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros se daban la vuelta dándole la espalda enfadados y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un simple anillo.
En su afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre;  pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de mostrar y ofrecer su joya a cuanta persona se cruzaba con él en el mercado -más de cien personas-, y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. Cuanto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir así su consejo y ayuda.

Ya de regreso a la casa del maestro, entró en la habitación y le dijo:

"Maestro, lo siento mucho, no pude conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que consiga engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo y me pague tanto dinero por él".

"Qué importante lo que dijiste, joven amigo" -contestó sonriente el maestro-. "Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar el caballo y ve al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo".

El joven volvió a cabalgar. Cuando llegó, comentó al joyero que su maestro quería venderlo.  El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó, consultó algunos libros y luego le dijo: 
"Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo".

"¡58 monedas!" -exclamó el joven-.

"Sí" -replicó el joyero-. "Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...".

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

"Siéntate" -dijo el maestro después de escucharlo-.

"Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?".
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.


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