"La vida es un laberinto.
Pero los iluminados conocen la salida".
(José Narosky)
En la nave mayor de la catedral de Chartres aparece trazado su célebre “laberinto”, circular, cuyos 13 m. de diámetro lo convierten en el mayor de los conservados para la época gótica. Es quizá uno de los más famosos y uno de los pocos que sobrevivieron al paso de los siglos, y es objeto de visitas y admiración por peregrinos, místicos e historiadores del mundo.
A diferencia de los laberintos de la Antigüedad (empezando por el del Minotauro en Creta), el de Chartres sólo ofrece una ruta posible a través de una línea continua trazada a lo largo de 262 m. y 11 círculos concéntricos desde su comienzo hasta la rosa central (parece ser que es imposible crear un recorrido más largo sobre este espacio), donde, según algunas informaciones, hubo hasta 1828 una escena del héroe Teseo luchando contra el Minotauro. Se cree que la placa fue retirada en 1792 y fundida para fabricar cañones. La referencia al mito de Knossos implica destrucción y muerte, elementos que, en este caso, se transformarían en conceptos de renacimiento o resurrección. Sobre la losa donde se hallaba la placa, hoy sólo quedan unos remaches muy gastados.
El contorno de este laberinto queda enmarcado dentro de un circulo formado por piedras negras de las Ardenas, que con sus 113 dientes, rodea entre 268 y 274 piedras claras que constituyen un camino perfecto y preciso, que discurre a lo largo de 261,5 metros hasta su centro, es decir, hasta el círculo en el que se hallaban Teseo y el Minotauro, al que rodean seis losas en forma de pétalo, también de piedra oscura.
Las medidas relativas al laberinto proporcionan una idea importante de su aspecto real.
Su tamaño exterior, o diámetro, se ha calculado durante años entre 12,2 y 13 m., pero, en realidad no es del todo un círculo preciso, sino una elipse que mediría 12,887 x 12,993, si bien, la pequeña diferencia parece que más que a los constructores, se debería a ligeros desplazamientos producidos por el peso de los pilares de la nave, a lo largo de ocho siglos.
Con respecto a la longitud del recorrido, también se han barajado cifras que van desde 137 a 294 m., ofreciéndose también la medida de 203 m., todas ellas, basadas en cálculos estimados. Parece, sin embargo, que la medida más precisa es la que se ha establecido entre los ya mencionados 261,5 y 262,4 m.
En cuanto al ancho del pasillo a recorrer, se ofrece como definitiva la cifra de 34 cm. Se extiende a lo largo de 32 tramos, con sucesivos giros por los que se pasa de uno a otro, cambiando de orientación y de distancia continuamente, con respecto al centro. Las bandas están apenas separadas entre sí por 7,5 cm. de ancho.
De nuevo varían las apreciaciones cuando nos referimos al número de piedras que forman el camino a recorrer, en este caso, entre 270-72 y 268-64. La diferencia podría deberse al hecho de que algunas losas estén partidas o hayan sido sustituidas.
Las citadas lunaciones que circundan el laberinto forman 112 cúspides, que serían 114 si dos de ellas no hubieran sido omitidas para ceder su espacio a la entrada del recorrido. Para explicar esta cifra se propone su división en cuatro, lo que daría sendos bloques de 28 semicírculos cada uno, es decir, los días correspondientes al mes lunar, lo que hace pensar que posiblemente se emplearon como un calendario que permitiría fijar la fecha de la Pascua.
El cálculo, aunque aproximativo, tampoco resulta del todo preciso, dada la pequeña, pero notable diferencia con el promedio lunar de 29,5306 días.
Todavía falta, pues, deducir si la finalidad penitencial fue el objetivo del laberinto desde el principio, o la idea, dada la época de la construcción de la catedral, procedía de alguna tradición anterior cuyo propósito desconocemos, ya que no existe ninguna referencia documental sobre su significado y nadie sabe qué pretendieron representar con él sus constructores. Es posible que los peregrinos lo utilizaran antiguamente de vía de consagración, recorriéndolo mientras rezaban y cantaban, a menudo de rodillas. Al hacerlo, muchos experimentaban fuertes reacciones corporales, como temblores o incluso calambres, llegando incluso a entrar en trance o en alteraciones del estado de conciencia, mientras daban gran cantidad de giros hasta llegar al centro.
Hace unos 800 años, en el siglo XIII, los cristianos de Europa acostumbraban peregrinar a Tierra Santa, símbolo de lo que era vivir el camino de la “Jerusalén Celestial” en busca de salud física y espiritual. La pobreza y el temor por la guerra de las Cruzadas fueron un obstáculo que no permitió a muchos realizar ese viaje. Así surgió el diseño del laberinto como recurso simbólico y místico en algunas catedrales, cuyo recorrido reemplazaba la peregrinación.
Es un mandala cosmológico y calendario de base lunar que tiene su fundamento en la geometría sagrada, ese antiguo arte que otorga serenidad y equilibrio a las emociones y la mente.
El círculo es universalmente reconocido como símbolo de totalidad y unidad; la espiral, de transformación y crecimiento. El Laberinto de Chartres es un circuito de once vueltas y de una sola vía que conduce siempre hacia el centro, sin caminos falsos ni riesgo de perderse, y retorna hacia la salida.
El camino hacia adentro facilita la limpieza y aquietamiento de la mente; el espacio central es un lugar de meditación y contemplación para permanecer receptivos a las bendiciones del silencio; el camino hacia afuera, conduce a la integración de la creatividad y el poder amoroso del alma en el mundo.
Existe la creencia de que si se recorre con la mente y el corazón abiertos, el mandala se convierte en un espejo que responde a las preguntas acerca de quiénes somos y dónde estamos en nuestra vida. Al compartir la peregrinación con otros exploradores de la conciencia, nuestra existencia individual se ilumina con el sabor de lo universal y eterno.
Es una metáfora del camino espiritual y de la vida misma; tiene un origen, un camino de ida, un centro en lo más interno y un camino de vuelta; el laberinto tiene ciclos, es impredecible, tiene dudas, giros, retrocesos, acercamientos y alejamientos que finalmente llevan al gozo de encontrar el centro y retornar al origen. Su recorrido ayuda a “ver” con los ojos del corazón, a ir más allá de la mente racional-lineal para entrar en las profundidades del mundo intuitivo-espiritual e integrarlo en un todo, como símbolo de la unidad.
Se ha dicho asimismo, que la imagen del recorrido, con sus vueltas y revueltas, constituiría una metáfora de las debilidades humanas que es preciso superar para llegar al centro o eje, es decir, a la presencia divina, pero también se ha interpretado su diseño como un mensaje secreto de los constructores; como un símbolo alquímico o, incluso, como una especie de camino iniciático hacia la verdadera iluminación.
Lo cierto es que sólo por similitud, este elemento es llamado laberinto, puesto que su recorrido no presenta la menor dificultad; ni salidas falsas, ni caídas en pozos, ni caminos cortados, ni detenciones inesperadas, etc., porque su objetivo no era hacer que nadie se perdiera, sino sencillamente, que alcanzara su objetivo, realizando, sobre un espacio dado, el recorrido lo más largo posible.
Las excavaciones arqueológicas muestran que bajo la Catedral de Chartres existen cimientos de un edificio romano, pero en cuanto a la fecha de construcción, no se conoce con exactitud, algunos autores proponen entre 1200 y 1240, aunque estudios más recientes hablan sólo de los primeros años de la primera década del siglo XIII. Su trazado encaja perfectamente en el diseño general del templo y su colocación debió realizarse como la última parte de las obras, puesto que sus piedras no pudieron ordenarse antes de retirar los imprescindibles andamios, ni antes de afirmar las bases de las columnas de su entorno.
En todo caso, los laberintos, que aparecieron en Italia durante el siglo XII, se cree que se extendieron por el norte de Francia en la última década de ese siglo; aunque tampoco el dato es del todo seguro, sí se sabe que el de Chartres fue uno de los primeros que se construyeron.
El laberinto, no deja de ser un extraño elemento para figurar en el piso de la nave central de un templo cristiano y, mucho más lo es el hecho de que aparecieran Teseo y el Minotauro en su centro.
Otra de las creencias legendarias que durante mucho tiempo se han tenido como ciertas, es la de que el rosetón occidental es una especie de réplica del laberinto y que encaja exactamente con su diámetro, pero, aunque aparentemente podría dar esa sensación, y ello constituiría un verdadero encanto para la fantasía, siempre unida a la historia de los múltiples significados simbólicos ligados a la construcción de las catedrales, en realidad, el rosetón mide 11,9 m. de diámetro y 13,6 si se mide su marco; entre ambas medidas, pues, se encontraría la del laberinto; 12,9 m. Dado que la diferencia no es perceptible a simple vista, resulta lógica la asimilación entre ambos elementos.
Lo cierto, en definitiva, es que no existe documentación que explique el origen y el destino de este laberinto, ni tampoco –en caso de que estuviera pensado para un fin concreto-, si éste fue de carácter religioso o festivo, lo cual nos crea una mayor perplejidad, ya que es difícil pensar que se trate de un simple elemento decorativo. El canónigo Souchet, fallecido en 1654, se sorprendía de que se conservara un laberinto en el que sólo veía una tonta diversión en la cual, aquellos que no tienen nada que hacer, pierden el tiempo en recorrerlo, yendo y viniendo.
En el borde de la vidriera de S. Apollinaire fueron reemplazadas algunas piezas por una placa metálica en cuyo centro hay un agujero cerrado con un vidrio transparente, por el cual –de acuerdo con un experimento llevado a cabo a principios del siglo XVIII-, entra un preciso rayo de luz que ilumina un clavo colocado en una losa del piso, el día 24 de junio, a la hora en que el sol alcanza su zénit. En la actualidad, las condiciones horarias y climáticas han cambiado y se habla, más bien, del agujero de San Juan.
En su libro "El misterio de las Catedrales" de Fulcanelli escribe unas líneas que pueden aplicarse a esta preciosa catedral:
"Santuario de la tradición, de la ciencia y el arte, la catedral gótica no debe ser considerada como un trabajo dedicado únicamente a la gloria del Cristianismo, sino más bien como una vasta concreción de ideas, de tendencias, de fe populares, un todo perfecto, ya que se trata de penetrar el pensamiento de los ancestros, sea cual fuere, el campo religioso, laico, filosófico o social".
Actualmente, el laberinto está casi siempre tapado por los bancos de la iglesia para evitar la repetición de los antiguos rituales. Desde hace algún tiempo se retiran las sillas que habitualmente ocupan la nave central, para permitir que los fieles recorran, o al menos contemplen, el laberinto, en especial, durante el día de San Juan, es decir, el 24 de junio, cuando, curiosamente, se puede observar el llamado Trou de Saint–Jean.
En el siguiente video se puede apreciar el recorrido completo del laberinto de la catedral de Chartres.
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